Domingo 26º: Mt 21, 28-32
“Un hombre
tenía dos hijos”: era una forma acostumbrada de iniciar un relato y una manera
de hablar que llegaba a la gente. Eran familiares el relato de Caín y Abel,
Ismael e Isaac, Esaú y Jacob. En otros momentos Jesús había hablado de un padre
bueno con dos hijos.
¿Cual es el
mensaje de la parábola de este domingo?
A los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, les
molestaba esa pequeña parábola. No podían contestar otra cosa que era el
segundo de los hijos que había cumplido la voluntad de su padre. El hijo en
quién ellos no podían reconocerse. A renglón seguido viene la arremetida
fuerte: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que
ustedes al Reino de Dios”.
Como ocurre a menudo con las parábolas, tenemos un
relato con contrastes.
El dueño de la viña sólo tiene dos hijos. El primero
de ellos hace de su “si” un “no”, el segundo de su “no” un “si”. Ambos hicieron
lo contrario de lo que habían dicho. No necesitamos mucho autoconocimiento para
reconocernos a nosotros mismos en ambos. Todos tenemos algo de los fariseos, de
las prostitutas y de los publicanos, con un “va y ven” entre “si” y “no” y
entre “no” y “si” después de todo.
A veces
prometemos hacer lo que se nos pide para que nos dejen tranquilo, pero no
pensamos hacer en realidad lo que se nos pide. Algo así pasa con nuestra
fidelidad con la Iglesia: todos decimos “si” y “amen” con plena voz a todas las
oraciones litúrgicas en nuestras celebraciones. En el fondo estamos diciendo
que somos creyentes. Pero en la práctica de cada día, no queda mucho de todos
esos “amen”. En este caso somos un poco como el primer hijo que dice “si” pero
actúa con un “no”.
También
ocurre al revés. Reconocemos al segundo hijo en personas que ya no más se dicen
cristianos y sin embargo cumplen con la voluntad de Dios. Karl Rahner hablaba
de los cristianos anónimos. Ocurre que puede llegar a ser nuestra propia
situación. Porque, ¿quien de nosotros no se comporta a veces como un cristiano
inconsecuente? Entonces la voz con reproche de un Juan Bautista nos puede
llamar a la conversión. En este caso no nos apartamos de las exigentes
consecuencias de nuestro “si” de creyentes.
El dueño de
la viña simboliza a Dios quien tiene un tercer hijo del cual la parábola no
dice nada. Es el hombre Jesús que llamaba a Dios “su Padre” y de quien Dios
dice que es “su Hijo bien amado”. Su “si” nunca más se debilitó con un “no”.
Aceptó todas las consecuencias, hasta la muerte y la muerte en cruz, como lo
describe maravillosamente el antiguo himno cristológico en la carta a los
Filipenses. Cuando angustiado hasta la muerte ora y pide que esa cruel muerte
no sea su suerte, suspira: “no mi voluntad, sino la tuya”.
También
conocemos a una hija de Dios, la madre de Jesús quién ha sido del todo un “si”.
Cuando supo cómo y de quién vendría a ser madre, dijo simplemente: “Quiero
servir al Señor: que se haga en mí según tu voluntad”. Su hijo no le hizo la
vida fácil, pero mantuvo su “si” incondicional hasta el final.
Nos hace bien
orar a Cristo glorificado pidiendo humildemente: “Cristo, ten piedad de nosotros” y en el “Ave María”
pedir a la Virgen que “ruegue por nosotros pecadores”. Porque después de todo
somos pecadores, no criminales, pero nunca sin algún pecado. Somos personas de
buena voluntad, pero siempre demasiado débiles para decir un rotundo “no” al
mal, y decidirnos a elegir el bien. Es demasiado frecuente la contradicción en
nuestro actuar con nuestras palabras.
El dueño de
la viña en la parábola tenía sólo a dos hijos. Cada uno de nosotros es ambos
hijos: es un permanente va y ven entre el “si” y el “no”. Pero es con gente
como nosotros que Dios tiene que realizar el trabajo en su viña que es el
mundo. Jamás podemos renunciar y debemos ayudarnos mutuamente, haciendo gala de
nuestros mejores recursos para la venida y promoción de su reino: ¡que se haga
su voluntad en la tierra como en el cielo!