13er Domingo:
Lucas: 9, 51-62
Jesús emprende con decisión su marcha hacia
Jerusalén. Sabe el peligro que corre en la capital, pero nada lo detiene. Su
vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del reino de Dios.
La marcha comienza mal: los samaritanos lo rechazan. Está acostumbrado: lo
mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret.
Jesús sabe que no es fácil acompañarlo en su vida de
profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la seguridad y el
prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus discípulos. Jesús no
engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que aprender a vivir como él.
Mientras van de camino, se le acerca un desconocido.
Se le ve entusiasmado:”Te seguiré adonde vayas”. Antes que nada, Jesús le hace
ver que no espere de él seguridad, ventajas ni bienestar. Él mismo “no tiene
dónde reclinar su cabeza”. No tiene casa, come lo que le ofrecen, duerme donde
puede.
No nos engañemos. El gran obstáculo que nos impide
hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar en el que
vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que nos
exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de nuestro
pequeño bienestar. Tal vez, la crisis económica nos puede hacer más humanos y
más cristianos.
Otro pide a Jesús que le deje ir a enterrar a su
padre antes de seguirlo. Jesús le responde con un juego de palabras provocativo
y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar
el reino de Dios”. Estas palabras desconcertantes cuestionan nuestro estilo
convencional de vivir.
Hemos de ensanchar el horizonte en el que nos
movemos. La familia no lo es todo. Hay algo más importante. Si nos decidimos a
seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie debería
vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos. Todos podemos hacer
algo más por un mundo más justo y fraterno.
Otro está dispuesto a seguirlo, pero antes se quiere
despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El que echa
mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Colaborar
en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante sin
distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado.
Recientemente, el Papa Francisco nos ha advertido de
algo que está pasando hoy en la Iglesia: “Tenemos miedo a que Dios nos lleve
por caminos nuevos, sacándonos de nuestros horizontes, con frecuencia
limitados, cerrados y egoístas, para abrirnos a los suyos.”
Tal vez ha
llegado el momento en que la Iglesia, olvidando cuestiones secundarias, ha de
escuchar la llamada de Jesús: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú
vete a anunciar el Reino de Dios.»
J.A.Pagola