jueves, 12 de abril de 2012

2º Domingo de Resurrección: Jn 20, 19-31


2° Domingo de Pascua: Jn 20, 19-31

En Chile y especialmente en la zona central, en este 2° domingo de Resurrección, se celebra la popular y folclórica fiesta del “Quasimodo” (viene de la antigua antífona de entrada: “así como recién nacidos…). Hombres y mujeres enfermos que no pudieron recibir a Cristo sacramentado el día de Pascua de Resurrección, lo reciben este domingo en su casa. El sacerdote o diácono, repartiendo el Santísimo, va acompañado de una multitud de huasos a caballo o de ciclistas, todo muy adornado y pintoresco. Es una hermosa costumbre de una gran fe popular.

Precisamente es el tema de la fe en Cristo vivo, resucitado, que está central en el evangelio de hoy con la figura del apóstol Tomás. Este discípulo se caracteriza por su gran generosidad en seguir al Señor cuando invita a sus compañeros: “Vamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11, 16). Pero cuestionará luego a Jesús que dice: “ya conocen el camino para ir a donde yo voy”. Todavía con el corazón embotado Tomás le replica: “Señor no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? Conocemos bien la respuesta de Jesús: “Yo soy el camino…” (Jn 14, 6). Un poco más adelante precisa: “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre”.

En el evangelio de hoy, los discípulos llenos de alegría anuncian a Tomás: “Hemos visto al Señor”. Sabemos que en el evangelio de Juan el verbo “ver” no se refiere a una visión sensible, sino es la percepción nueva que se abre a la mirada del creyente gracias a la acción del Espíritu, como nos lo sugiere el relato por el gesto del Señor que sopla sobre ellos diciendo: “Reciban el Espíritu Santo”. Lo que los discípulos han visto a partir de la obra del Espíritu Santo en ellos es el verdadero sentido del acontecimiento de la resurrección que es el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor misericordioso sobre el odio. Eso lo entendemos por el alcance de las palabras de Jesús quien les da el poder de perdonar (es decir el poder de reconciliar a los hombres con el proyecto del Padre revelado en Jesús). Jesús les confirma el sentido redentor (reparador o de “nuevo orden”, “nueva creación”) instaurado con su Pasión gloriosa. Jesús los invita a compartir la gracia de la que son los primeros beneficiarios. Acceden (finalmente) al don de la fe (al recibir el Espíritu de Jesús). Porque, al fin y al cabo, es un ejercicio de fe, pues nada permite verificar que la reconciliación y la nueva creación estén visiblemente en marcha y que, por lo tanto, los pecados quedan efectivamente perdonados.

Tomás que aun no ha visto al Señor resucitado desde esta perspectiva, porque no estaba en la comunidad y aun no había recibido al Espíritu de Jesús, recorre un camino distinto para llegar a la fe. Llegará a creer que la misericordia del Señor ha triunfado de su pecado. El Resucitado le llama a salir de una culpabilidad que lo aquejaba probablemente a partir de la muerte (y fracaso) del Señor para acoger la vida nueva de su Espíritu. “Shalom o la paz esté con ustedes”. Con ese saludo familiar entre los judíos se presenta el Señor.

Se suele interpretar fácilmente que Tomás buscaba una prueba de la resurrección del Señor. El texto no dice que puso su mano en las llagas gloriosas de su Maestro. Como muchas veces ocurre en el cuarto evangelio, Tomás pedía un signo para creer y aceptar el amor misericordioso de su Señor. El signo es el de la Pasión y del sufrimiento, del costado abierto de donde nace la nueva humanidad. “No seas incrédulo, sino hombre de fe”.

A partir de allí Tomás puede acoger el don de la fe y pronunciar en el Espíritu la más hermosa profesión de fe de los evangelios: “Señor mío y Dios mío”. Por el Espíritu Santo reconoció en Jesús al hijo de Dios, vencedor de la muerte. Brotó la nueva creación (agua y sangre) de su corazón perforado. Aceptando la Pasión de Cristo pudo recibir la gracia de creer en la Resurrección.

¿No nos dice todo aquello que en la medida que reconocemos la Pasión de Cristo en la pasión de tantos hombres,  mujeres y niños dolientes, sufridos, vejados y que estamos dispuestos a poner nuestra mano en esas llagas, en esa misma medida el Espíritu nos dará la gracia de creer y reconocer a Cristo resucitado?
Es conmovedor el camino que recorrió el apóstol Tomás.
Desentendernos de la pasión de nuestros hermanos que es la Pasión de Cristo, nos puede dejar caer en la culpabilidad de Tomás (o la desesperanza que veremos el próximo domingo en los discípulos de Emaús).
Estando solo y fuera de la Comunidad, Tomás mantuvo su visión embotada, triste y sin fe. Estando nuevamente “con ellos”, descubre el camino de la fe.

¿No es hermoso que en el relato de hoy,  Juan nos describe a su manera el evento de Pentecostés y el nacimiento de la Iglesia, la nueva comunidad y principio de la nueva humanidad?