5º Domingo de Resurrección: Jn 14, 1-12
El evangelio de este quinto domingo de Resurrección se sitúa en el contexto de amor y servicio de la Última Cena, seguido con un largo discurso de Jesús (4 capítulos).
Jesús habla de Dios con gran familiaridad, hablando de Él como de su Padre. Felipe (citado 11 veces en el evangelio), lo mismo Tomás (citado 7 veces; nótese que 7 es una cifra de plenitud en contraste con el 11, porque el Jesús histórico y el Jesús resucitado se revelan en plenitud a Tomás en particular) y los demás discípulos, todavía no entienden los gestos y el lenguaje de Jesús. No perciben que Dios está en él: que Dios es Jesús que se les manifiesta en la invitación al amor incondicional (13, 1) y al servicio sin restricción (signo del lavado de los pies).
Viendo a Jesús que hablaba con tanto entusiasmo de su Padre, Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. En esa petición todavía no está la fe en Jesús. Piensa que al ver (físicamente) al Padre, por fin entenderá todo aquello de los gestos y discursos de Jesús. Los discípulos habían visto a Jesús retirarse en la soledad para orar a su Padre y les hablaba de él con tanta convicción y entusiasmo. Ellos se daban cuenta que el Padre era el secreto íntimo de la vida de Jesús. Por eso se explica la iniciativa de Felipe que es algo así como: ¡déjate de hablar del Padre y organiza un encuentro con él para que lo conozcamos de una vez!
La pregunta de Felipe era seguramente la pregunta de muchos discípulos en tiempos que se escribía este evangelio entre los años 90 y 100; sigue siendo una pregunta actual para nosotros: ¿Dios, donde está, donde verlo, cómo experimentarlo y conocerlo?
De modo más general, aquí está también la pregunta y la búsqueda, tal vez no consciente, por el sentido de la vida. Porque cada pregunta por el sentido de la vida es en el fondo la pregunta por quién y cómo es Dios. A su vez, la pregunta por quién y cómo es Dios es la pregunta por lo más hondo de nuestro ser, por ese secreto dinamismo interior que nos impulsa a buscar la plenitud de nuestro ser, aquello que comenta San Agustín: “Señor tu nos has hecho para ti, y mi corazón no encuentra paz hasta descansar en ti”.
La respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe es clara: Felipe, “el que me ha visto, ha visto al Padre”.
Jesús remite a si mismo. Jesús es la imagen viviente de Dios invisible e indecible. Para ver a Dios y empezar a conocerlo, tenemos que mirar a Jesús. Como Jesús lleno de ternura y amor, así es Dios.
Como Jesús fiel y misericordioso, así es Dios.
Como Jesús cercano a los hombres y a los que sufren, así es Dios cercano a todos nosotros, especialmente a los que sufren.
Dios es Jesús. En el hombre Jesús vamos conociendo al mismo Dios.
Así también Jesús es la protesta viviente de Dios contra el mundo y contra el hombre que lo organiza a su conveniencia y al revés del proyecto de Jesús. En Jesús Dios nos deja ver que el desamor no tiene sentido, que la violencia no tiene sentido, incluso el sufrimiento y hasta la misma muerte. La resurrección de Jesús es la protesta de Dios contra el desamor, el sufrimiento y la muerte.
Así como Dios es Jesús, su imagen viviente, también Jesús es imagen viviente del hombre. Quien ve a Jesús ve también al hombre auténtico. Jesús es la palabra eterna y definitiva sobre el hombre. Por eso dirá con toda razón a Tomás: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Jesús es Camino. Entre los muchos caminos que ofrece el mundo, el camino de Jesús es un proyecto de liberación para el hombre. Es el amor al hombre que le devuelve la razón de vivir en momentos de confusión y desesperación.
Jesús es Verdad. La palabra anunciada y testimoniada por Jesús es criterio de verdad entre tantos discursos, proyectos y filosofías que nos invaden.
Jesús es Vida. Jesús da sentido a la vida. Representa el proyecto de vida que nos puede salvar de la injusticia, de la exclusión y del caos.
“El que cree en mí hará también las obras que Yo hago y aún mayores”: es decir, por nuestras obras en la línea del proyecto y de las obras de Jesús, mostraremos también a Dios mismo a los hombres y al mundo. Donde ponemos gestos de amor, de solidaridad, de compartir generoso, allí mostramos a Dios.
Es del caso reproducir aquí parte de un discurso de Pascua de Resurrección de Benedicto XVI. “¡Cuántas veces las relaciones entre persona y persona, entre grupos y grupos, entre pueblo y pueblo están marcados no por el amor, sino por el egoísmo, la injusticia, el odio, la violencia! Son las llagas de la humanidad, abiertas y doloridas en todos los ángulos del planeta, ignoradas con frecuencia y a veces voluntariamente escondidas, llagas que desgarran las almas y los cuerpos de innumerables hermanos y hermanas nuestros. Esas llagas esperan ser aliviadas y curadas por las llagas gloriosas del Señor resucitado y por la solidaridad de todos los que, siguiendo sus huellas, realizan gestos de amor, se comprometen de hecho en favor de la justicia y derraman en torno suyo signos luminosos de esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y allí donde la dignidad de la persona humana continúa siendo vilipendiada y conculcada”.
De alguna manera el P. Hurtado quiso dejar en el Hogar de Cristo el rostro de Dios para los desheredados de Chile. Pero más allá de esa hermosa obra, invita a todos a seguir a Cristo, a “chiflarse por él”, a hacer lo que haría si estuviera en mí lugar. Nos llama “a pasar por el mundo haciendo el bien como Cristo, a despertar en nosotros el sentido de nuestra solidaridad en Cristo: recordar que somos hermanos y sufrir íntimamente con el dolor de nuestros hermanos, pues ningún dolor humano me es ajeno”. Así mostraremos de verdad al Padre.