22º
Domingo: Mc 7, 1-8.14-15.21-23
Las tres lecturas
de este domingo se prestan fácilmente –lo que no es frecuente- a ser unidas en
un mismo tema o conjunto de temas. Es el tema de la ley, el legalismo, la
verdadera ley y la verdadera religión.
Primero, señalemos
algo sobre la importancia de lo puro e impuro en la religión judía. La ley de
lo puro y de lo impuro es un punto muy importante en la vida cultual. No se
podía participar en el culto sin el estado de pureza. La palabra «pureza» no
tiene para los judíos el mismo contenido que tiene para nosotros. Para ellos,
un ser humano puro era el que no se había contaminado, ni siquiera por
inadvertencia, con alguna de las cosas prohibidas por la ley. Por ejemplo, no
lavarse las manos, no lavar vasos, jarras y bandejas, comer carne de cerdo o
conejo, estar una mujer en su período menstrual o tener cualquier persona
hemorragias, eran actos o situaciones tenidos por impuros, que contaminaban al
sujeto durante un determinado tiempo. Un leproso era un impuro permanente, lo
mismo que todos los que tuvieran una enfermedad que no se pudiera curar. Todo
el que se contaminaba con estas cosas o personas, aunque no fuera por culpa
suya, tenía que purificarse, habitualmente con agua, otras veces pagando
sacrificios.
Quizás razones
históricas, como la travesía en el desierto o simplemente unas sólidas normas
de higiene eran efectivamente “salvación” de muchas enfermedades en una
civilización donde la medicina era muy rudimentaria.
Pero de allí a
concluir que la práctica de esas normas era el camino de unión con Dios y de
Dios con su pueblo, evidentemente eso está absolutamente fuera del discurso de
Jesús. La relación con Dios no está en este tipo de culto y eso no solamente
está fuera del discurso de Jesús, sino es fundamento de graves increpaciones
hacia los fariseos y representantes de la Ley (ver el lenguaje durísimo en Mt.
23).
Tal vez es la
permanente tentación del hombre de todos los tiempos de “poder controlar la relación con Dios”. Si la podemos circunscribir
a algunas formas de culto y de
prácticas (normalmente inofensivas y reducidas al ambiente privado y, lo que sí
es mucho más grave, controladas y dictadas por grupos de poder en la práctica
religiosa), entonces la salvación está
asegurada.
Este tipo de
religiosidad (el modo de ligar y religarse con Dios) encuentra gran respuesta
en las masas. Antiguamente, eran las procesiones, hasta procesiones públicas de
penitencia; las peregrinaciones; las mandas: muy populares hasta el día de hoy.
Y tienen un efecto purificador, siempre que ayuden a crecer en devoción, en el
amor a Dios y al próojimo. Pero poner fundamentalmente en el cumplimiento de
esas prácticas la salvación, eso ya es franca desviación. La crítica permanente
de Jesús a la dirección de los Fariseos y representantes de la Ley va
precisamente en este sentido. Y al denunciar los mecanismos de control que
ejercían sobre el pueblo y al quitarles su poder, puesto que el pueblo prefiere
a Jesús y percibe en Él a un verdadero Libertador de las prácticas que
aplastaban, Jesús se expone a su condena a muerte.
Las palabras de
Jesús declaran abolida -para los cristianos- esta ley, porque nada de lo que
Dios ha creado es impuro; Dios no se ofende porque hayamos tocado un muerto o
porque hayamos comido tal o cual alimento. Lo impuro es todo lo que sale
premeditadamente de nuestro corazón y no lo que hacemos sin querer. Para Jesús
la pureza (lo que hace pura a una persona) significa buenos pensamientos, amor, solidaridad, justicia, servicio y entrega a
los demás, etc., es decir, lo contrario de lo que sale premeditada y
maliciosamente de nuestro corazón.
Otro tema
íntimamente relacionado es el de la esencia de la ley, el espíritu de la letra
de la ley. Para Jesús no se trata de cumplir literalmente los preceptos, la
letra de la ley; lo verdaderamente importante es cumplir con el espíritu de la
ley, lo que a veces puede permitir o hasta exigir una exención o hasta un
incumplimiento de la misma. «La letra mata», o «la ley se venga», solemos
decir. Porque la ley no es absoluta, y
porque es un medio, es necesario preguntarse por el fin de la ley, su
espíritu, su núcleo, su sentido.
Lo que decimos de
las leyes como medios, no como fines, se puede ampliar a las prácticas
religiosas rituales, a la religiosidad de prácticas externas, que también con
demasiada frecuencia han sido entronizadas en el catolicismo como lo central,
como lo realmente salvífico… El texto de Santiago de la segunda lectura de hoy
responde a este punto y al anterior: la «verdadera religión», dice Santiago,
consiste en visitar a los huérfanos y las viudas y guardarse de la corrupción.
Santiago viene a decir que los ritos, preceptos y prácticas cúlticas que
interesan son la caridad fraterna comprometida y la honradez.
En Chile, acabamos
de celebrar el mes de la solidaridad, con la centralidad de la figura de san
Alberto Hurtado. Inciamos ahora el mes de la patria. Estamos llamados a
construir un país según los criterios de Jesús y su evangelio. Estamos llamados
a vivir en “la libertad de los hijos de Dios”. No significa para nada que cada
cual hace lo que quiere, sino que aprendamos a vivir desde una conciencia
formada e iluminada y desde un corazón creyente que lleva una vida según sus
propios talentos y posibilidades, buscando “hacer el bien”, aunque eso entrara
en conflicto con determinadas tradiciones o prescripciones.