miércoles, 19 de diciembre de 2012

4º Domingo de Adviento: Lc 1, 39-45


4º Domingo de Adviento: Lc 1, 39-45


El evangelio de hoy presenta a dos mujeres en un entrañable encuentro de dos embarazadas. Isabel, la que se llamaba estéril y estaba en su sexto mes de embarazo de Juan Bautista, el gran profeta y precursor de Jesús Mesías. María, la joven muchacha recién embarazada de Jesús. María no es su nombre real. Es la traducción griega de su nombre hebreo ‘Miriam’. Sus padres la llamaron Miriam, la hermanita de Moisés, la que estuvo observando y cuidando que el pequeño Moisés fuera rescatado de las aguas de la muerte y llevado a la corte del faraón.

Después de la liberación de la esclavitud de Egipto, acompañó a Moisés y a Aarón como conductora del pueblo. Miriam conduce a aquellos que se juegan por los oprimidos. Canta su Magnificat por la liberación de Israel. Isabel, traducción castellana de Elizabeth, aclama a voz en grito, es decir ‘llena de alegría’: “Bendita tu entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Elizabeth, en hebreo ‘Eliseba’, lleva el mismo nombre que la mujer de Aarón. En los tiempos bíblicos, los nombres de las personas son muy importantes. El nombre que recibe una persona suele indicar cual es su misión. María, la que va a ser la madre de Jesús Mesías, es la nueva Miriam. Como su patrona y junta con Isabel, la sucesora de Eliseba, está a la cuna de la liberación de Dios.

Con su maternidad, esas mujeres están haciendo historia. Es el amanecer de un nuevo futuro. Juan Bautista preparará el camino a Jesús con su predicación y llamado a la penitencia y conversión. Jesús, ‘Yeshua’, que significa ‘Dios salva’, traerá como Mesías la esperada salvación y liberación en nombre de Dios. En él, el Reino de Dios de la alegría, la paz, el amor y la justicia se irá abriendo camino. La vida de Jesús transparenta el amor de Dios por los hombres. María irá experimentando y realizando progresivamente quién es realmente su hijo. Irá creyendo en él y le será fiel hasta al pié de la cruz. Y despúes, junta a las otros mujeres y los apóstoles, esperará la Pentecostés, la irrupción tempestuosa del cristianismo por la fuerza del Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, él que llenará irresistiblemente con fervor y fuego los corazones de muchos.

Ni María ni Isabel supieron lo que les esperaba y lo que iba a provocar el nacimiento de sus hijos en la historia. Como madres con gozoso embarazo, se encuentran mutuamente hoy llenas de alegría. Como madres, llenas de esperanza, de tierno amor y dedicación, han educado a su hijo y lo han visto crecer. Como madres que no entendieron el estilo de vida poco común y provocador de sus hijos, se mantuvieron fieles. Ambas llegaron a ser también madres dolorosas tocadas en lo más hondo de su corazón por la muerte cruel de sus hijos. Juan Bautista será degollado por Herodes. Jesús morirá la horrible muerte de cruz, traicionado, negado y denostado.
Al celebrar la Navidad en unos días más con cantos de júbilo y música, con luces de colores, con árboles de pascua adornados y estrellas y al contemplar el pesebre con el niño, sabemos ya como fue la vida de ‘Yeshua de Nazareth’. Entonces es para dejarnos embargar de emoción y gratitud de tanto amor de Dios por nosotros los hombres. Al igual que María e Isabel, podemos declarar felices a todos los que creen que el camino de vida del niño Jesús es un camino de salvación para todos nosotros: un camino de Luz en nuestro oscuro tiempo de crisis.

Jesús de Nazareth es nuestra esperanza por otro mundo y un mundo mejor. Él es la estrella que nos precede. ¿Pero tenemos nosotros el corazón de los pastores, de los tres sabios, de María y de José? ¿Optamos también por el establo o preferimos ir más bien al palacio del rey Herodes o de Poncio Pilato? La estrella de Jesús se detuvo sobre el establo, junto a la sencillez, la pobreza, la pequeñez, las suaves fuerzas de la paz y del Amor.