27º Domingo: Lc 17, 3b-10
En la primera
lectura del profeta Habacuc, escuchamos el grito del judío piadoso: ¿Hasta cuando, Señor, pediré auxilio sin que
Tú escuches, clamaré hacia ti: “violencia”, sin que Tú salves? Ese hombre
experimentaba dolor, violencia, iniquidad, opresión, saqueo, discordia.
Hoy, casi en
forma instantánea, experimentamos muchísimo más el grito de aquel hombre
piadoso. En efecto los medios de
comunicación modernos nos ponen en interacción con los dramas del mundo entero:
las muertes por uso de armas químicas en Siria, las decenas de muertes a diario
por violencia y odio en Iraq etc.
Alrededor de
nosotros y quizás incluso en nuestra propia familia, experimentamos grandes
dolores o sufrimientos: una enfermedad incurable, el repentino fallecimiento de
una persona indispensable, una dolorosa separación de pareja: tantas
situaciones desde donde se grita al Señor ¿hasta
cuando? Clamando por ayuda, alivio
y por más fe.
El profeta Habacuc muestra a un justo que no entiende el silencio de
Dios ante la injusticia y la violencia humana causadas por pecadores. Dios le
invita a una nueva visión: una visión de fe y esperanza en el momento fijado: “el que no tiene el alma recta, sucumbirá,
pero el justo vivirá por su fidelidad”.
Ese momento, ese día ha
llegado ya en Jesús que ha tenido que cargar en la cruz con la injusticia
humana muriendo víctima de ella, pero revelando al mismo tiempo que sólo el
amor pondrá remedio a los males del mundo.
Jesús resucitado actúa en su Espíritu, que “no es un espíritu de
temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad” (2ª lectura).
La fe en Jesús es vivir “con la
ayuda de este Espíritu que habita en nosotros” y que invita a actuar con
amor y buen juicio para ser sus testigos en nuestro mundo.
“Tener fe como un grano de mostaza” (semilla pequeñísima) es vivir según
el evangelio y el camino de Jesús de dónde viene la fuerza necesaria para
cambiar las injusticias o cargar con los dolores propios y de nuestros hermanos
para apuntar hacia un horizonte de vida, de resurrección.
Aquí está siempre la tremenda paradoja del evangelio que descoloca. ¿Cómo
puede ser el camino de Jesús un camino de liberación y, en realidad, el único
camino de liberación? Aun en ambiente cristiano, a veces es poco creíble que el
camino del evangelio y de Jesús sea el único camino de liberación.
El Papa Francisco se ha ido desprendiendo de todos los signos y símbolos
de poder de los Papa, remanentes de los antiguos signos de poder de los
emperadores. Se pone en el nivel de un “tú a tú” con los que sufren. Ha ido a
visitar a los refugiados africanos en la isla de Lampedusa; ha estado con los
refugiados de todo el mundo en el centro de acogida para refugiados de los
jesuitas en Roma. Ha querido acompañar brevemente a los desempleados de Cerdeña.
Su presencia y sus gestos comunican fe y esperanza para los sufridos y excluídos de este mundo. Nos muestra
el camino de Jesús y del Evangelio: el camino de la fe que la Iglesia está llamada
a recorrer. Este viernes al visitar la tumba de San Francisco en Asís, nos
dijo: “Mi visita es, sobre todo una peregrinación de
amor, para rezar sobre la tumba de un hombre que se desnudó de sí mismo y se
revistió de Cristo y que, según el ejemplo de Cristo, amó a todos, sobre todo a
los más débiles y abandonados, y amó con estupor y sencillez la creación de
Dios...”
Jesús se daba cuenta que las relaciones entre los hombres se estructuran
según esquemas de poder y de dominación: “Los
reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar
bienhechores. Pero ustedes nada de eso; al contrario, el más grande entre
ustedes iguálese al más joven y el que dirige al que sirve”. ¿Quiénes se
sienten desafiados hoy por esta orientación evangélica? ¿Puede alguien “sentirse
bien” si está sin seguridades, sin poder como Jesús?
Según el evangelio sólo tendría fe, él que se adhiere a las enseñanzas y
al modo de ser de Jesús.
El evangelio no habla de la fe en las mandas, en las novenas, o de
nuestras muchas formas de creencia o devociones, no anuncia indulgencias
plenarias etc. Por supuesto que todas estas prácticas y observancias pueden
ayudar y nos pueden acercar a “Jesús de Nazareth”, pero tal vez no debieran ser
el acento de las catequesis, como a veces ocurre.
Por momentos puede ser bueno reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el
sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los
fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”,
pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos convidados a ser, como
ciudadanos libres y felices del reino, dispuestos para “en todo amar y servir”.