Domingo 23º: Mc 7, 31-37
El
personaje central de esta perícopa de Marcos es un sordo mudo en tierra pagana.
Es la perfecta descripción de un hombre excluído y marginado de la sociedad.
Estamos en territorio de Tiro y Sidón, fuera del sagrado territorio de Israel.
Se trata, por lo tanto, de un pagano. Sus limitaciones físicas lo marginan de
toda convivencia en la sociedad. Además, como pagano, es también sordo a “la
Ley y los Profetas”. Está incapacitado de acceder a la verdad y poder alabar al
Señor. Desde la óptica judía, pertenecía a la numerosa categoría social de los
malditos y desdichados. Los judíos “excluían” a esa categoría de personas a tal
punto que ni siquiera se les podía tocar.
Sin
embargo, tiene amigos o personas dispuestas a ayudarle. De por si, no puede tomar la iniciativa del
encuentro con Jesús. Al no poder escuchar ni expresarse, vive en una
dependencia de su entorno. Ellos
lo presentan a Jesús “y le piden que le
imponga las manos”.
¿Cuál
es la reacción de Jesús? Una vez más, Jesús transgrede el entramado código
ético socio - religioso de los judíos y que generaba verdadera exclusión
social. Para Jesús la misión del Hijo del Hombre era liberar de toda forma de
esclavitud que impidiera vivir a fondo la dignidad de ser hijo de Dios y, por
lo tanto, miembro con plenos derechos de la Comunidad de los hombres.
“Jesús se detuvo” y “apartándolo de la gente”, se vinculó de un modo muy particular e
íntimo con él: le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua.
Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre: ‘¡Effatá!’ (es decir: ‘¡Ábrete!’)”. No es un abracadabra mágico; al
abrir los sentidos de este hombre, Jesús lo abre a la comunicación con los
demás, con el mundo. Transparenta la gloria de Dios en él que ahora podrá
llevar una vida nueva y digna.
Desde
luego el sordo mudo en territorio pagano está por los paganos cerrados al
proyecto de Dios y su curación por Jesús es símbolo del mundo pagano que se va
abriendo al Evangelio. Llama la atención la alabanza de la gente (¡aqui los
paganos!) que es una generalización: “Todo
lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (alusión a
Gen 1,31: “Vio Dios todo lo que había
hecho y era muy bueno” y a
Isaïas 35, 4-6 “los oídos del
sordo se abrirán...la lengua del mudo
cantará…).
En
una perspectiva de actualización, podemos considerar que el sordo mudo
está también por muchos marginados
y excluídos de nuestro tiempo moderno. No faltan las aplicaciones: personas en
situación de calle, adultos mayores postrados mal atendidos en pequeñas piezas
a veces sin luz ni ventilación, jóvenes hiper comunicados pero que se sienten
muy solos, gente desorientada y que ha perdido el rumbo de la vida.
Copio
un comentario del P. Jesús Álvarez: “La enfermedad
del sordomudo nos remite también a una gran enfermedad de hoy: la
incomunicación en la era de las comunicaciones, en la cual los medios de
comunicación ocasionan a menudo incomunicación en el hogar, en la sociedad;
incomunicación con la naturaleza, con Dios, con el misterio de la propia
persona. Y simboliza también la ceguera espiritual, la falta de fe, la
incomunicación de los hombres con su Padre Dios, la más triste de todas las
incomunicaciones...”
Es
remarcable cómo el evangelio describe la actitud de Jesús como actitud de
cercanía con un ser humano sufriente que había perdido, o tal vez nunca había
tenido la posibilidad de comunicarse o escuchar a los demás. Aquello debió
resultar sorprendente para los que acompañaban al Señor en su recorrido por
territorios extranjeros e incluso chocante por lo ya señalado. Jesús devolvió a
este pobre hombre su plena dignidad de ser humano. Sin duda que este hombre
vivió el momento más importante de su vida.
Cualquiera
de nosotros podría decir ante este milagro del Señor: “¡Eso es imposible para mi!
Yo no sé cómo hacer ese tipo de milagros... No sé cómo devolverle a una persona
sorda su capacidad de oír, o a una persona muda su capacidad para hablar”. Pero
el Señor nos diría: “No te pido tanto. Sencillamente trátalo como un ser
humano...”. Cristo resucitado sigue actuando cuando nos vamos dando palabras
que sucitan y re-sucitan las ganas de vivir. Tal vez ese es el mejor milagro
que podamos hacer hoy.