1er
Domingo de Adviento: Lc 21, 25-28. 34-36
La liturgia inicia hoy la celebración del primer
domingo de Adviento. Sabemos que son las cuatro semanas de preparación a la
Navidad. Sin embargo, la liturgia recién pondrá lecturas y temas propios de
Navidad sólo 8 días antes. Durante tres semanas la Iglesia invita a vivir un
proceso de conversión. La conversión no es otra cosa que entrar en el
proyecto de Dios para nuestro mundo y compartir la mirada de Jesús sobre nosotros mismos, los
demás y nuestra historia. En realidad, no es poca cosa acceder a este tipo de
conversión. Trataré de profundizar en este tema durante los tres primeros
domingos de Adviento.
“Llegarán los días…”: es una invitación a la
vigilancia. No basta entrar en el ritmo de actividades de cada día como si
fueran a durar para siempre. Este mundo pasa o más bien nosotros pasamos por
este mundo para acoger a otro que se manifestará pronto. La expresión “en
aquellos días” marca como un ritmo la primera lectura: se trata de contemplar
en la fe lo que se anuncia, con el fin de orientar nuestra vida en la dirección
correcta.
Podríamos pensar espontáneamente que las palabras de
Jesús del evangelio de hoy, se refieren a un futuro lejano, a este momento
final que llamamos la Parusía, de la cual San Pablo nos precisa que será
anunciada “a la voz del arcángel y
al son de la trompeta de Dios” (1 Tes 4, 16). En realidad, si miramos de más
cerca el evangelio de hoy, descubrimos que Jesús anuncia la inminencia de su
retorno en la gloria, según un proceso que se desarrolla en el tiempo. En
efecto, Jesús revela su mensaje según un díptico: un cataclismo cósmico precede
y anuncia la venida en la gloria del Hijo del hombre. El acontecimiento inicial
se nos presenta explícitamente como una de-creación, es decir una vuelta al
caos primordial: los astros que Dios colocó en el firmamento para regular las
fiestas y las estaciones son conmovidos, los elementos en la tierra son
desencadenados. Esta des-construcción cósmica simboliza el oscurecimiento de
las facultades espirituales y la anarquía de las pasiones a consecuencia del
pecado. Las obras de la carne: “dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez”
a las que Jesús agrega “las preocupaciones de la vida”, aturden el corazón del
hombre y lo inclinan hacia abajo, hacia la tierra donde queda prisionero como
un pájaro cogido en la trampa del cazador.
La otra cara del díptico nos habla de la venida del
Hijo del hombre: “sobre una nube, lleno de poder y de gloria”. Es una alusión
directa a la Resurrección. Dios no permite que fracase su proyecto de amor:
después del triunfo aparente del pecado, se levanta Cristo resucitado, Sol de
justicia de la nueva creación que
inaugura la mañana del domingo de Pascua. Así las imágenes que Jesús usa no se
refieren al fin del mundo sino al fin
de un mundo; un mundo cerrado sobre
sí mismo, encerrado en sus miedos, prisionero del pecado y que la Resurrección
ha hecho volar a pedazos.
Bajo esta perspectiva, el avenimiento del Hijo del
hombre no es más un evento terrorífico sino, al revés, viene a ser el momento
esperado de la liberación. Esta salvación ad-viene, viene hacia nosotros de a
poco en el corazón de la historia para trabajarla desde dentro como un fermento
escondido en la masa. Desposa nuestra condición temporal y respeta nuestras opciones
y caminos. Se acerca y nos encaminamos a su encuentro. Por cierto un día la
historia llegará a su plenitud y entraremos en el mundo definitivo: en el eterno presente de Dios. Sin embargo, no
conocemos ni el día ni la hora (Mt 25, 13).
Lo que el Señor espera de nosotros es continuar
nuestro caminar a su encuentro, creciendo “cada vez más en el amor mutuo y
hacia todos los demás, fortaleciendo nuestros corazones en la santidad y
haciéndonos irreprochables delante de Dios, nuestro Padre para el día en que
Nuestro Señor Jesucristo vendrá con todos sus santos” (2ª lectura).
Vivir nuestra fe en Jesús resucitado es convertirnos
a su proyecto de un mundo nuevo y de la nueva creación. Por experiencia sabemos que es un proceso lento,
difícil, complicado. Vivimos una historia llena de dolor y de malas noticias –
las que nos ofrecen cada día por la radio, la televisión y los diarios – pero
es irreversible. Estamos en la última etapa de la evolución del hombre, el
Hombre, sin más adjetivos, que ha empezado en la muerte y resurrección de
Jesús. La gloria de este Hombre se irradia a través de todos los portadores de paz y de buenas noticias,
de todos los hombres y mujeres que trabajan por construir una sociedad más justa,
que ponen sus talentos al servicio de los marginados y desamparados. Es la otra
Historia que se escribe día tras día con actos de amor y servicio.