Domingo 12º del tiempo ordinario: Lucas 9, 18-24
Los evangelistas nos muestran a Jesús
en oración en los momentos importantes de su vida, momentos que suelen ser destacados por los evangelios. ¿Y qué
momento más importante cuando se trata de ahondar en la identidad y la misón de
Jesús? Es el tema del evangelio de hoy día.
Jesús, el hijo de María, el carpintero
de Nazaret, pasaba por uno más de su pueblo. Se referían a él como “el hijo de
José” (Lc 4, 22) y muchos se extrañaron y “se pusieron furiosos” cuando, en su
opinión, tomó atribuciones que de ninguna manera le correspondían. Fue tal la
indignación que los cercanos de su pueblo quisieron “despeñarlo”. ¡Y eso que
era sólo el comienzo de la misión de Jesús!
Sus discípulos, después de la
resurrección y los primeros cristianos vieron en él, a la luz de la fe, al “Señor”,
al “Hijo de Dios”. Nosotros también
confesamos a este hombre como la transparencia plena de Dios, “la imagen de
Dios invisible”(Col 1, 15), en quien Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.
Pero, como muy bien lo afirma el Concilio Vaticano II, también seguimos viendo
en Jesús a aquel que "trabajó
con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre" (Gaudium et Spes 22).
Por tanto, podemos
también afirmar que su oración fue una oración de hombre. Su encuentro
frecuente con Dios en la oración respondió a una necesidad vital de comunicación
y de comunión con su Padre para que pudiera cumplir cabalmente la misión que
iba descubriendo paulatinamente: encarnar la plenitud del ser humano, “amando a
los suyos hasta el extremo” (Jn 13, 1).
El evangelio de hoy
nos sitúa a Jesús habiendo tomado plena conciencia de su misión de amar a los
suyos hasta el final con todas las consecuencias: “El Hijo del hombre debe
sufrir mucho, ser rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los
escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. La misión de los
discípulos no es ajena a este camino que espontáneamente rechazamos, porque: ¿Quién
está dispuesto a enfrentar el dolor, el sufrimiento, el rechazo de las
autoridades y de los conciudadanos hasta llegar a la muerte? Ciertamente que es
una propuesta totalmente contracultural.
En efecto, nuestra cultura busca afanosamente cómo tener éxito, cómo llegar a
ser alguien, cómo ser valorado y apreciado por los demás, cómo generar riqueza,
acumularla y ostentarla, cómo prolongar la vida. Son todos rasgos fuertes y de
peso en nuestra cultura actual. La respuesta de Jesús a lo que tanto se busca
promover en nuestra cultura contemporánea es demoledora: “El que quiera
seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí,
la salvará”.
Parece que no
podemos estar más mal con este lenguaje tan contracultural en el mundo en que nos toca vivir.
Aquí reside precisamente
la gran paradoja de la tarea de la evangelización. Hoy ciertamente la paradoja
se manifiesta más que nunca. El tema tiene sumamente preocupado a la Iglesia.
Fue aquella preocupación de fondo el gran tema en la última Conferencia Episcopal
Latinoamericana y del Caribe en el santuario de la Virgen de Aparecida en
Brasil. Recordemos que el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco,
fue el Presidente del comité de redacción del documento final. Basándose
parcialmente en el conocido método del “Ver, Juzgar y Actuar”, el documento se
divide en tres partes, cuyo eje central, como hilo conductor es: ser “discípulos misioneros”.
Ver: “La vida de nuestros pueblos hoy”, mirando la muy compleja situación
de la cultura contemporánea que no es una época de cambios sino un verdadero
cambio de época, con todas las incertidumbres y desorientaciones que eso
conlleva, pero que, al mismo tiempo, pareciera ser una corriente irreversible.
Mirando atentamente esta compleja realidad, se pueden formar los juicios que
podrán, posteriormente, inducir a acciones transformadoras.
El “Juzgar” la realidad desde luego es a la
luz de la fe en Jesucristo y su Evangelio. La segunda parte del documento nos
describe entonces “La vida de Jesucristo en los discípulos misioneros”. Su
Evangelio o Buena nueva para los hombres de hoy: para la dignidad humana, la
familia, la actividad humana del trabajo, de la ciencia y de la tecnología, el
destino universal de los bienes y la ecología. La vocación de los discípulos
misioneros a la santidad: es el apremiante llamado que nos hace el evangelio de
hoy precisamente. Aquello no se limita al ámbito personal, individual sino
tiene su meta comunitaria. Por eso el documento nos habla de la comunión de los
discípulos misioneros en la Iglesia. Los discípulos misioneros tienen la misión
de generar comunión y comunidad dentro de la múltiple y colorida diversidad. Por
supuesto que tan grandes desafíos requieren de una sólida formación. Por eso el
documento termina esa segunda parte con una amplia descripción del “itinerario
formativo de los discípulos misioneros”.
La meta es concretar
todo aquello en la vida de nuestros pueblos: ¿cómo actuar?
¿Cuáles son los
derroteros para que fluya abundantemente “la vida de Jesucristo para nuestros
pueblos”? El documento señala cuatro vertientes:
1.
La misión de
los discípulos al servicio de la vida plena.
2.
El Reino de
Dios y promoción de la dignidad humana.
3.
Familia,
personas y vida.
4.
Nuestros
pueblos y la cultura.
Sabemos que del
dicho al hecho queda un gran trecho. El desafío es enorme. En sus 2000 años de
historia, no es exagerado decir que jamás la Iglesia ha enfrentado un panorama
de evangelización tan complejo.
Frente a los grandes
y complejos momentos, es necesaria la oración, como nos señalan los evangelios
en la vida de Jesús. De un modo muy especial la oración e invocación del Espíritu
Santo para que “renueve la faz de la tierra”, para que todos, sin exclusión de
nadie, nos entusiasmemos y nos dejemos llevar por la fuerza misteriosa y la
gracia del Espíritu Santo que todo lo puede.
Resumiendo con una
frase de J.A. Pagola que sintetiza bien el sentido de la vida de Jesús y por
ende lo que es la evangelización liberadora:
“Lo que más le interesa a Dios no es la
religión, sino un mundo más humano y amable. Lo que busca es una vida más
digna, sana y dichosa para todos, empezando por los últimos. Lo dijo Jesús de
muchas maneras: una religión que va contra la vida, o es falsa, o ha sido
entendida de manera errónea. Lo que hace feliz a Dios es vernos felices, desde
ahora y para siempre. Esta es la Buena Noticia que se nos revela en Jesucristo:
Dios se nos da a sí mismo como lo que es: Amor”.