25º
Domingo: Mc 9, 30-37
Estamos ya en la
segunda mitad del evangelio de Marc. Hemos escuchado la confesión de fe de
Pedro y, a partir de allí, el nuevo
camino de Jesús hacia su destino: Jerusalén donde va terminar su vida de manera
trágica. Aquello mismo de su fracaso en la capital lo vuelve a recalcar a sus
discípulos. Pero el horizonte de fracaso de la vida de su maestro no entra en sus
mentes. Siguen soñando para él y para ellos un camino de éxito: ser
considerados por los hombres. El proyecto que anida en su corazón es
radicalmente distinto al proyecto en el corazón de Jesús. Ellos sueñan y se
entusiasman con “un reino de Dios” que signifique recuperación de poder, de
prestigio, de triunfo. Les cuesta mucho soltar ese sueño de pura ambición
humana – todo aquello que sigue moviendo nuestro mundo actual y también nos
entra a cada uno de nosotros hasta por los poros – y entrar en el proyecto de
Jesús, un proyecto de amor y servicio sin condición y sin límite.
La clarividencia de
Jesús desenmascara la ambición de los suyos: “¿De qué hablaban en el camino?” Esa
misma pregunta de Jesús nos debe seguir cuestionando a fondo: ¿Qué me mueve a
diario en mi vida? ¿Qué metas me propongo y para qué? Si queremos ser
auténticos discípulos de Jesús, no podemos evadir la respuesta y mirar para el
lado.
Como Jesús convocó a
sus discípulos para rectificar y reorientar su proyecto de vida, así también
nos interpela su palabra hoy. Su respuesta atraviesa los siglos, las
tradiciones y hasta las instituciones más importantes y las doctrinas más
sabias. “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el
servidor de todos”.
¿Quién puede
entusiasmarse con esa respuesta? ¿Se fijan nuestros ojos y nuestros deseos en
los miles de aquellos “hombres y mujeres de rostro desconocido, a quienes nadie
hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio desinteresado a los
demás. Personas que no viven para su éxito personal. Gentes que no piensan solo
en satisfacer egoístamente sus deseos, sino que se preocupan de la felicidad de
otros?” (J.A.Pagola)
Que la palabra de
Jesús abra nuestros ojos y nuestros corazones para emprender el camino que nos
libera de todo lo que nos puede mantener cautivos: tantos espejismos de las
ambiciones humanas que se van esfumando cuando corremos detrás de ellos. Como
dice San Agustín: “Señor, tu has hecho nuestro corazón a tu medida y solo
encuentra su descanso en Ti.”
¡Aquí Jesús nos pone
de ejemplo a un niño!
Muchas actitudes y
reacciones de los niños nos desarman: su mirada inocente, su capacidad de
gozar con muy pocas cosas, su simple disfrute de cosas sencillas de la vida.
Los evangelios son
insistentes en que nos volvamos como niños y en acogerlos en nombre de él,
porque “quien acoge a un niño en nombre de Jesús, a él lo acoge”.