Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Lc 2, 16-21
Litúrgicamente, hoy es la fiesta de “Santa María Madre de Dios”.
Hoy es también el primer día del año civil, “¡Año Nuevo!” y la ya tradicional Jornada Mundial por la Paz.
La maternidad divina de María en el cristianismo es, claramente, una construcción eclesial. Los evangelios no dicen nada de ella, y no será formulada y «definida» hasta el siglo V.
Para el evangelio María es siempre, nada más y nada menos que “la madre de Jesús”, título entrañable, real e histórico, que acabará sepultado y abandonado en la historia bajo un montón de otros títulos y advocaciones construidos por la devoción popular. El primer ejemplo de una invocación directa a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino Salve Sancta Parens.
La Edad Media europea dará rienda suelta a su imaginario teológico y devocional respecto de María. En el siglo XII aparece la opinión de su exención del pecado, tanto del personal como del “original”. En el mismo siglo XII aparece el Avemaría. El ángelus en el XIII. El rosario en el XIII-XIV (probablemente “importado” del Islam, con ocasión de las cruzadas). El «mes de María» y el «mes del rosario» aparecerán en los siglos XIX-XX. Los puntos culminantes de esta evolución ascendente serán la definición de la “inmaculada concepción de María” (1854, por Pío IX) y la declaración dogmática de la “asunción de María en cuerpo y alma al cielo”(1950, por Pío XII). Hoy, la imagen conciliar que la Iglesia tiene de María es la de “la madre de Jesús”.
María es una cristiana, muy cercana a Jesús, una discípula suya, un destacado miembro de la Iglesia. Ella a quien el enviado de Dios (= “Gabriel”) la saluda como la “llena de gracia” (pasivo: llenada de gracia por Dios), y que “goza del favor de Dios” es la que nos enseña, con su ejemplo, la más bella de las oraciones: “Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mi tu palabra”.
En el evangelio de hoy, Dios, a su vez, envía un ángel a unos pastores para llenarlos de Buena Nueva: “Hoy les ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor”. Los pastores eran, en los tiempos de Jesús, personas mal vistas, con fama de ladrones, de ignorantes y de incapaces de cumplir la ley religiosa judía. Unos verdaderos parias. A ellos en primer lugar llaman los «ángeles» a saludar y a adorar al Salvador recién nacido. Ellos se convierten en pregoneros de las maravillas de Dios que habían podido ver y oír por sí mismos. Algo similar pasa con María y José: no eran una pareja de nobles ni de potentados, eran apenas un humilde matrimonio de artesanos, sin poder ni prestigio alguno. Pero María, la madre, «guardaba y meditaba estos acontecimientos en su corazón», y seguramente se alegraba y daba gracias a Dios por ellos.
A ejemplo de María y los pastores, dejémonos mirar por la mirada llena de amor y de gracia del Padre. Desde esta humilde contemplación nacerán la bendición, la alabanza, la proclamación de las cosas grandes que es capaz de hacer el Señor cuando nosotros reconocemos sin temor nuestra pequeñez.
En este primer día del año nuevo, que nuestra oración también sea de agradecerle con todo el corazón la alegría de vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados, y la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar.