4º Domingo de Cuaresma: Lc 15,
1-3.11-32
La llamada “Parábola
del hijo pródigo” es una joya dentro de la literatura universal. Además es una
parábola que nos revela en plenitud el rostro misericordioso de Dios Padre. Por
eso mejor sería llamarla “La parábola del amor de un Padre no comprendido por sus hijos”: es la imagen
liberadora de Dios. ¿Realizamos que nuestra imagen de Dios condiciona nuestra
actitud hacia Él y por ende hacia los demás? Escribe Henri Nouwen en su magnífico
comentario a esta parábola: “El miedo a Dios es una de las grandes tragedias humanas”
y sigue: “…mi vocación última es la de ser como el Padre y vivir su divina
compasión en mi vida cotidiana. Aunque sea el hijo menor y el hijo mayor, no
estoy llamado a continuar siéndolo, sino a convertirme en el padre”.
Veamos
brevemente el texto y detengámonos un momento en que “este hombre (Jesús)
recibe a los pecadores y come con ellos”. Ayer como hoy, comer con alguien o
convidar a su mesa es un signo de amistad, de querer compartir: entramos en la
vida de alguien o dejamos entrarlo en la nuestra.
Que Jesús
comparta mesa y mantel con pecadores provoca unas airadas protestas de los
buenos observantes: los escribas y fariseos.[1]
La comida de
Jesús con pecadores es una expresión evidente de que no vino “a llamar a los
justos sino a los pecadores” (5,32); es su costumbre contraria a la
religiosidad “tradicional” la que está en cuestión para sus contemporáneos. ¡Viene
a ser la razón profunda del enfrentamiento con las autoridades religiosas -
grupos religiosos fundamentalistas e intransigentes - y que lo llevará a la muerte en cruz!
Jesús quiere cambiar el rostro de Dios;
quiere reemplazar el Dios de la pureza y de la observancia por el Dios de la
misericordia[2].
Sus comidas reflejan a ese Dios que recibe a pecadores, a “todos”. Este marco de las comidas de
Jesús que revela un nuevo rostro de Dios es el que se muestra ahora en la parábola.
[3]
La parábola
nos describe los personajes y sus tres momentos: el Padre y sus dos hijos; la
actitud del hijo menor; la actitud del padre frente al hijo perdido; la actitud
del hijo mayor frente al hijo perdido. El contraste es entre dos personajes con
respecto a una misma situación: los dos hermanos o el hijo mayor y el menor.
El
texto se ocupa de mostrar cuan bajo cayó el hijo menor con una serie de
elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida
libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”¡animales impuros!,
no le dan ni siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las
debe robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un
asalariado, porque siente que ha perdido la dignidad de hijo (“ya no
merezco ser llamado tu hijo”, quedándole la opción de ser contratado como
jornalero: funciona aquí un criterio de justicia humana (vv.19.21). Descubriendo
su miseria el hijo parte “hacia su padre” (no dice a su casa; la casa es el
lugar donde está el padre, el lugar de la acogida y del amor misericordioso; el
hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El hijo ha preparado un
discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad
e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro
del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”:
eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un
huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta
por “este hijo mío”.[4] ¡Reventaron
todos los esquemas de justicia con criterio humano!
El hermano mayor,
que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la
casa y participar de la fiesta. ¡El Padre acaba de perder a otro hijo!
Nuevamente sale al encuentro de
este segundo hijo perdido y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a
reconocer al menor como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda
(“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás
desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el
padre” y todo lo suyo le pertenece, pero
ya vimos que el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el
menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que
-por serlo- no merecen, pero el amor es
siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los
fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles (observantes)”, pero
su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida
los deja fuera de la casa y de la fiesta.
El planteamiento de
Jesús es totalmente diferente: Él es el rostro humano de la misericordia
infinita de Dios; Él es el Dios que se acerca a todo hombre para regalarle su
amor, dedicado hasta el extremo a cada uno de los suyos. Es el padre que está
amorosamente atento a la vuelta de sus hijos errantes a su casa, a su mesa y a
su fiesta. Otros, en cambio, parecen preferir ser un grupo aislado, el grupo de
los perfectos, el de los que "no abandonaron la casa del padre", los
que no aceptan a los que no son como uno.
