miércoles, 24 de octubre de 2012

30º Domingo: Mc 10, 46-52


30º Domingo: Marcos 10,46-52

¿Cómo no me di cuenta de eso antes? ¿Cómo es posible que eso no lo entendiera y no lo viera como lo veo ahora? ¿Porqué he tenido que llegar a la edad que tengo para entenderlo?  A veces ésta es nuestra propia experiencia o escuchamos esas preguntas en conversaciones. Muchas veces nos persigue la ceguera…

En el evangelio de este domingo, Marcos relata a los lectores de su época, los cristianos de su comunidad, una experiencia parecida de los discípulos de Jesús. Esos discípulos tenían mucha dificultad para ver en Jesús al verdadero Mesías. Veían en él a un Mesías que tendría éxito, alguien que llegaría a reinar con poder y majestad. Por eso discutían quien era el más importante entre ellos, cómo ocupar el primer puesto (véase el evangelio del domingo pasado), cómo dejarse servir; estaban preocupados de sí mismos.
Ahora bien, Jesús se daba a conocer como el Mesías de pobres y pequeños, de marginados y excluidos. Iba camino a Jerusalén dónde tendría que sufrir mucho, ser condenado como un criminal y ser ejecutado. Los discípulos no querían ver aquello; no lo entendían; simplemente no lo querían ver. Y sólo después de la resurrección de Jesús, sus ojos se abrieron,  fueron sanados de su ceguera y se pusieron a seguir al verdadero Jesús, el verdadero Mesías, el rey de los pequeños, de los pobres y desclasados. Cincuenta años después de la muerte de Jesús, Marcos da ese testimonio en su joven comunidad cristiana. ¿Cómo pudieron haber sido tan obtusos aquellos discípulos? se pregunta, pero no quisieron verlo; estaban ciegos, enceguecidos. Tal vez es un poco la historia personal de Marcos; tal vez había en aquella comunidad un grupo importante de personas que tenían serios problemas para seguir radicalmente a Jesús porque tenían otro concepto del verdadero Mesías.

De todo aquello da testimonio Marcos para sus lectores a la luz de un relato: la curación milagrosa del ciego Bartimeo, hijo de Timeo.
Se describe a un mendigo ciego a la orilla del camino. Así Marcos esboza en pocas palabras el drama de este hombre y al mismo tiempo, el drama de muchos discapacitados en la antigüedad. Una discapacidad llevaba inevitablemente a la mendicidad y tendía a recluir al afectado fuera de la sociedad. Una discapacidad se relacionaba con una desgracia de la cual era responsable el mismo discapacitado o sus padres.
Aquí el afectado, Bartimeo quería recuperar la vista. Estaba ansioso por salir de su situación de marginado y excluido. Sin duda había oído hablar de Jesús y de las cosas milagrosas que hacía. Puso su confianza en la promesa del profeta Jeremías que Dios se preocupa de los ciegos y tullidos (primera lectura). En nuestro relato Bartimeo se hace oír y comienza a gritar: “por favor, ayúdenme” (“Hijo de David, ten compasión de mí”). Su grito es un estorbo para los que se encuentran allí. Lo empujan, no debe molestar a Jesús: los sanos quieren guardar a Jesús para ellos mismos. Su opción es la de un Mesías para los fuertes y los sanos, no para los débiles.
Pero Jesús se detiene. Tiene atención y vista para el ciego. A Jesús le interpela su miseria. Los discípulos no entienden que Jesús ha venido precisamente para gente como Bartimeo, para gente que quedó a orilla del camino de la vida, excluidos de la convivencia humana. Los que rodean a Jesús dan muestra de ser ellos mismos ciegos, de no ver lo que Jesús estima importante: dar la mano a aquel que necesita ayuda.
¿Qué quieres que haga por ti? le pregunta Jesús. En el evangelio del domingo pasado, Jesús hizo la misma pregunta a Santiago y a Juan. “Queremos los mejores puestos” le contestaron. “Maestro, que pueda ver”, suplica el ciego o sea que tenga un lugar en la sociedad, que sea considerado como persona. Jesús le dice: “tu fe te ha sanado”. Jesús quería que Bartimeo y todos nosotros en la figura de él, recuperáramos la verdadera vista. Bartimeo vendrá a ser un seguidor de Jesús en la continuación de su camino a Jerusalén, dónde sufrirá el momento más difícil de su vida. Ser un verdadero discípulo – seguidor de Jesús significa seguirlo en su camino del amor entregado gratuitamente.

En este relato, el llamado por seguir a Jesús se acentúa de tal modo que la sanación física de Bartimeo pasa a segundo rango. En una sola frase escuchamos hasta tres veces el verbo llamar. “Llámenlo, llamaron al ciego, te llama”. Es el llamado para entrar en el proceso del seguimiento, el proceso de cómo llegar a ser discípulo de Jesús. Este evangelio nos deja en claro que para este ciego curado y para los muchos que siguen ciego y también para nosotros, lo más decisivo es: Ver “de verdad” a Jesús y seguirlo. Tenerlo como modelo en el camino de la vida siguiendo su ejemplo. Así el relato de Bartimeo es también nuestro relato y el relato de nuestra época.