sábado, 23 de febrero de 2013

2º Domingo de Cuaresma: Lc 9, 28b-36


2º Domingo de Cuaresma:  Lc 9, 28b-36
La Transfiguración

La escena de la Transfiguración aparece en los evangelios sinópticos en el contexto de la pregunta que hace Jesús a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”(Lc 9, 18)  por un lado, y por otro lado, los anuncios de la Pasión y las condiciones para seguir a Jesús: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga” (Lc 9, 23). Esto es muy duro, pero Jesús termina aclarando que “algunos de los presentes no morirán sin ver antes el reinado de Dios” (Lc 9, 27) y se apartará a algunos y les hará “ver”: así sucede en la Transfiguración.
La cruz como dolor, como sufrimiento, hasta “perder su vida por Cristo y su evangelio” (Lc 9, 24) es algo que no va con nuestra natura. Al contrario, nos repugna. Si va contra natura, entonces sólo una persona libre, es decir una persona que decide tomar este camino, puede emprenderlo.
Observemos que durante la escena de la Transfiguración, los discípulos se duermen igual que durante la agonía de Jesús en el monte de los Olivos: así pierden el diálogo entre Jesús con Moisés y Elías, también resplandecientes y que hablaban de su éxodo que iba a completar en Jerusalén: es decir su pascua o paso por la cruz hacia la resurrección. Se les va esa parte (por eso Pedro no entenderá los anuncios de Jesús de su Pasión) y sólo al final vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Es  la parte rica, la parte del espectador: “viene muy bien que estemos aquí” y quieren quedar con lo grato, lo rico, lo confortable del momento: “hagamos tres carpas”.
La transfiguración es un anticipo; es un "eclipse al revés": una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Camara: "El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón para morir”. ¡Pobres de nosotros si queremos aburguesarnos, instalarnos o acomodarnos! El «qué bien estamos aquí» es, evidentemente, "no saber qué se está diciendo".  La Cuaresma es tiempo de cambio; pero al igual que Pedro, muchos no quieren saber de cambio para quedarse donde se sienten más confortables.
La Transfiguración nos dice que “tomar cada día su cruz para dar la vida” (Lc 9, 23-24) vale la pena, porque lo que nos espera, es la maravillosa gloria de la Transfiguración. Sin embargo, requiere del compromiso: es una elección, es un jugarse por…Es decidirse por entrar en íntima unión con Dios: eso es la alianza. Como todas las alianzas de la Biblia, la alianza con Abraham se sella con sangre; Jesús, selló -en su sangre- una alianza "nueva y eterna”... Ya no es sangre de animales la que da vida y es signo de la alianza, ahora es la sangre de Cristo, su amor, su vida unida a la sangre de tantos mártires que, con su muerte transfigurada, dan vida a tantos muertos por la violencia y la injusticia.
El amor nunca es más verdadero como cuando llega hasta el final, y en el caso de Jesús, hasta dar la vida, que es el signo de amor por excelencia. Estamos ante una alianza que es amor ofrecido en generosidad, y que cada creyente confirma y reafirma “cada día” en su derramamiento de sangre, sea en el amor cotidiano, como en el martirio doloroso de tantos hermanos nuestros latinoamericanos. Y, si la muerte es el mayor de los absurdos, desde Cristo, desde su muerte y su resurrección (hoy vislumbrada en la Transfiguración), jugarse la vida, gastarla en la lucha por la justicia y la solidaridad, por la verdad y la vida, es el acontecimiento fructífero por excelencia, ya que Cristo asocia a sí mismo a una multitud de hermanos... No es que Dios quiera que nadie muera: Él es Dios de vida, no de muerte- pero nada hay más dador de vida que el amor, por eso es Dios de amor. Dios nos quiere siempre, cada día, dando vida. Es la vida y el amor lo que cuenta, es la vida por el reino, es un dar la vida para que otros vivan. Una muerte que da vida, da sentido a tantas vidas muertas.
Nos ayude el P. Hurtado durante este tiempo de Cuaresma a dar un poco más de nuestra vida a nuestros hermanos carentes de vida: es la verdadera conversión que vale a los ojos de Dios.