La parábola nos
invita a ser como el Padre y a vivir su divina compasión en nuestra vida
diaria. Todos tenemos algo del hijo menor o mayor. Ambos son expresión de las
miserias humanas de las que todos participamos en algún grado: codicia, ira,
lujuria, resentimiento, frivolidad, celos, etc.
Frente a las
miserias humanas, Jesús hace un llamado radical: “Sean misericordiosos como su
Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).
“Jesús describe la
misericordia de Dios no sólo para mostrarme lo que Dios siente por mí, o para
perdonarme los pecados y ofrecerme una vida nueva y mucha felicidad, sino para
invitarme a ser como Dios y para que sea tan misericordioso con los demás como
lo es Él conmigo”. (Nouwen p. 133)…Como hijo y heredero (Rom 8, 16-17) me
convierto en sucesor. Estoy destinado a entrar en el lugar del Padre y
ofrecer a otros la misma compasión que Él me ofrece. El regreso al Padre es el
reto para convertirse en el Padre.
“En la medida en que
sigamos perteneciendo a este mundo, seguiremos siendo víctimas de sus métodos
competitivos y esperaremos ser recompensados por todo el bien que hacemos. Pero
cuando pertenecemos a Dios, que nos ama sin condiciones, podemos vivir como Él.
La gran conversión a la que nos llama Jesús consiste en pasar de pertenecer al
mundo a pertenecer a Dios” y contemplar el mundo con los ojos de nuestro Padre
celestial: en eso consiste la plena realización del ser humano y su total
libertad.
[1] No
perdamos de vista aquí que el fariseo y escriba piadoso es el que cumple con
los 613 preceptos de la Ley. La mentalidad de “pureza” y “estricta observancia”
les hace mirar en menos y despreciar a los que no comparten sus rigurosas
prácticas, tratándolos de pecadores, infieles y paganos.
[2] Es lo que ya ocurrió en la parábola del
buen samaritano Lc 10, 30-35, que, más que una exhortación a practicar la
caridad, es una invitación a modelar nuestra vida inspirada y guiada no por una
ética de la observancia(Sacerdote y Levita) sino por una ética de la
solidaridad incondicional(Samaritano).
[3] Estamos en un contexto de comida y de banquete: tengamos presente que
la Eucaristía es el banquete universal de la solidaridad incondicional de Dios
con todos los hombres y para nada la observancia de unos ritos. La parábola
está salpicada de términos que expresan el lenguaje de comer y de festejar:
v.14, 16,17, 23, 29.
[4] La conmoción del Padre al ver llegar a su
hijo(v.20) es la misma que siente Jesús cuando ve llevar al entierro al hijo
único de una viuda(Lc 7, 13); el samaritano también se conmueve frente al
herido en el camino(Lc 10,33). Por lo tanto, el moverse a misericordia
(esplangnisthè)que es propio del Padre y de Jesús, caracteriza también al
hombre que va por la vida impulsado por la ética de la solidaridad, revelando
así “quién y cómo” es Dios para los que quedan heridos “a la vera del camino”.
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ResponderEliminarEstupenda su reflexión padre Julio, a mi me parece de una gran profundidad esta parábola pues en cierto modo prefigura la relación que Dios tiene con cada hombre, en tanto que siempre esta atento y dispuesto a un encuentro personal y amoroso. A mi entender dejar la casa paterna significa negar la realidad espiritual de nuestra pertenencia a Dios y por otro lado el solicitar la herencia viene a entenderse como el deseo sutil de la muerte del padre . En definitiva nosotros también somos hijos pródigos cada vez que pedimos la herencia a Dios para alejarnos de el. Somos hijos pródigos cada vez que buscamos el amor donde no podemos encontrarlo. No es fácil recorrer el camino de la vida sin la ayuda de un Padre que nos ame, nos comprenda y nos anime.
ResponderEliminarUno de los grandes retos de la vida espiritual consiste precisamente en reconocernos pecadores delante de Dios y pedirle su perdón. Porque la historia que hoy nos narra el evangelio no es una simple novela entre muchas otras. Es la historia de cada una de nuestras vidas llamadas a reconciliarnos con el Padre. Él nos espera con los brazos abiertos para darnos de nuevo su amor.