19º Domingo: Lc 12, 32-48
No es fácil
vivir la fe en el mundo en que estamos. Los valores que se promueven tienen que ver con satisfacción
inmediata. La comida tiende a ser comida chatarra. Se incentiva el uso de
objetos desechables. Se exalta la belleza del cuerpo y para lograrlo se
expenden muchos productos y todo tipo de procedimientos. Se invita a adquirir y
consumir una enorme variedad de bienes. Se ofrecen montón de facilidades para
entrar y quedarse en ese mundo de consumo donde hay que pasarlo bien y
disfrutarlo todo. Es un modelo de vida light. Y en eso podemos pasarnos la vida…
La palabra de
Dios hoy nos invita a mirar el sentido que damos a nuestra vida y a no dejarnos
llevar simplemente por las olas y la corriente del mundo moderno. Nos invita a
hacer las siguientes preguntas:
¿Qué es lo
que me mueve en la vida? ¿Qué es lo que cautiva mis energías más profundas? ¿Dónde
tengo puesto mi corazón?
Por allí se
nos insinúa el evangelio de hoy cuando dice: “Donde está tu tesoro, allí también
estará tu corazón”. El corazón se prende de lo que mueve mi vida.
Una vida ilustrada
por el evangelio tiene una fuerte dimensión contra cultural, como corriente
contraria al ambiente en el que estamos inmersos. Eso nos lleva a situarnos y,
eventualmente a protestar contra lo que el mundo presenta como ideal de vida. Según
el evangelio, los bienes son para compartirlos, no para adquirirlos y
guardarlos. Estamos llamados a ser solidarios, a compartir, a hacer partícipes
a los demás de los bienes que llamamos 'propios'; a ser misericordiosos,
compasivos, justos. Eso es traducir en lenguaje actual lo que nos dice
claramente este evangelio. “Vendan sus bienes y den limosnas; háganse bolsas
que no se estropeen etc.” Dar limosna (el término griego) tiene también el
sentido de ser misericordioso.
La vida tiene
sentido como vida de servicio (“tener el delantal puesto”): Servir al prójimo
hasta la muerte. San Ignacio de Loyola resume el itinerario espiritual de sus
ejercicios como la disposición para “en todo amar y servir”. Lo mismo nos dice
hoy esa parábola del evangelio.
Continúa el
texto de hoy con la imagen del buen administrador. Ser buenos administradores,
fieles y solícitos, es ser emprendedores para configurar este mundo según el
proyecto de Jesús. “Buscar el reino o que Dios reine, no es entrar en una
actitud pasiva o una evasión hacia arriba” como se podría pensar por lo que
dice el evangelio unos versículos antes (27-31). Es una invitación a ser
administradores proactivos, creativos, no a ser dueños y a apropiarse. Todos
los bienes son dados para usar de ellos conforme el proyecto del Señor, porque
es “decisión del Padre reinar de hecho sobre ustedes”.
Aquí se
mete el tema ético de todas las
formas de emprendimiento: no amasar tesoros donde roe la polilla, metáfora para
hablar de los bienes que se pretenden guardar para uno; sino trabajar por “un
tesoro inagotable en el cielo”, es decir los valores de solidaridad, de
compartir, de mejorar el mundo de mil maneras conforme la decisión del Padre
manifestada en Jesús. Por allí podemos entender la insistencia del evangelio a
la vigilante espera.
Jesús nos recuerda que “a la hora que
menos lo piensen, vendrá el Hijo del Hombre”. Este Hijo de Hombre que llega “como
un ladrón”, es decir, sin avisar; como un señor que vuelve a casa de noche, es
decir, no se sabe la hora; como un amo que deja encargado y pide cuentas, es
decir, inesperadamente. El que el Señor llega no tenemos solamente que pensar
que será cuando muramos. Cristo llega en cualquier y en varios momentos de
nuestra vida. Llega en los acontecimientos, en las personas, en las cosas, en
su palabra, llega siempre, pasa a nuestro lado en cada momento. ¿Hemos estado
atentos? ¿Qué podemos hacer para estar en espera vigilante? Dos cosas, desde
este evangelio que acabamos de leer. La primera: no tener miedo. El amor de
Dios da consistencia a nuestra vida. Sin esa confianza básica, sin esa liberación
al miedo, no es fácil esperar porque permanecemos prisioneros de nuestra propia
búsqueda de seguridad. La segunda: ser “ligeros de equipaje”, los bienes nos
trastornan nuestra vida y tranquilidad, obsesionan nuestro corazón que tiende a
ellos. Cuántos han dejado pasar al Señor que ha llegado a sus vidas y no han
sido capaces de descubrirlo pues su corazón está ocupado en un tesoro material
y pasajero. Por lo tanto confianza en Dios y desprendimiento de uno mismo, a
través de los bienes, nos harán posible una sana y feliz espera vigilante.