3er Domingo de
Pascua: Jn 21, 1-19
Hoy se lee el epílogo del cuarto evangelio. Los dos últimos
versículos del capítulo 20 que se leyeron el domingo pasado, son claramente
final del evangelio. Lo de hoy es un agregado en forma de epílogo y retoma la escena
de la pesca milagrosa y de un encuentro con Jesús resucitado en la eucaristía.
Inserto aquí un comentario de J.A. Pagola de la
primera parte de este epílogo.
El encuentro
de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito
con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de
la pesca en medio del mar. Su mensaje no puede ser más actual para los
cristianos: sólo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo
evangelizador de sus discípulos.
El relato nos
describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la
oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a
pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos
contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se
embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.
El narrador
deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella
noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la
ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su
aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.
Con la
llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con
los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo
lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una
captura sorprendente. Aquello sólo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día
los llamó a ser "pescadores de hombres".
La situación
de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas
disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda
clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir
intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio,
o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en
nuestro trabajo?
Para difundir
la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más
importante no es "hacer muchas cosas", sino cuidar mejor la calidad
humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el
testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.
No podemos quedarnos en la "epidermis de la fe". Son
momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades
de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se
escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos
congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Sólo en él se alimenta
nuestra fuerza evangelizadora.