32º Domingo: Mc 12, 38-44
Se encuentra gente que
tienen una mirada aguda sobre nuestra convivencia hoy en día y distinguen rápidamente
entre la locura del “show”, de los
que buscan llamar la atención y los que tienen los verdaderos gestos sencillos.
Sin duda Jesús fue de esas
personas agudas y excepcionales: no se dejaba engañar por las apariencias. “Cuídense
de las personas…a quienes les gusta ser saludadas y ocupar los primeros
asientos en las sinagogas y los banquetes…” Las palabras de Jesús se dirigen a
personajes influyentes y muy considerados en aquella sociedad. Jesús desenmascara su actitud falsa.
¿Qué nos diría hoy? ¿Sobre
quienes se detendría su mirada aguda? Tal vez observaría tantos personajes
influyentes de nuestra pantalla chica de TV que esconden su vacío interior con
un show rutilante o con declaraciones grandilocuentes. Tal vez fiscalizaría la
pobreza espiritual con la que hoy se entretiene de manera abusiva a las grandes
masas.
Seguramente llevaría
nuestra atención hacia todos y todas aquellos que sencillamente buscan hacer
bien su trabajo, que ayudan a algún hombre o mujer enferma,
que practican sin ningún aspaviento la solidaridad, que son fieles a sus
compromisos. Nos señalaría a todos aquellos padres heroicos que cuidan con
esmero y sacrificio a su hijo o hija con alguna deficiencia síquica o física y
buscan educarlos con infinito amor y paciencia. Nos mostraría a todas estas
personas que luchan por avanzar en la vida a pesar de sus sueños rotos y sus
ideales dañados y que aun con gran adversidad, crecen como personas atentas a los
dolores y sufrimientos de los demás. Nos llevaría a seguir a aquellos que se meten en los lugares de
marginalidad y exclusión y se vinculan con los que viven tristes y abandonados.
Ellos, a pesar de vivir desesperanzados, son aun capaces de “darlo todo” a
otros que están peor que ellos mismos.
El Reino de Dios se juega y
acontece en el corazón de los pequeños y humildes capaces de darse por entero.
La viuda del evangelio de hoy es un modelo. Ella no da así no más, sino “de su
indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”.
En nuestra Iglesia latinoamericana
del siglo XXI, ¿somos consecuentes con la declaración tantas veces proclamada de
la opción preferencial por los pobres, “la que está implícita en la fe cristológica
en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su
pobreza”(Benedicto XVI en Aparecida)? ¿Se les acoge, hay preocupación por
ellos, está viva y operante la opción por los pobres? ¿Pueden sentirse bien y
tener poder de decisión en las comunidades eclesiales? ¿No reproducen a veces
nuestras asambleas cristianas las mismas segregaciones sociales que observamos
en nuestras urbanizaciones? Como Jesús, que tengamos ojos para mirar y
discernir por dónde pasa el Reino de Dios y qué se opone a su Reino.
Decía San Alberto Hurtado: “Donde
termina la justicia empieza la caridad”. Siempre acecha el peligro que todos
estamos de acuerdo en practicar la caridad descuidando el compromiso por la
justicia. Si bien no hay porque dar
necesariamente hasta el “último peso” como la viuda del evangelio,
estamos invitados a atrevernos a “darnos a nosotros mismos” y a comprometernos
con el sueño de Dios y de su Reino, donde los últimos son los primeros.
“Darse es cumplir la
justicia” repetía el P. Hurtado. Entrar en esta línea de solidaridad es
bastante más exigente que dar una limosna.
El evangelio de hoy es un
llamado a la conversión, no sólo la conversión personal sino también la
conversión de nuestra comunidad cristiana: desde la preferencia por los grandes
y poderosos hacia la preferencia por los más pequeños.