DOMINGO DE RAMOS: Mc 14,1 – 15,47
Jesús resultaba sospechoso para las autoridades del Templo. Él iba de pueblo en pueblo anunciando una buena noticia a los pobres en compañía de un grupo de amigos y amigas. Entraba en contacto con los marginados: enfermos, prostitutas, endemoniados... Su voz y su acción eran un rayo de luz que iluminaba la vida triste de los campesinos.
Para Jesús, la relación del ser humano con Dios era un sendero hacia la libertad y la plenitud. Esta manera de actuar le trajo inevitables conflictos con la autoridad. Ésta no admitía el menor cambio en la interpretación oficial de la ley y la manera de vivir la relación con Dios.
Finalmente Jesús subió a Jerusalén para dar testimonio de la verdad que libera al ser humano. Continuó anunciando la irrenunciable vocación a la libertad de todo ser humano. Las autoridades, entonces, decidieron efectuar un plan que venían preparando. Lo arrestaron gracias a la traición de uno de sus discípulos.
Luego vino el juicio injusto; testigos falsos, irrespeto al derecho de defenderse y, por último, lo condenaron a muerte. Todo estaba preparado de antemano. Ante la autoridad romana el juicio fue una farsa. Pilato era conocido por su proceder violento y precipitado. Para evitarse contradicciones con las autoridades del templo, entrega a Jesús a la muerte ultrajante.
El doble juicio que Jesús padeció fue una expresión de la injusticia. Lo mataban sencillamente porque ponía en riesgo la credibilidad del sistema religioso, político y económico. Pero no motivando revueltas populares, sino presentando un proyecto de vida alternativo donde las personas valían en sí mismas y todos tenían los mismos derechos. En la actualidad continuamos empeñados en la tarea de Jesús: hacer valer el derecho de los excluidos, de los pobres, hacer presente el proyecto salvador del Padre por el que Jesús dio su vida.
La semana santa es llamada a vivir como Jesús y por Él, con Él y en Él, bajar de la cruz a los crucificados de nuestro mundo.