sábado, 1 de septiembre de 2012

22º Domingo: Mc 7, 1-8.14-15.21-23



22º Domingo: Mc 7, 1-8.14-15.21-23

  Las tres lecturas de este domingo se prestan fácilmente –lo que no es frecuente- a ser unidas en un mismo tema o conjunto de temas. Es el tema de la ley, el legalismo, la verdadera ley y la verdadera religión.
  Primero, señalemos algo sobre la importancia de lo puro e impuro en la religión judía. La ley de lo puro y de lo impuro es un punto muy importante en la vida cultual. No se podía participar en el culto sin el estado de pureza. La palabra «pureza» no tiene para los judíos el mismo contenido que tiene para nosotros. Para ellos, un ser humano puro era el que no se había contaminado, ni siquiera por inadvertencia, con alguna de las cosas prohibidas por la ley. Por ejemplo, no lavarse las manos, no lavar vasos, jarras y bandejas, comer carne de cerdo o conejo, estar una mujer en su período menstrual o tener cualquier persona hemorragias, eran actos o situaciones tenidos por impuros, que contaminaban al sujeto durante un determinado tiempo. Un leproso era un impuro permanente, lo mismo que todos los que tuvieran una enfermedad que no se pudiera curar. Todo el que se contaminaba con estas cosas o personas, aunque no fuera por culpa suya, tenía que purificarse, habitualmente con agua, otras veces pagando sacrificios.
  Quizás razones históricas, como la travesía en el desierto o simplemente unas sólidas normas de higiene eran efectivamente “salvación” de muchas enfermedades en una civilización donde la medicina era muy rudimentaria.
Pero de allí a concluir que la práctica de esas normas era el camino de unión con Dios y de Dios con su pueblo, evidentemente eso está absolutamente fuera del discurso de Jesús. La relación con Dios no está en este tipo de culto y eso no solamente está fuera del discurso de Jesús, sino es fundamento de graves increpaciones hacia los fariseos y representantes de la Ley (ver el lenguaje durísimo en Mt. 23).
  Tal vez es la permanente tentación del hombre de todos los tiempos de “poder controlar la relación con Dios”. Si la podemos circunscribir a  algunas formas de culto y de prácticas (normalmente inofensivas y reducidas al ambiente privado y, lo que sí es mucho más grave, controladas y dictadas por grupos de poder en la práctica religiosa), entonces la salvación está asegurada.
  Este tipo de religiosidad (el modo de ligar y religarse con Dios) encuentra gran respuesta en las masas. Antiguamente, eran las procesiones, hasta procesiones públicas de penitencia; las peregrinaciones; las mandas: muy populares hasta el día de hoy. Y tienen un efecto purificador, siempre que ayuden a crecer en devoción, en el amor a Dios y al próojimo. Pero poner fundamentalmente en el cumplimiento de esas prácticas la salvación, eso ya es franca desviación. La crítica permanente de Jesús a la dirección de los Fariseos y representantes de la Ley va precisamente en este sentido. Y al denunciar los mecanismos de control que ejercían sobre el pueblo y al quitarles su poder, puesto que el pueblo prefiere a Jesús y percibe en Él a un verdadero Libertador de las prácticas que aplastaban, Jesús se expone a su condena a muerte.
  Las palabras de Jesús declaran abolida -para los cristianos- esta ley, porque nada de lo que Dios ha creado es impuro; Dios no se ofende porque hayamos tocado un muerto o porque hayamos comido tal o cual alimento. Lo impuro es todo lo que sale premeditadamente de nuestro corazón y no lo que hacemos sin querer. Para Jesús la pureza (lo que hace pura a una persona) significa buenos pensamientos, amor, solidaridad, justicia, servicio y entrega a los demás, etc., es decir, lo contrario de lo que sale premeditada y maliciosamente de nuestro corazón.
  Otro tema íntimamente relacionado es el de la esencia de la ley, el espíritu de la letra de la ley. Para Jesús no se trata de cumplir literalmente los preceptos, la letra de la ley; lo verdaderamente importante es cumplir con el espíritu de la ley, lo que a veces puede permitir o hasta exigir una exención o hasta un incumplimiento de la misma. «La letra mata», o «la ley se venga», solemos decir. Porque la ley no es absoluta, y porque es un medio, es necesario preguntarse por el fin de la ley, su espíritu, su núcleo, su sentido.
  Lo que decimos de las leyes como medios, no como fines, se puede ampliar a las prácticas religiosas rituales, a la religiosidad de prácticas externas, que también con demasiada frecuencia han sido entronizadas en el catolicismo como lo central, como lo realmente salvífico… El texto de Santiago de la segunda lectura de hoy responde a este punto y al anterior: la «verdadera religión», dice Santiago, consiste en visitar a los huérfanos y las viudas y guardarse de la corrupción. Santiago viene a decir que los ritos, preceptos y prácticas cúlticas que interesan son la caridad fraterna comprometida y la honradez.
  En Chile, acabamos de celebrar el mes de la solidaridad, con la centralidad de la figura de san Alberto Hurtado. Inciamos ahora el mes de la patria. Estamos llamados a construir un país según los criterios de Jesús y su evangelio. Estamos llamados a vivir en “la libertad de los hijos de Dios”. No significa para nada que cada cual hace lo que quiere, sino que aprendamos a vivir desde una conciencia formada e iluminada y desde un corazón creyente que lleva una vida según sus propios talentos y posibilidades, buscando “hacer el bien”, aunque eso entrara en conflicto con determinadas tradiciones o prescripciones.