1er
Domingo de Cuaresma: Lc 4, 1-13
Esta semana cuando se
celebraba el día de la Virgen de Lourdes, el Santo Padre Benedicto XVI anunció
repentinamente su renuncia a su ministerio de obispo de Roma y de Papa,
aduciendo su edad avanzada y sus fuerzas muy disminuidas para tamaña
responsabilidad. Agradezcamos su decisión difícil y valiente y su conducción de
la Iglesia durante un período complejo. Quedará tal vez la memoria de un “Papa
barrendero” que limpió la Iglesia de muy lastimosas conductas de sacerdotes. Al
iniciar este tiempo de Cuaresma pidamos en nuestras oraciones que el Espíritu
Santo ilumine a los Cardenales llamados a elegir el nuevo sucesor de Benedicto
XVI.
El Espíritu Santo
conduce la historia de la salvación. Es el mismo Espíritu Santo por el cual
Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María; lo confirmó como “Hijo
predilecto” en su misión durante el bautismo en el Jordán y ahora lo lleva al
desierto para vivir una profunda experiencia espiritual donde se va a enfrentar
con “el mal espíritu” representado en las tentaciones del diablo. Recordemos
que la palabra “diablo” significa “aquel que separa”, es decir aquel que busca
separar y alejar a Jesús de su misión.
Como todos nosotros,
Jesús tuvo que elegir entre dejarse llevar por el “buen espíritu”, resistiendo
las tentaciones del diablo o el “mal espíritu”.
En otros términos, es
también la confrontación entre el poder y el servicio. El poder puede ser muy
seductor. Pero aquel que decide por un mundo animado por el Espíritu de Dios,
elige el camino de la impotencia y el servicio. Porque sólo en la impotencia y
el servicio puede hacerse presente el Reino de Dios y un mundo de justicia y
amor.
Jesús pudo hacer
fácilmente mal uso de su poder, sus talentos y sus posibilidades. Fueron
tentaciones recurrentes en su vida. Nos lo atestiguan a menudo los evangelios. El
pueblo quiere coronarlo como rey; los dirigentes le piden un signo inequívoco
como prueba de que él es el Mesías; sus discípulos se oponen a que siga su
camino a Jerusalén donde padecerá grandes sufrimientos. Pero Jesús se mantuvo
fiel a su misión original. Cumplió cabalmente la voluntad de su Padre y no
buscó su propia ventaja o prestigio. Toda su vida fue una lucha por un mundo
mejor, por la vida y la dignidad de los seres humanos, especialmente los más
postergados haciendo valer así el querer de Dios.
El combate que libró
Jesús es también el combate que tiene que librar cada ser humano en su vida.
Los cuarenta días de
cuaresma pueden ser un tiempo indicado para reflexionar aquello. Atrevernos a confrontarnos con
nosotros mismos y hacernos la pregunta: ¿qué es lo que tiene real importancia
en mi vida? ¿Cuál es el fundamento de mi vida? ¿Qué principios me inspiran? Son
preguntas que surgen espontáneamente cuando llegan momentos de prueba. Pruebas
en el hogar, en el trabajo, con la salud, o graves contratiempos. Hay momentos
cuando se experimenta que la vida no es sino un soplo y uno se pregunta de qué
sirve preocuparse tanto de tantas cosas. Hay momentos cuando se percibe que no
se es él que se quisiera ser o haber sido y que se consideran períodos de su
vida como una mentira. Son los momentos oportunos para dejarse cuestionar: ¿por
dónde voy? ¿Quiero dejar que el Espíritu del Señor anime mi vida a pesar de
todo? ¿Quiero evitar dejarme seducir por los intereses propios, el poder, el
prestigio o las posesiones? Cuando todas esas cosas llegan a presentarse con
prioridad en mi vida, terminan
jugando en contra mí. Terminan atándome, privándome de libertad y termino como
un esclavo persiguiendo los ídolos del tener, del poder, del placer.
El relato de las
tentaciones de Jesús en el desierto nos enseña que no se puede idolatrar o
adorar nada de lo creado. Aquello es un desafío y una misión muy difícil. Lo
material, lo que me seduce y atrae en el poder, lo que me acomoda en la
religión, son tentaciones de todos los tiempos y que suplantan fácilmente la
palabra de Dios. Son las tentaciones que el mal espíritu nos va insinuando de
mil maneras cada día: en el pasado, en el presente y en el futuro.
Fueron las grandes
tentaciones del pueblo de Dios. Siendo ya el pueblo unificado de los israelitas
en su travesía del desierto, murieron con comida en la boca, adoraron el
becerro de oro y confiaron en su propia fuerza.
Lucas nos describe a
Jesús quien vivió las mismas tentaciones de su pueblo como se relatan en la
Biblia. Pero él se mantiene fiel a su vocación y misión. El ser humano tiene
que quedar consciente de que es creatura de Dios y que Dios es su creador. Si
lo olvida, viene a ser como un huérfano que ya no conoce su origen y llega a
comportarse como dueño de la vida y a tomar un lugar que no le corresponde.
Llega a vivir como alguien que se basta a sí mismo.
La cuaresma es un
tiempo privilegiado para ponernos nuevamente a la búsqueda de lo que da sentido
a nuestra vida y de aquello que es nuestro verdadero fundamento. Que junto al
Creador podamos los cristianos participar activamente a la venida de un mundo
de paz y justicia, orando y obrando con fe y esperanza que “venga su Reino”.