2° Domingo de Pascua: Jn 20 19-31
En Chile y especialmente en la zona central, en este 2°
domingo de Resurrección, se celebra la popular y folclórica fiesta del “Quasimodo”
(viene de la antigua antífona de entrada: “así como recién nacidos…).
Hombres y mujeres enfermos que no pudieron recibir a Cristo sacramentado el día
de Pascua de Resurrección, lo reciben este domingo en su casa. El sacerdote o
diácono, repartiendo el Santísimo, va acompañado de una multitud de huasos a
caballo o de ciclistas, todo muy adornado y pintoresco. Es una hermosa
costumbre de una gran fe popular.
Precisamente es el tema de la fe en Cristo vivo,
resucitado, que está central en el evangelio de hoy con la figura del apóstol
Tomás. Este discípulo se caracteriza por su gran generosidad en seguir al Señor
cuando invita a sus compañeros: “Vamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11,
16). Pero cuestionará luego a Jesús que dice: “ya conocen el camino para ir a
donde yo voy”. Todavía con el corazón embotado Tomás le replica: “Señor no
sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? Conocemos bien la
respuesta de Jesús: “Yo soy el camino…” (Jn 14, 6). Un poco más adelante
precisa: “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre”.
En el evangelio de hoy, los discípulos llenos de alegría
anuncian a Tomás: “Hemos visto al Señor”. Sabemos que en el evangelio de
Juan el verbo “ver” no se refiere a una visión sensible, sino es la percepción
nueva que se abre a la mirada del creyente gracias a la acción del Espíritu,
como nos lo sugiere el relato por el gesto del Señor que sopla sobre ellos
diciendo: “Reciban el Espíritu Santo”. Lo que los discípulos han visto a partir
de la obra del Espíritu Santo en ellos es el verdadero sentido del
acontecimiento de la resurrección que es el triunfo de la vida sobre la muerte,
del amor misericordioso sobre el odio. Eso lo entendemos por el alcance de las
palabras de Jesús quien les da el poder de perdonar (es decir el poder de
reconciliar a los hombres con el proyecto del Padre revelado en Jesús). Jesús
les confirma el sentido redentor (reparador o de “nuevo orden”, “nueva creación”)
instaurado con su Pasión gloriosa. Jesús los invita a compartir la gracia de la
que son los primeros beneficiarios. Acceden (finalmente) al don de la fe (al
recibir el Espíritu de Jesús). Porque, al fin y al cabo, es un ejercicio de fe,
pues nada permite verificar que la reconciliación y la nueva creación estén
visiblemente en marcha y que, por lo tanto, los pecados quedan efectivamente
perdonados.
Tomás que aun no ha visto al Señor resucitado desde
esta perspectiva, porque no estaba en la comunidad y aun no había recibido al
Espíritu de Jesús, recorre un camino distinto para llegar a la fe. Llegará a
creer que la misericordia del Señor ha triunfado de su pecado. El Resucitado le
llama a salir de una culpabilidad que lo aquejaba probablemente a partir de la
muerte (y fracaso) del Señor para acoger la vida nueva de su Espíritu. “Shalom
o la paz esté con ustedes”. Con ese saludo familiar entre los judíos se
presenta el Señor.
Se suele interpretar fácilmente que Tomás buscaba una
prueba de la resurrección del Señor. El texto no dice que puso su mano en las
llagas gloriosas de su Maestro. Como muchas veces ocurre en el cuarto
evangelio, Tomás pedía un signo para creer y aceptar el amor misericordioso de
su Señor. El signo es el de la Pasión y del sufrimiento, del costado abierto de
donde nace la nueva humanidad. “No seas incrédulo, sino hombre de fe”.
A partir de allí Tomás puede acoger el don de la fe y
pronunciar en el Espíritu la más hermosa profesión de fe de los evangelios: “Señor
mío y Dios mío”. Por el Espíritu Santo reconoció en Jesús al hijo de Dios,
vencedor de la muerte. Brotó la nueva creación (agua y sangre) de su corazón
perforado. Aceptando la Pasión de Cristo pudo recibir la gracia de creer en la
Resurrección.
¿No nos dice todo aquello que en la medida que
reconocemos la Pasión de Cristo en la pasión de tantos hombres, mujeres y niños dolientes, sufridos,
vejados y que estamos dispuestos a poner nuestra mano
en esas llagas, en esa misma medida el Espíritu nos dará la gracia de creer y
reconocer a Cristo resucitado?
Es conmovedor
el camino que recorrió el apóstol Tomás.
Desentendernos
de la pasión de nuestros hermanos que es la Pasión de Cristo, nos puede dejar
caer en la culpabilidad de Tomás (o la desesperanza que veremos el próximo domingo
en los discípulos de Emaús).
Estando solo
y fuera de la Comunidad, Tomás mantuvo su visión embotada, triste y sin fe.
Estando nuevamente “con ellos”, descubre el camino de la fe.
¿No es hermoso
que en el relato de hoy, Juan nos describe a su manera el evento de Pentecostés
y el nacimiento de la Iglesia, la nueva comunidad y principio de la nueva
humanidad?