Domingo
25º: Mt 20, 1-16
En la selección de textos del
capítulo veinte, se ha elegido esta parábola de los trabajadores de la viña,
contratados a diversas horas del día, de la madrugada hasta el atardecer, pero
que reciben el mismo salario. Esta parábola, una de las muchas que tiene como
propias el evangelio de Mateo, versa como tantas otras sobre el Reino de Dios,
uno de cuyos aspectos quiere subrayar. Es bastante inverosímil que haya
trabajadores aún por contratar a últimas horas de la tarde, cuando supuestamente
el dueño ha salido ya varias veces a contratarlos. Más inverosímil es aún, y
por eso mismo será la clave de la parábola, que se dé el mismo salario a unos y
a otros. En este caso se trata de subrayar la absoluta gratuidad de la gracia
de Dios, que llama cuando quiere y cuya generosidad en la paga no deja de
suscitar admiración, si no se está cegado por la envidia. En otras parábolas
quedará aún más claro que el salario es Dios mismo, el don de su misma vida,
bienaventurada y eterna como Él mismo; y por eso absolutamente gratuita e
inasequible al empeño y los méritos de los seres humanos. Basta leer en este
sentido la parábola del tesoro o la perla, o las del banquete de bodas y el
reparto de talentos, que se leerán en próximos domingos.
Porque efectivamente, en la realidad del Reino, el salario es Dios mismo, su misma vida regalada graciosamente a los discípulos colaboradores, su Gracia hecha vida de los hijos de Dios que viven como hermanos, sin envidias ni codicias. Que no tienen un ojo envidioso para ver los bienes y ventajas que creen descubrir en el prójimo, y dejan a Dios ser Dios en su absoluta libertad y generosidad sin límites. Es en cierta medida un paralelo a la enseñanza de la parábola lucana del “hijo pródigo”, que más bien debería llamarse del “padre misericordioso”. También allí el hermano mayor se cree con derecho a mayores favores y ventajas y no es capaz de reconocer y acoger al hermano perdido recobrado ahora por el padre. Aquí se acentúa también que siempre es posible la conversión del hombre; que a cualquier hora se puede ir a trabajar a la viña, a colaborar con la gracia generosa de Dios. No se cierran nunca las puertas de su Misericordia; y el salario es tan grande, que no caben las celotipias y envidias, sino desde una perspectiva de corazón mezquino y de fraternidad negada. Si Dios tiene privilegiados, serán siempre “los últimos”, los pequeños, los débiles, los enfermos y los mismos pecadores.
En este día que celebramos nuestras fiestas patrias, este evangelio nos invita a trabajar por un país donde venga efectivamente el Reino de Dios, donde haya felicidad y oportunidad para todos, sin exclusión para nadie. !Que Dios nos bendiga en esas hermosas tareas y nos entusiasmemos con toda nuestra generosidad!