Solemnidad de la Santísima Trinidad: Mateo
28, 16-20
Solemos iniciar toda oración
persignándonos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Seguramente que la mayoría de las veces no le tomamos el peso a esa maravillosa
invocación de nuestro Dios que es a la vez Padre, Hijo y Espíritu. Supera todo
entendimiento y nos invita siempre a ponernos en una humilde actitud de
contemplación de aquel misterio.
A continuación, reproduzco la reflexión que hace José
Antonio Pagola, sacerdote biblista y pastoralista. Con su lenguaje sencillo,
nos pone “ad portas” de la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad.
“A lo largo de veinte
siglos de cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre
la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin
embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es
«discurrir» mucho, sino «saber» algo del amor.
La razón es
sencilla. La teología cristiana viene a decir, en definitiva, que Dios es Amor.
No es una realidad fría e impersonal, un ser triste, solitario y narcisista. No
hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo. En su ser más
íntimo, Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua,
abrazo, comunión de personas.
Lo grande es que
nosotros estamos hechos a imagen de ese Dios. El ser humano es una especie de
«miniatura» de Dios. Es fácil intuirlo. Siempre que sentimos necesidad de amar
y ser amados, siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando
disfrutamos compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y
recibir vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que
brota en nosotros proviene de él.
Por eso, el mejor
camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de
él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos
jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos
esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias
que, incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.
Quien no sabe nada
de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se
escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio
interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de
Dios?
El amor trinitario
de Dios no es un amor excluyente, un «amor egoísta» entre tres. Es amor que se
difunde y regala a todas las criaturas. Por eso, quien vive el amor desde Dios,
aprende a amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas
recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede
entregar su vida a construir un mundo más amable y digno de Dios.”
Un antiguo himno
gregoriano reza: “ubi caritas et amor, Deus ibi est”: donde hay amor, allí está
Dios. El ejercicio del amor y de la caridad es la misión de todo cristiano. El
amor es la mejor defensa y el mejor testimonio de Dios, como lo escribe el papa
Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”. El santo Padre describe el
núcleo de la fe cristiana, la imagen de Dios típicamente cristiana: “Dios es
Amor de donde fluye la imagen del hombre y la manera cristiana de vivir el amor
al prójimo, la caridad. El himno al amor de Pablo tiene que ser la “carta
magna” de todo servicio eclesial: si no tengo amor, no soy nada.”