4º Domingo de
Adviento: Lc 1, 39-45
El evangelio de hoy
presenta a dos mujeres en un entrañable encuentro de dos embarazadas. Isabel,
la que se llamaba estéril y estaba en su sexto mes de embarazo de Juan
Bautista, el gran profeta y precursor de Jesús Mesías. María, la joven muchacha
recién embarazada de Jesús. María no es su nombre real. Es la traducción griega
de su nombre hebreo ‘Miriam’. Sus padres la llamaron Miriam, la hermanita de
Moisés, la que estuvo observando y cuidando que el pequeño Moisés fuera
rescatado de las aguas de la muerte y llevado a la corte del faraón.
Después de la liberación
de la esclavitud de Egipto, acompañó a Moisés y a Aarón como conductora del
pueblo. Miriam conduce a aquellos que se juegan por los oprimidos. Canta su
Magnificat por la liberación de Israel. Isabel, traducción castellana de
Elizabeth, aclama a voz en grito, es decir ‘llena de alegría’: “Bendita tu entre todas las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre”. Elizabeth, en hebreo ‘Eliseba’, lleva el mismo
nombre que la mujer de Aarón. En los tiempos bíblicos, los nombres de las
personas son muy importantes. El nombre que recibe una persona suele indicar
cual es su misión. María, la que va a ser la madre de Jesús Mesías, es la nueva
Miriam. Como su patrona y junta con Isabel, la sucesora de Eliseba, está a la
cuna de la liberación de Dios.
Con su maternidad, esas
mujeres están haciendo historia. Es el amanecer de un nuevo futuro. Juan
Bautista preparará el camino a Jesús con su predicación y llamado a la
penitencia y conversión. Jesús, ‘Yeshua’, que significa ‘Dios salva’, traerá
como Mesías la esperada salvación y liberación en nombre de Dios. En él, el
Reino de Dios de la alegría, la paz, el amor y la justicia se irá abriendo
camino. La vida de Jesús transparenta el amor de Dios por los hombres. María
irá experimentando y realizando progresivamente quién es realmente su hijo. Irá
creyendo en él y le será fiel hasta al pié de la cruz. Y despúes, junta a las
otros mujeres y los apóstoles, esperará la Pentecostés, la irrupción tempestuosa
del cristianismo por la fuerza del Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, él
que llenará irresistiblemente con fervor y fuego los corazones de muchos.
Ni María ni Isabel supieron lo que les
esperaba y lo que iba a provocar el nacimiento de sus hijos en la historia.
Como madres con gozoso embarazo, se encuentran mutuamente hoy llenas de
alegría. Como madres, llenas de esperanza, de tierno amor y dedicación, han
educado a su hijo y lo han visto crecer. Como madres que no entendieron el
estilo de vida poco común y provocador de sus hijos, se mantuvieron fieles.
Ambas llegaron a ser también madres dolorosas tocadas en lo más hondo de su
corazón por la muerte cruel de sus hijos. Juan Bautista será degollado por Herodes.
Jesús morirá la horrible muerte de cruz, traicionado, negado y denostado.
Al celebrar la Navidad en unos días más
con cantos de júbilo y música, con luces de colores, con árboles de pascua
adornados y estrellas y al contemplar el pesebre con el niño, sabemos ya como
fue la vida de ‘Yeshua de Nazareth’. Entonces es para dejarnos embargar de
emoción y gratitud de tanto amor de Dios por nosotros los hombres. Al igual que
María e Isabel, podemos declarar felices a todos los que creen que el camino de
vida del niño Jesús es un camino de salvación para todos nosotros: un camino de
Luz en nuestro oscuro tiempo de crisis.
Jesús de Nazareth es
nuestra esperanza por otro mundo y un mundo mejor. Él es la estrella que nos
precede. ¿Pero tenemos nosotros el corazón de los pastores, de los tres sabios,
de María y de José? ¿Optamos también por el establo o preferimos ir más bien al
palacio del rey Herodes o de Poncio Pilato? La estrella de Jesús se detuvo
sobre el establo, junto a la sencillez, la pobreza, la pequeñez, las suaves
fuerzas de la paz y del Amor.