14º Domingo: Mc 6, 1-6a
En nuestro mundo
actual de la omnipresencia de los
medios de comunicación, la pregunta indispensable del comunicador es: “¿Cómo
llego?”, “¿Cómo impacta nuestro programa, nuestro mensaje?” La obsesión por el “rating”
tiende a ser más importante que la pregunta: “¿Y qué tengo que decir?” o “¿Cual
es la verdad a transmitir?”
Los Presidentes de
los países tienen asesores comunicacionales que les soplan cómo transformar
cada comunicación en una buena noticia, que haga subir su popularidad.
Los artistas
famosos trabajan con expertos que les indican cómo vestirse, cómo moverse, los
sonidos y las luces a usar, todo eso para que pase menos apercibido el poco
contenido que a veces están entregando.
Dios se hizo
presente y se hace presente de un modo muy distinto. No busca “rating”, no está
preocupado por la fama.
Para llegar al
hombre, Dios se hizo hombre. Eligió a un hombre con pinta de un cualquiera.
Vivió casi toda su vida en un pequeño pueblo por allí lejos en el norte de
Israel, un lugar que se miraba con desconfianza y cierto desprecio desde la
capital. No tenía estudios, no había frecuentado ninguna escuela rabínica. Tenía
sólo la modesta profesión de un humilde carpintero. Se ganó el pan de cada día
trabajando duramente como todos. Su familia era muy conocida, vivía en una
pequeña vivienda que todos ubicaban. Era un “don nadie”, un cualquiera del
pueblo.
¿Por qué Dios actuó
y actúa así? «Dios es tímido». Tiene mucho más respeto de nuestra libertad que
la que tenemos nosotros mismos y los unos de los otros. Esto crea una gran
responsabilidad. San Agustín decía: «Tengo miedo de Jesús que pasa» (Timeo
Jesum transeuntem). Podría, en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin
que yo esté dispuesto a acogerle.
Y es cierto. Dios
hace las cosas más grandes y más “increíbles” del modo más sencillo e
inimaginable. Así con un pedacito de pan que recibimos en nuestra mano, nos
dice todo lo que significa para nosotros.
Más extraordinario
aun: muestra su rostro en el rostro de gente que no nos dicen nada: gente que
no tienen celular, que no saben expresarse, que andan por la calle deambulando
sin asearse, que viven en lugares apartados que miramos en menos, que no son
para nada útiles a este mundo, que están en asilos para deficientes o trastornados.
Podemos alargar la lista de los que no tienen lugar en este mundo por su
insignificancia o por llegar a ser incluso un estorbo o trastorno. “Todos ellos
son el rostro de Dios”. “Lo que hiciste al más pequeños de ellos, a Mi lo
hiciste”.
Ayer como hoy,
Dios busca hacerse presente y opera signos para los que están atentos a la
novedad de su presencia. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra
vida, sobre todo cuando se presenta como un cualquiera.
Jesús en Nazaret,
entre los suyos no pudo hacer ningún milagro. Se asombraba de su falta de fe.
Los suyos lo conocían desde siempre como uno igual a ellos. Su incredulidad
impide a Jesús actuar en medio de ellos. Nos puede acechar el mismo peligro a
quienes creemos conocerlo mejor: la tentación de encerrarnos en nuestras ideas
preconcebidas y el cerrarnos a la novedad de su mensaje y al misterio de su
persona. Lo podemos tener piadosamente “relegado al Sagrario” y no reconocerlo
vivo entre nosotros y entre los más menesterosos.
A veces nos
quedamos por mucho tiempo con el Jesús de las primeras catequesis y no hemos
crecido en el conocimiento de un Jesús que busca inspirar y modelar toda
nuestra vida. Nos puede enseñar que es mejor dar que recibir; que somos más
felices siendo solidarios que encerrados en lo nuestro; que vale la pena
arriesgarse por todo lo bueno y justo.
Puede guiarnos en
nuestra oración la hermosa canción: ¡Con nosotros está, y no le conocemos, con
nosotros está: su nombre es el Señor!
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