22º Domingo: Lc 14, 1.7-14
“Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los
principales fariseos”. Aquí tenemos los dos elementos que configuran el mundo
futuro e ideal para el judío piadoso: el descanso y la mesa compartida. Desde
siempre para los judíos era una norma social y religiosa convidar a la mesa a
gente humilde o al menos llevarles parte del banquete con ocasión de una fiesta
religiosa u otra fiesta importante. Ahora bien ese deber de compartir fraterno
se fue descuidando para convidar sólo amigos y relaciones útiles. Es
precisamente lo que Jesús echa en cara en la segunda parte. “Cuando des un
banquete, no invites a tus amigos ni a tus vecinos ricos, sino más bien a los
pobres, a los lisiados…”, a los que no podrán retribuirte.
El discurso de Jesús está en continuidad con lo que Dios quiere
para los hombres y que ya se manifestara de muchas formas en el primer
testamento. Es lo que los evangelios llamarán el anuncio del Reino o la Buena Nueva y que pasa por
considerarnos, por amar y servirnos, por erradicar todo aquello que pueda separar y dividirnos, por luchar
contra todos los flagelos que impidan una vida humana digna. Por otro lado, el
discurso de Jesús es ruptura con las distorsiones del sueño de Dios que los
hombres han introducido. La búsqueda de figuración, de afán de poder, de ser
más importante que el otro, de ser calculador para conseguir más en provecho
propio.
Con este trasfondo debemos concluir que el cristiano debe sentar
a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la
sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres,
lisiados, cojos y ciegos como se describen en los evangelios en tiempo de
Jesús. Hoy se nos agregan muchas otras categorías de personas: los sin casa,
los sin acceso a salud, los con poca oportunidad de educación, los drogadictos
etc. Quien genera un importante espacio en su vida para acogerlos y servirlos, sentirá
la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir. “Feliz de ti, porque ellos
no tienen cómo retribuirte…”
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas
de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a
quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la
mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Este domingo 1º de septiembre, iniciamos el mes de la Patria.
Pero tomemos creciente conciencia que la verdadera patria es la que nos encamina al reino de
Dios, donde no habrá más marginados, ni excluidos sociales, ni odios, ni
rencores, ni rivalidades, ni injusticias sociales. Todo eso por supuesto es un
horizonte utópico. La utopía es lo que viene a dar sentido al esfuerzo de cada
día, lo que nos anima e impulsa a hacer el bien y a soñar con este Chile para
que esté de a poco más cerca del corazón de Jesús.
¿Cuál es el camino? De eso trata el evangelio de hoy. Jesús se
ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino
que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud
entre nosotros cuando está impregnada de amor sin deseos de protagonismo,
cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último
puesto, para que no haya últimos, para que no haya quienes estén arriba y
abajo, como Jesús se propuso. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir
cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de
hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.
Que el Padre Hurtado mantenga viva en nuestros corazones la
llama de la solidaridad que no se limita al mes de la solidaridad que recién
concluyó, sino que es tarea de cada día de nuestra la vida.