jueves, 17 de noviembre de 2011

Solemnidad de N.S.Jesucristo, Rey del Universo: Mateo 25, 31-46


Fiesta de Cristo Rey
Mt 25, 31-46

Hoy concluye el ciclo del año litúrgico con la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Es muy significativo que se nos propone el hermoso e impactante evangelio del juicio final de San Mateo. Con ello, la Iglesia nos invita a mirar hacia el final, pero no para olvidar el presente porque si hay un texto en la Biblia que tiene bien claro el presente, es éste. Mirar el futuro con los pies en la tierra y con el corazón en los hermanos.

A lo largo de su evangelio, Mateo destaca que Jesús no se ha alejado de nosotros. El evangelio de hoy es una insistente invitación a reconocerlo en nuestros hermanos que sufren: los hambrientos, los sedientos, los enfermos, los encarcelados, los sin techo, las víctimas de las drogas etc. Jesús se identifica con ellos, vive y sufre su pasión en ellos.
El quedar indiferente, el no reconocerlo en los más sufridos de nuestros hermanos, resulta en un juicio condenatorio con tremendas consecuencias (“el castigo eterno” en oposición a la “Vida eterna”).
Sin duda podemos señalar que aquí está el pecado más común y menos confesado: el pecado de omisión, el omitir el gesto de solidaridad con el prójimo.

El compromiso con los pobres es el test de nuestra fidelidad al Reino.
El amar y servirlos es amar y servir al Señor. Porque Jesús se identifica con el pobre, el pobre es un sacramento de Jesucristo.
En nuestro compromiso con ellos, se realiza la segunda petición del Padre nuestro: “Venga tu reino”.

Como “Hogar de Cristo”, no podemos dejar de mirar al P. Hurtado en relación con el evangelio de hoy. Lo más sublime del P. Hurtado es su maravilloso cristocentrismo. Así resume al Cristo de los evangelios largamente contemplado en la oración: “Pasó por el mundo haciendo el bien, un bien que no es una altiva caridad tirada al pobre, sino una efusión de un amor que no humilla, sino que comprende, compadece fraternalmente, eleva.  El gesto de Cristo es gesto de respeto, de comprensión, de compenetración afectiva con la masa doliente, de sentirse uno de ellos y de cargarse con todo su ser del lado de los que sufren, y de poner toda su palabra, su poder, su influencia del lado de ellos.

Pero hay mucho más: el pobre es Cristo mismo. El prójimo en general pero especialmente el pobre es sacramento de Cristo: “Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes en la persona de tantos niños.  ¡Cristo no tiene hogar!.. El pobre suplementero, el lustrabotas...  la mujercita de tuberculosis piojosa es Cristo.  El borracho... no nos escandalicemos: es Cristo.  Insultarlo.  Burlarse de él.  Despreciarlo es despreciar a Cristo.
Por estar Cristo en el pobre, de un modo misterioso y que sólo la mirada alimentada y entrenada por la fe descubre, hay que atenderlo con toda reverencia: “Una de las primeras cualidades que hay que devolver a nuestros indigentes es la conciencia de su valor de personas, de su dignidad de ciudadanos, más aún, de hijos de Dios… Que los detalles para dignificar al pobre sea lo más importante”. Hasta el día de hoy, eso nos cuesta un montón. Muchos son capaces de dar una limosna; una gran cantidad de personas son  capaces de dar de su tiempo a los pobres. Mientras más digno el trato, más cuesta, hasta morir por ellos como el P. Hurtado. Es muy significativo que su último deseo fuera “el que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el pobre es Cristo.”

Anticipándose a la “Iglesia de los pobres” de la que hablara el Papa Juan XXIII al convocar al Concilio Vaticano II, el P. Hurtado sin cuidarse de expresiones audaces escribe: “La Iglesia es la sociedad de los pobres, la ciudad para ellos construida.  La Iglesia (es una) ciudad edificada para los pobres; es la ciudad de los pobres.  Los ricos (son) sólo tolerados.  La Iglesia es Iglesia de pobres y en sus comienzos los ricos al ser recibidos en ella se despojaban de sus bienes y los ponían a los pies de los Apóstoles para entrar en la Iglesia de los pobres.  Grandes de esta tierra, revístanse con sentimientos cristianos y miren con respeto a los pobres.”

Concluyamos con este antiguo poema:


CRISTO, no tienes manos,
Tienes sólo nuestras manos
Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.

CRISTO, no tienes pies,
Tienes sólo nuestros pies
Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.

CRISTO, no tienes labios,
Tienes sólo nuestros labios
Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.