11º Domingo ordinario: Mc 4, 26-34
El evangelio de Marcos se escribió
alrededor del año 70, probablemente para la joven y pequeña comunidad cristiana
de Roma, en tiempos del todopoderoso imperio romano. Allí los cristianos son
una pequeña e insignificante minoría en un mundo adverso y hostil al mensaje
cristiano. Tenían que luchar contra el desánimo y las defecciones. El
evangelista busca animarlos: ¡no se rindan! Sigan sembrando la semilla de la
palabra de Dios. En ese contexto, Marcos pone en boca de Jesús dos pequeñas
parábolas sobre el Reino de Dios. Invita a los seguidores de Jesús a tener
paciencia en su misión de dar a conocer el proyecto del Padre que Jesús vino a
anunciar.
Hay que trabajar con humildad y
paciencia como el sembrador que esparce la semilla. Todo el resto es algo
misterioso y maravilloso: el granito que produce un tierno tallito, luego una
espiga donde van madurando lentamente nuevas semillas.
Una segunda comparación nos pone una
semilla aun más modesta: la del grano de mostaza. Termina produciendo un
arbusto grande y vigoroso donde los pajaritos vienen a anidar. Ambas parábolas,
tomadas de la vida campesina de Galilea, ilustran cómo los discípulos de Jesús estamos
llamados a acoger la palabra y a anunciarla sin preocuparnos demasiado de la
eficacia, del éxito, del rendimiento. Es una invitación a ser en primer lugar
humildes colaboradores de la palabra de Dios, simples sembradores antes que
cosechadores.
En nuestro mundo cada vez más
secularizado y donde la Iglesia institucional ha perdido su posición social
dominante durante muchos siglos, conviene insistir en el mensaje del evangelio
de hoy: ser humildes sembradores del proyecto de Dios para los hombres. No es
algo grandioso ni aparatoso. Es algo tan sencillo como el grano de mostaza, la
más pequeña de las semillas, pero que va creciendo secretamente en el corazón
de las personas.
Aquí viene la enseñanza y el mensaje
central: es Dios el que da el crecimiento a su Reino, es decir el advenimiento
de un mundo más justo y equitativo, un mundo de hermanos, un mundo donde hay
espacio para que todos los seres humanos puedan vivir su vida con dignidad.
Para nosotros los sembradores y
anunciadores, aquello es un gran y profundo acto de fe. Hacemos el esfuerzo
inicial de la siembra, pero al final todo depende de la gracia, de Dios cuyo
reino quiere venir a nosotros, como lo rezamos en la oración que Jesús mismo
nos enseñó.
Por cierto que el acto de anunciar y
sembrar hoy requiere de renovada creatividad. Ya no ayudan mucho las antiguas
recetas o las catequesis tradicionales.
Tenemos que confiar y ejercernos en
el acto de fe que el evangelio sigue siendo hoy la gran buena nueva para la
renovación, la vida y la salvación de nuestro mundo.
La próxima semana tendrá lugar la
nueva cumbre mundial sobre “Desarrollo sustentable” en Rio. Participarán más de
135 países. El tema central se expresa en el lema: “El futuro que queremos”. El
texto preparatorio de las Naciones Unidas sigue centrado en la economía, la que
no sale del esquema de “economía de mercado” cuyo principio articulador es el
“negocio”. Esta perspectiva está destruyendo nuestro planeta con consecuencias
cada vez más a la vista. ¿Cómo recuperar una mirada de respeto al planeta, a lo
que la sabiduría indígena llama la “pacha mama” o lo madre tierra? ¿Cómo
generar nuevas conductas humanas a partir de lo que nos dice hoy la naturaleza?
¿Cómo entrar en la actitud de humildad del sembrador de las pequeñas parábolas
de hoy?
El desafío no es menor, porque puede
ser una tarea de sobrevivencia de la humanidad aprender a descifrar
inteligentemente lo que la naturaleza nos está diciendo en vez de seguirla
explotando vorazmente.