viernes, 4 de marzo de 2011

6 de marzo de 2011: 9º Domingo ordinario, Mateo 7, 21-27

9º Domingo ordinario: Mt 7, 21-27

El evangelio de hoy es la conclusión del gran discurso de Jesús que se inició con la proclamación de las Bienaventuranzas.
La conclusión de este importante discurso, cuyo tema central es “el Reino de Dios” (“Reino de los cielos” prefiere decir Mateo) apunta a la condición de los discípulos de Jesús.
Al terminar el itinerario de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio propone “la contemplación para alcanzar amor”. Y como primera nota señala que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”.
Es exactamente lo mismo que nos dice hoy el primer versículo: “No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo”.  ¿Y qué significa “cumplir la voluntad de mi Padre”? Es “un hacer”, un “poner en práctica” el discurso que acaba de pronunciar Jesús.
Al comentar las Bienaventuranzas y especialmente la primera: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”, escribí esta bienaventuranza debe entenderse más bien como una  vocación y una misión a luchar contra la pobreza de los hombres y de los pueblos. “Elegir ser pobre o tener alma de pobres” es sentir la llamada para trabajar por un mundo sin pobres, sin miseria y sin los  sufrimientos causados por los hombres. Es una llamada a romper con la ambición y con el deseo de tener cada vez más; es una propuesta de solidaridad -la solidaridad con los más débiles es la expresión social del auténtico amor cristiano- con los pobres.
Como en la vida de Jesús y su práctica incansable con los marginados, excluidos, enfermos etc., el discípulo auténtico es el que actualiza hoy “lo que Cristo haría en mi lugar”.
Esa práctica (¡y no otra!) es la que da sentido, solidez y consistencia a nuestra vida. Para decirnos eso, Jesús usa la metáfora de la casa construida sobre arena y sobre roca. Demás nos habla fuerte esa metáfora de Jesús a nosotros que vivimos en tierra de temblores. Lo edificado sobre fundamentos sólidos resiste: no se parte ni menos se viene abajo, mientras las construcciones con fundamentos inconsistentes se derrumben. ¡No hay tercera vía!