No está más en la tumba...
Domingo de RESURRECCIÓN: Jn 20, 1-9
¿Qué hay de tan especial en la vida de Jesús de Nazaret que después de 20 siglos, sigue siendo el personaje histórico más comentado y que más gente ha convocado a través de la historia?
Al leer los evangelios, constatamos a lo menos tres líneas destacadas de la vida de Jesús.
Jesús “revoluciona” la vivencia de la religión de su tiempo. Cuando se trata de hacer el bien al que está sufriendo o padeciendo gran necesidad, no hay prescripción religiosa que valga para no hacer el bien. “El Sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el Sábado”.
Segunda constatación. Jesús triunfa del mal “haciendo el bien”. El bien es todo aquello que promueve la vida de los seres humanos. El mal es lo que destruye su vida de una u otra manera (¡incluso puede ser la religión!); el mal es pecado. Cuantos relatos evangélicos hablan de curaciones, de perdón de pecados o de llamados a ser clementes y misericordiosos.
Lo más definitivo en la vida de Jesús es su mensaje que Él ha triunfado de la muerte, “el último enemigo”. De eso tratan todos los relatos de resurrección.
Es probable que jamás alguien hubiera hablado de la muerte de Jesús de Nazaret si no fuera porque con posterioridad, se manifestaron los acontecimientos que sus seguidores, llamados cristianos, calificaron de glorificación o resurrección. Por lo mismo estamos aquí celebrando y conmemorando el misterio de nuestra fe: “anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y clamamos por su venida”.
Los relatos de resurrección hablan de vida más allá de la muerte. Nos cuentan que Dios es fiel a la obra de sus manos. Jesús está junto al Padre (“sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso” como reza el Credo), vive para siempre. ¿No es éste el anuncio pascual?
Este anuncio pascual está en continuidad con la vida de Jesús, de su predicación y de su “praxis”. Su mensaje, su “evangelio” no habló solamente de la vida después de la muerte, sino más bien de la vida aquí y ahora antes de la muerte.
Hay vida nueva allí donde gente que no le ve más sentido a su vida, de repente recibe nuevo impulso.
¡Cuántas veces puedo ser testigo de esta maravillosa gracia en la práctica del sacramento de la reconciliación! ¡Cuantas veces en el acompañamiento, doy gracias a Dios porque lo que era una situación sin salida, se transforma en un camino de vida!
Para el creyente, no hay duda que la gracia del resucitado actuó ayer, hoy y todos los días. El hoy y el futuro de la gracia se mantiene abierto para él que no se sepulta en su pasado doloroso.
En los evangelios las mujeres no encuentran más a Jesús en la tumba. Reciben la misión de dirigirse a Galilea, allí donde se inició el relato de la vida de Jesús. Es decir hay que ir donde los hombres y hay que hacer aquello mismo que hizo Jesús, “sintiendo en ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús”(Flp 2, 5). Tratándose del bien de los seres humanos, no escudarse en el pretexto de la letra o la norma de la ley. Estar dispuesto a la reconciliación sin condición, superar el mal practicando el bien.
“Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). Por ello, sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia.” (Aparecida 112)
En la medida que la práctica de evangelización de los discípulos misioneros de Jesús se enmarca en la práctica de su Maestro, en esa misma medida Él se hará presente entre nosotros y estará cambiando nuestra historia.
A esa experiencia de resurrección estamos todos convidados.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!