29º Domingo: Lc 18, 1-8
Orar no
cambia al mundo: cambia al hombre y el hombre cambia al mundo (Albert Einstein)
En uno de sus
comentarios al salmo 38, San Agustín habla de “orar sin cesar, “orar siempre”.
Escribe: hace falta siempre estar de rodillas, tirarse al suelo o levantar las
manos, porque dice “oren siempre”. Si llamamos orar sólo eso, por supuesto no
se puede siempre. Hay otra oración, interior y que no conoce fin, es el deseo.
Su deseo es su oración y cuando no cesa el deseo, entonces se ora siempre.
Pero ¿cuál es
ese deseo que hay que cultivar siempre en el corazón?
Hemos
escuchado la parábola del juez y la viuda y la respuesta de Dios.
El impacto de
la parábola proviene, no de la explotación de la viuda, pues eso era lo común,
sino de su público y persistente grito por la justicia. Una mujer, viuda, sin
derechos, está exigiendo sus derechos, públicamente y compareciendo
continuamente, levantando un notorio alboroto y enfrentando sola y abiertamente
al juez (es una situación inimaginable y que sólo una parábola podía
reproducir). No sabemos exactamente lo que reclama pero litiga con un
adversario varón, tal vez por una situación de herencia, la parte con la que se
quedaba después de la muerte del marido. La situación de la mujer podría ser de
vida o muerte; se enfrenta a la pobreza y al hambre si sus derechos no son
respetados.
Aquí la viuda, como
prototipo del pobre carente de todo derecho, es ejemplo de esta tenacidad y
persistencia ante Dios. Debemos por lo tanto aprender de los pobres a rezar con
tenacidad. En la Iglesia de Lucas es el pobre el modelo de la oración y de
la relación con Dios en general.
¿Qué
significa que la oración sea escuchada por Dios?
En el texto se
repite cuatro veces la expresión: 'hacer justicia'. En toda la Biblia la
'justicia' no se refiere a cuestiones de leyes o a asuntos de tribunales de
justicia, a cuestiones de derechos y deberes. Hacer justicia
fundamentalmente es liberar, y designa la actividad más propia y
característica de Dios. Dios hace justicia al pobre cuando lo libera de su
pobreza y opresión.
En la parábola aparece un juez, pero la interpretación
de la parábola supera ampliamente el contexto de un tribunal. Juez es aquí una
autoridad genérica que arregla asuntos sociales en una ciudad. La parábola muestra
un juez corrupto, que no teme a Dios y ni respeta a las personas. Esta realidad
era trágica especialmente para los pobres. Dios no es presentado como un juez
justo, sino como uno que 'hace justicia' lo que sobrepasa la realidad de
un tribunal.
Dios hace justicia a
sus elegidos cuando claman a él día y noche. Desde el Éxodo, Yahvé se define
como el Dios que escucha el clamor de los oprimidos y decide liberarlos. Cuando
los pobres claman, Dios hace justicia pronto.
Sin embargo la
realidad de cada día revela que esa prontitud sufre demora y postergación. La
Iglesia de Lucas constataba que las situaciones de dolor y sufrimiento
perduraban aun con la oración persistente de la comunidad.
Comprobamos a diario
las grandes injusticias y sufrimientos en nuestro mundo. El Dios de Jesús no es
el Dios omnipotente del Antiguo Testamento que liberó “con mano fuerte y brazo
extendido” a su pueblo de la esclavitud de Egipto. No, bien al revés: es el
Dios encarnado en los dolientes y sufrientes. ¡Que no nos desesperen esas
grandes injusticias en el mundo! Jesús nos invita a hacernos presentes donde El
se hizo presente.
Por eso la pregunta
del último versículo: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?” es una interpelación a nuestra fe. ¿Vivimos la fe en rezos y oraciones
meramente para “nuestras” intenciones para que Dios cumpla lo que le pedimos
con nuestra mirada humana? Por cierto es legítimo y bueno pedir por nuestras
necesidades. Pero el evangelio de Jesús nos invita a entrar en su mirada al
ponernos el ejemplo de esa pobre viuda. ¿Nos atrevemos a pedir como la viuda,
con insistencia, denunciando las injusticias? Porque una manera de cómo Dios
revela su justicia es a través de hombres y mujeres que están dispuestos a
jurgarsela por la paz y la justicia en nuestro mundo. Valorar toda vida humana
y sobre todo de los excluídos para “brindarle un hogar” al Cristo pobre y sufriente que vive en
ellos.
Hacer justicia a los
pobres es la gran misión que recibió la Iglesia. Nos lo recuerda a menudo el
Papa Francisco buscando poner a la Iglesia en la senda del Jesús de los
evangelios.