jueves, 26 de septiembre de 2013

26º Domingo ordinario: Lc 16, 19-31


Domingo 26º: Lc 16, 19-31
Parábola del “rico Epulón y Lázaro”

Dos hombres remarcables han dejado una profunda huella en el alma de Chile en el siglo pasado: San Alberto Hurtado y el Cardenal Raúl Silva Henríquez. Ambos han sido “profetas de la Justicia”. Adjunto un precioso texto redactado en el ocaso de la vida del Cardenal: “mi sueño para Chile”. Sintetiza admirablemente su pensamiento, su vida y sus grandes líneas como pastor de la Iglesia de Santiago. Es absolutamente actual e, incluso, como comentario al evangelio de este domingo.

La liturgia de la palabra trata, en el fondo, el tema de la justicia social. Sabemos que San Alberto Hurtado fue un gran precursor en la Iglesia de Chile de aquello tan profundo que nos recuerda este domingo la palabra de Dios. Se puede volver a leer el capítulo 5 de su libro:”Humanismo Social”. ¡Qué mejor comentario a la primera lectura de Amos 6, 1ª. 4-7 que estas vibrantes páginas salidas de la pluma de San Alberto Hurtado!
En el evangelio de hoy, tenemos a dos personajes: un rico y un pobre; como en otras parábolas hay dos personajes: el padre y el hijo mayor, el fariseo y el publicano, los hijos y la viña, y por lo tanto confrontan dos actitudes o dos personajes. Contrasta fuertemente la vida de uno y de otro. El rico lo pasa bien, festejando. El pobre, (y aquí un detalle insólito: lleva nombre, se llama Lázaro, abreviación de Eleazar que significa: “Dios le ayuda”) lo pasa muy mal. La referencia a los perros que se le acercaban a lamerle sus llagas ya es repugnante para nosotros hoy. Lo era aun mucho más para los oyentes de Jesús, pues además de la extrema pobreza se agrega la connotación de impureza y de paria. Hoy lo llamamos más suavemente “un excluido social”. Pero a unos y otros les espera el mismo final: la muerte. Sin embargo, acá se empieza a remarcar el contraste expresado entre “ser llevado por los ángeles al seno de Abrahán” y simplemente ser “sepultado”. La diferencia de atención entre uno y otro es evidente. Los papeles se han invertido: el pobre vivió el tránsito a pasarlo bien para siempre en el seno de Abrahán; el rico está “en el infierno” donde lo pasará mal para siempre. El rico parece entender el por qué de su situación, e incluso pretende alertar a sus hermanos para evitarlo, aunque Abraham se lo especifica: “recibiste bienes, Lázaro males”. Esto nos ubica en el contexto de las bienaventuranzas de Lucas: la inversión de la situación presente es lo que se espera para el final. «Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios... Pero ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya han recibido su consuelo» (Lc 6,20.24). En un contexto donde Lucas quiere alertar a los ricos sobre su suerte (“háganse amigos con el dinero injusto”, 16,9), sobre la posibilidad de ser recibidos en las moradas eternas, la parábola quiere indicar que sólo compartiendo sus bienes, como ya lo indicaba la Ley y los profetas, será posible participar del gozo eterno. Sólo buscando activamente que los pobres de la tierra, los “Lázaros” de este mundo, la pasen bien en sus vidas, podrán participar de los gozos eternos. En este sentido Lucas es, propiamente, un “Evangelio de los ricos”: les comunica la buena noticia que se pueden salvar -cosa que parecía imposible (ver Mc 10,23-27)- si comparten sus bienes con sus hermanos, si saben descubrir en los despreciados y ulcerosos de la tierra a verdaderos hermanos.

MI SUEÑO DE CHILE

Me preguntan por el país que sueño o que deseo. Y debo decir que mi deseo es que en Chile el hombre y la mujer sean respetados. El ser humano es lo más hermoso que Dios ha hecho. El ser humano es “imagen y semejanza” de la belleza y de la bondad de Dios. Quiero que en mi patria desde que un ser humano es concebido en el vientre de una mujer, hasta que llega a la ancianidad sea respetado y valorado. De cualquier condición social, de cualquier pensamiento político, de cualquier credo religioso, todos merecen nuestro respeto.

Quiero en mi país todos vivan con dignidad. La lucha contra la miseria es una tarea de la cual nadie puede sentirse excluido. Quiero que en Chile no haya más miseria para los pobres. Que cada niño tenga una escuela donde estudiar. Que los enfermos puedan acceder fácilmente a la salud. Que cada jefe de hogar tenga un trabajo estable y que le permita alimentar a su familia. Y que cada familia pueda habitar en una casa digna donde pueda reunirse a comer, a jugar y a amarse entrañablemente.

Quiero un país donde reine la solidaridad. Muchas veces ante las distintas catástrofes que el país ha debido enfrentar, se ha demostrado la generosidad y la nobleza de nuestro pueblo. No es necesario que los terremotos solamente vengan a unir a los chilenos. Creo que quienes poseen más riquezas deben apoyar y ayudar a quienes menos poseen. Creo que los más fuertes no pueden desentenderse de los más débiles. Y que los más sabios deben responsabilizarse de los que permanecen en la ignorancia. La solidaridad es un imperativo urgente para nosotros. Chile debe desterrar los egoísmos y ambiciones para convertirse en una patria solidaria.

Quiero un país donde se pueda vivir el amor. ¡Esto es fundamental! Nada sacamos con mejorar los índices económicos o con levantar grandes industrias y edificios, si no crecemos en nuestra capacidad de amar. Los jóvenes no nos perdonarían esa falta. Pido y ruego que se escuche a los jóvenes y se les responda como ellos se merecen. La juventud es nuestra fuerza más hermosa. Ellos tienen el derecho a ser amados. Y tienen la responsabilidad de aprender a amar de un modo limpio y abierto. Pido y ruego que la sociedad entera ponga su atención en los jóvenes, pero de un modo especial, eso se lo pido y ruego a las familias ¡No abandonen a los jóvenes! ¡Escúchenlos, miren sus virtudes antes que sus defectos, muéstrenles con sus testimonios un estilo de vivir entusiasmante!

Y por último, quiero para mi patria lo más sagrado que yo pueda decir: que vuelva su mirada hacia el Señor. Un país fraterno sólo es posible cuando se reconoce la paternidad bondadosa de nuestro Dios. He dedicado mi vida a esa tarea: que los hombres y mujeres de mi tierra conozcan al Dios vivo y verdadero, que se dejen amar por El y que lo amen con todo el corazón. Quiero que mi patria escuche la Buena Noticia del evangelio de Jesucristo, que  tanto consuelo y esperanza trae para todos. Este es mi sueño para Chile y creo que con la ayuda de María, ese sueño es posible convertirlo en realidad.

RAÚL CARDENAL SILVA HENRÍQUEZ
Santiago, 19 de Noviembre de 1991