5º Domingo de Cuaresma: Jn 11, 1-45
La resurrección de Lázaro
En los dos últimos domingos, escuchamos los largos relatos con gran hermosura literaria de la samaritana y del ciego de nacimiento. Esos relatos, con profundo simbolismo, pretenden llevar al lector-auditor a descubrir la identidad de Jesús para suscitar la adhesión a su persona. Jesús da el agua viva. Jesús es la verdadera luz.
Hoy, en el relato – parábola de la resurrección de Lázaro- Jesús afirma: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi, aunque muera vivirá y él que vive y cree en mi, no morirá nunca. ¿Crees esto?” Esa petición de Jesús para adherir a su persona es lo medular, lo central del evangelio.
La realidad que Jesús descubre es que la muerte no es invencible, puesto que todo el que dé su adhesión a Jesús y practique el amor y la solidaridad según su estilo, todo el que esté dispuesto a jugarse la vida para que en este mundo se implante la justicia de Dios, aunque muera, no morirá. Parece una paradoja. Pero no lo es. Con el estilo característico del cuarto evangelio, el potente relato simbólico es anuncio, no de Lázaro sino de Jesús y de su buena nueva, y que es lo siguiente: la verdadera muerte no es la muerte física, corporal, sino el rechazar a Jesús y su predicación. Es el replegarse en si mismo y rechazar amar como él nos amó. ¡Sólo el amor es más fuerte que la muerte!
Veamos muy brevemente como este potente mensaje está tratado por el evangelista en el evangelio de hoy.
Parte poniendo el tema del miedo frente a la muerte física: es lo que sienten los discípulos (y, porqué no decirlo, también todos nosotros). Volver a Judea, donde buscan matar a Jesús, es exponerse a morir y sería el fin de cómo los discípulos conciben el proyecto de Jesús. Para ellos salvarse significa evitar la muerte física; para Jesús es tener una vida que supera la muerte: la vida que él ofrece es más fuerte que la muerte. En ese contexto hay que situar la reviviscencia de Lázaro como una especia de parábola.
La vida que Jesús comunica tiene su fundamento en la solidaridad y el amor sin límites. Jesús manifiesta su amor, amistad, cariño por Lázaro (lo “amaba”, “se estremece”, “se conmueve profundamente”, “llora”). El desarrollo del relato va poner de manifiesto que esos sentimientos de Jesús por Lázaro (que son los de Dios por cada uno de nosotros) son más fuertes que la muerte física y son capaces de revivirlo. El relato – parábola nos describe maravillosamente aquella frase de Aparecida: “Jesús rostro humano de Dios y rostro divino del hombre”. Este séptimo y último signo del evangelio de Juan prepara al lector a reconocer la divinidad de Jesús (= la Vida y la Resurrección) precisamente en su plena y total humanidad que se manifiesta en sus profundos sentimientos por Lázaro.
Aquí está el gran desafío de la fe en Jesús. En ese punto se asoma la figura de Tomás: “Vamos también nosotros a morir con él”: maravillosa generosidad de Tomás, dispuesto a seguir a Jesús hasta la muerte (es como el doble de Jesús “mellizo”). Pero recién palpando las heridas de Jesús resucitado, entenderá la victoria de la vida (del amor-solidaridad) sobre la muerte.
La fe de Marta comparte la creencia de la resurrección al final de los tiempos, como recuperación de esta vida. Entonces Marta espera una intervención milagrosa de Jesús por su hermano. Que “resucitará en el último día” es algo muy lejano. Marta no comprende la novedad de Jesús. Al decir Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida”, la resurrección depende de la vida: Jesús es la resurrección por ser la vida. La vida que él comunica, sus sentimientos por Lázaro, al encontrarse con la negación de la vida, la muerte de Lázaro, la superan. A esto se llama resurrección. No está relegada a un futuro, porque Jesús, que es la vida, está presente. Jesús completa la explicación: “el que vive y cree en mí, no morirá nunca”.
El dolor que manifiesta Jesús es un dolor-amor por su amigo Lázaro en contraste con el dolor por la muerte sin esperanza de los otros personajes. En la resurrección de Lázaro, la vida que vence la muerte manifiesta la Gloria-Amor de Dios, tema central del cuarto evangelio.
Se me ocurre que los santos nos ayudan a entender este misterio ofrecido por Jesús a nuestra fe que la vida – amor solidario que él comunica es más fuerte que la muerte.
Podemos mirar al Padre Hurtado: nos marcó el camino, sigámoslo.
Alberto Hurtado vivía en Dios porque hizo la experiencia del amor profundo de Dios por él. Y manifestó ese ‘entusiasmo’ (lo que etimológicamente significa centrado en Dios) amando, especialmente a los pobres y excluidos, porque en ellos estaba Cristo. “El Padre y yo somos uno” dice Jesús en el evangelio de Juan (10, 30). El Espíritu del Padre se manifiesta en todo el accionar cristiano del P. Hurtado. Se dejaba traspasar por la vida divina para así dar vida a muchos hermanos.
El P. Hurtado vivió su propia muerte como Pascua, como paso hacia el Padre, y con alegría. Veía que iba a recibir en plenitud esa vida que comunicó tan generosamente a los preferidos de N.S.: los pobres.