Domingo 2 octubre 2011: 27º Domingo: Mt 21, 33-46
La parábola de los viñadores homicidas es una verdadera
tragedia. Es la parábola del amor rechazado.
En la Biblia, la viña es símbolo del pueblo de Dios (“la
viña del Señor es la casa de Israel y los hombres de Judá son su plantación
predilecta” Is.5, 6). Nos describe cómo Dios ama a su pueblo y espera una
respuesta. En nuestra parábola de hoy, el resultado es un gran fracaso: la
crueldad de los viñateros acaba sistemáticamente con el proyecto del Señor de
la vid. Frente a tanta crueldad y frustración, la opinión de los oyentes es que
“hay que acabar con esos miserables y entregar la viña a otros que entregarán
al dueño el fruto a su debido tiempo”.
Es la respuesta humana, conforme a criterios de justicia
humana. ¿Es esa también la respuesta de la justicia divina? Veamos qué nos dice
Jesús.
Jesús corrige la reacción humana a partir de una cita de
la escritura. “La piedra que los
constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra
del Señor, admirable a nuestros ojos”. El Dios de Jesús, su Padre y nuestro
Padre, no es un Dios vengativo; no puede tener gestos de exterminio de su
pueblo (es la enorme diferencia con textos del Antiguo testamento). En segundo
lugar, seguirá abierta la oferta del Reino para quienes quieran recibirlo: y
ese proyecto de Dios que revela Jesús, nada ni nadie puede destruirlo.
Este evangelio no solamente pretende reflejarnos la fuerte
tensión entre los judíos y las primeras comunidades cristianas. No se limita a
lo ocurrido en vida a Jesús. Es también una potente convocación a nosotros hoy.
Porque el Señor espera que nosotros, como Iglesia, como comunidad o como
familia cristiana produzcamos los frutos propios del Reino: amor fraterno,
justicia, solidaridad auténtica. De lo contrario, también a nosotros nos será
arrebatado el Reino. Como cristianos, como seguidores de Jesús, es nuestra
vocación y misión buscar modelar este mundo conforme al evangelio y al ejemplo
que Jesús nos dio. Buscar hacer nuestro
mundo más justo, trabajar por mejorar siempre las relaciones entre los hombres
y entre nosotros mismos, cuidar de la creación y de la naturaleza. Esta es la
invitación de Dios a cada uno de nosotros. Por supuesto hacemos con ella lo que
queremos, porque somos libres, Dios nos ha creado libres.
En su reciente visita a Alemania, Benedicto XVI habló de
la libertad a sus connacionales en Berlín en estos términos: “La libertad necesita de una referencia a una instancia superior. El
que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la autentica garantía de
nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien,
estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la
responsabilidad ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por
tanto debo interesarme siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir
sin relaciones. En la convivencia humana no es posible la libertad sin
solidaridad. Aquello que hago a costa de otros, no es libertad, sino una acción
culpable que les perjudica a ellos y también a mí. Puedo realizarme
verdaderamente como persona libre sólo cuando uso también mis fuerzas para el
bien de los demás. Esto vale no sólo en el ámbito privado, sino también en el
social”(Berlín, 22 sept.).
Pero, ¿somos
realmente libres? La respuesta de San Pablo es tajante: “Dios nos ha liberado en su Hijo Jesús para ser libres” (Gal 5, 1).
Podemos seguir nuestro propio camino como se relata en el mito de Adán y Eva
desde la primera página de la Biblia. Ellos decidieron (cayendo en la tentación)
acapararse del conocimiento del bien y del mal. Al querer ser como Dios, se
sustituyeron a El y sustituyeron sus
proyectos al proyecto de Dios. El resultado se describe: violencia y muerte
(Caín mata a Abel).
Cuando conscientemente se deja a Dios afuera de las
relaciones humanas y de la construcción de este mundo, no se puede esperar nada
bueno.
Parte del drama de nuestro mundo actual está precisamente
en dejar a Dios afuera. Comprobamos a diario que Dios no tiene espacio en la
vida de muchas personas. Nuestro mundo se estructura en torno a lo que me es o
nos es “útil”, lo que nos sirve y puede consumirse. El sentido de gratuidad se
está evaporando. El Evangelio de hoy nos invita a hacer de Cristo y su proyecto
la piedra angular de nuestra vida y de la convivencia humana.
Ciertamente no es una opción ni un camino fácil. Hacer de
Cristo y de su evangelio la piedra angular de nuestra vida no estará exento
de dificultades y tensiones. Porque es
comprometernos a construir el Reino de Dios con valores que están en
contrapunto con los valores que nuestra cultura estima importantes. Así, por
ejemplo, el espíritu de sencillez y pobreza (evangélica) están en contrapunto
con el afán de poder y de posesión.
Promover la solidaridad, buscar aliviar el dolor y el sufrimiento
de los demás, mostrarse misericordioso al ejemplo del buen samaritano, todo eso
puede estar bien ajeno a lo que busca y promueve hoy nuestro mundo. Seguir el camino de Jesús y su evangelio va
chocar con intereses opuestos. Dios es fiel a su proyecto y a su alianza. Esa
fidelidad se encarna a diario en muchos hombres y mujeres que, de una manera
silenciosa, se entregan con gran cariño
y generosidad haciendo presente el Reino de Dios en este mundo. A veces se
manifiesta de manera eximia en personas como el P. Hurtado, “una visita de Dios
a Chile”. El más maravilloso milagro del P. Hurtado es la continuación de su
acción en todos aquellos que buscan brindar un hogar a Cristo (“Cristo marginado y excluido, Cristo en el anciano desvalido, Cristo en la
calle, Cristo en al cárcel, Cristo en el minusválido”).
“Gracias a Dios”, nunca faltarán hombres y mujeres que nos
muestren por donde pasa el camino del Reino de Dios y nos invitan a recorrerlo
para nuestro mayor gozo y felicidad.