jueves, 20 de septiembre de 2012

25º Domingo: Mc 9, 30-37


25º Domingo: Mc 9, 30-37

Estamos ya en la segunda mitad del evangelio de Marc. Hemos escuchado la confesión de fe de Pedro y, a partir de allí,  el nuevo camino de Jesús hacia su destino: Jerusalén donde va terminar su vida de manera trágica. Aquello mismo de su fracaso en la capital lo vuelve a recalcar a sus discípulos. Pero el horizonte de fracaso de la vida de su maestro no entra en sus mentes. Siguen soñando para él y para ellos un camino de éxito: ser considerados por los hombres. El proyecto que anida en su corazón es radicalmente distinto al proyecto en el corazón de Jesús. Ellos sueñan y se entusiasman con “un reino de Dios” que signifique recuperación de poder, de prestigio, de triunfo. Les cuesta mucho soltar ese sueño de pura ambición humana – todo aquello que sigue moviendo nuestro mundo actual y también nos entra a cada uno de nosotros hasta por los poros – y entrar en el proyecto de Jesús, un proyecto de amor y servicio sin condición y sin límite.
La clarividencia de Jesús desenmascara la ambición de los suyos: “¿De qué hablaban en el camino?” Esa misma pregunta de Jesús nos debe seguir cuestionando a fondo: ¿Qué me mueve a diario en mi vida? ¿Qué metas me propongo y para qué? Si queremos ser auténticos discípulos de Jesús, no podemos evadir la respuesta y mirar para el lado.
Como Jesús convocó a sus discípulos para rectificar y reorientar su proyecto de vida, así también nos interpela su palabra hoy. Su respuesta atraviesa los siglos, las tradiciones y hasta las instituciones más importantes y las doctrinas más sabias. “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
¿Quién puede entusiasmarse con esa respuesta? ¿Se fijan nuestros ojos y nuestros deseos en los miles de aquellos “hombres y mujeres de rostro desconocido, a quienes nadie hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio desinteresado a los demás. Personas que no viven para su éxito personal. Gentes que no piensan solo en satisfacer egoístamente sus deseos, sino que se preocupan de la felicidad de otros?” (J.A.Pagola)
Que la palabra de Jesús abra nuestros ojos y nuestros corazones para emprender el camino que nos libera de todo lo que nos puede mantener cautivos: tantos espejismos de las ambiciones humanas que se van esfumando cuando corremos detrás de ellos. Como dice San Agustín: “Señor, tu has hecho nuestro corazón a tu medida y solo encuentra su descanso en Ti.”
¡Aquí Jesús nos pone de ejemplo a un niño!
Muchas actitudes y reacciones de los niños nos desarman: su mirada inocente, su capacidad de gozar con muy pocas cosas, su simple disfrute de cosas sencillas de la vida.
Los evangelios son insistentes en que nos volvamos como niños y en acogerlos en nombre de él, porque “quien acoge a un niño en nombre de Jesús, a él lo acoge”.