sábado, 25 de agosto de 2012

21er Domingo: Jn 6, 61-70


21er Domingo: Jn 6, 61-70
Los últimos 4 domingos, hemos leído y escuchado en el discurso del pan de vida el diálogo entre Jesús y los Judíos. Jesús les ha explicado el sentido profundo del signo de la multiplicación de los panes. Ha intentado llevar a sus auditores y muchos simpatizantes (discípulos) hacia el sentido espiritual del signo de los panes multiplicados. El mismo es el pan de vida bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre.
Al final de este largo capítulo, viene la reacción de los oyentes: “Este discurso es bien duro: ¿quién puede hacerle caso?” No solamente los judíos, sino “muchos de sus discípulos” no pueden aceptar el lenguaje de Jesús. Sin embargo, frente a la deserción y abandono masivo, Jesús no se retracta de ninguna de sus palabras. Hasta a sus más íntimos, los Doce, les pregunta: “¿También ustedes quieren abandonarme?”
Jesús nos hace la misma pregunta hoy en día, al igual que Josué nos hace la pregunta: ¿qué Dios o qué dioses queremos servir? ¿Queremos, al igual que los israelitas, servir sólo al Señor y decimos como ellos: “El es nuestro Dios”? ¿O preferimos elegir a los dioses  del mundo en que vivimos? Estos dioses son el dinero, el poder, el éxito, el placer o “cada cual para sí mismo”, o “la vida es para disfrutarla”. Podemos darle muchas vueltas, pero vivimos en un mundo con una cultura consumista, donde la economía tiene que crecer permanentemente (¡crecimiento infinito en un mundo finito!), donde la bolsa tiene que subir, porque de otra manera viene el pánico. Un mundo que dice por variados medios, que para ser feliz, hay que endeudarse con cómodas cuotas hasta que de repente se descubre que se está viviendo por encima de sus medios, generando grandes crisis económicas  o de insolvencia. Los más pudientes (países o estratos sociales) explotando a los más débiles. En fin, es este el lado negativo de un mundo  que sólo se persigue a sí mismo y pareciera conducir ciegamente hacia el precipicio por este camino.
Por lo tanto es de alcance existencial la pregunta: “¿a qué Dios o qué dioses queremos servir?”  No es una pregunta más entre otras. Tal vez sea la más importante de nuestra vida. Porque según la respuesta que damos, se irá moldeando nuestra vida con todas sus decisiones: desde nuestro quehacer, nuestro pensar, nuestras palabras, y todas nuestras acciones. En caso que nos decidimos por los dioses de este mundo, significa decidir por lo nuestro y nuestro propio yo. Eso es decidir por lo finito, lo pasajero, lo mortal, porque con nuestra muerte todo se acaba. Pero si nos decidimos por el Dios que Jesús nos ha revelado con su propia vida, si nos decidimos por sus palabras y sus acciones, entonces nos decidimos no por nosotros mismos y nuestro propio yo, sino por sus Bienaventuranzas. Entonces buscamos ser humildes de corazón, sentir con el que siente dolor y pena, ser misericordiosos; buscamos y anhelamos, desde nuestra fe, promover  la justicia y la paz. Entonces vamos a querer compartir con él que tiene poco y buscaremos amar a nuestro prójimo como amamos a Dios y a nosotros mismos. Eso es decidirnos no por lo finito y mortal sino por lo que queda en vida eterna.
A la pregunta de Jesús a los Doce si también ellos quieren irse, como suele ocurrir en los evangelios, Pedro toma la palabra por todos: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Su respuesta no deja ninguna escapatoria. Nos invita a que nosotros también contestemos al igual que él.