viernes, 4 de octubre de 2013

27º Domingo ordinario: Lc 17, 3b-10


27º Domingo: Lc 17, 3b-10

En la primera lectura del profeta Habacuc, escuchamos el grito del judío piadoso: ¿Hasta cuando, Señor, pediré auxilio sin que Tú escuches, clamaré hacia ti: “violencia”, sin que Tú salves? Ese hombre experimentaba dolor, violencia, iniquidad, opresión, saqueo, discordia.

Hoy, casi en forma instantánea, experimentamos muchísimo más el grito de aquel hombre piadoso. En efecto  los medios de comunicación modernos nos ponen en interacción con los dramas del mundo entero: las muertes por uso de armas químicas en Siria, las decenas de muertes a diario por violencia y odio en Iraq etc.
Alrededor de nosotros y quizás incluso en nuestra propia familia, experimentamos grandes dolores o sufrimientos: una enfermedad incurable, el repentino fallecimiento de una persona indispensable, una dolorosa separación de pareja: tantas situaciones desde donde se grita al Señor          ¿hasta cuando?  Clamando por ayuda, alivio y por más fe.

El profeta Habacuc muestra a un justo que no entiende el silencio de Dios ante la injusticia y la violencia humana causadas por pecadores. Dios le invita a una nueva visión: una visión de fe y esperanza en el momento fijado: “el que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad”.

 Ese momento, ese día ha llegado ya en Jesús que ha tenido que cargar en la cruz con la injusticia humana muriendo víctima de ella, pero revelando al mismo tiempo que sólo el amor pondrá remedio a los males del mundo.
Jesús resucitado actúa en su Espíritu, que “no es  un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad” (2ª lectura).
La fe en Jesús es vivir “con la ayuda de este Espíritu que habita en nosotros” y que invita a actuar con amor y buen juicio para ser sus testigos en nuestro mundo.

“Tener fe como un grano de mostaza” (semilla pequeñísima) es vivir según el evangelio y el camino de Jesús de dónde viene la fuerza necesaria para cambiar las injusticias o cargar con los dolores propios y de nuestros hermanos para apuntar hacia un horizonte de vida, de resurrección.

Aquí está siempre la tremenda paradoja del evangelio que descoloca. ¿Cómo puede ser el camino de Jesús un camino de liberación y, en realidad, el único camino de liberación? Aun en ambiente cristiano, a veces es poco creíble que el camino del evangelio y de Jesús sea el único camino de liberación.
El Papa Francisco se ha ido desprendiendo de todos los signos y símbolos de poder de los Papa, remanentes de los antiguos signos de poder de los emperadores. Se pone en el nivel de un “tú a tú” con los que sufren. Ha ido a visitar a los refugiados africanos en la isla de Lampedusa; ha estado con los refugiados de todo el mundo en el centro de acogida para refugiados de los jesuitas en Roma. Ha querido acompañar brevemente a los desempleados de Cerdeña. Su presencia y sus gestos comunican fe y esperanza para los sufridos  y excluídos de este mundo. Nos muestra el camino de Jesús y del Evangelio: el camino de la fe que la Iglesia está llamada a recorrer. Este viernes al visitar la tumba de San Francisco en Asís, nos dijo: “Mi visita es, sobre todo una peregrinación de amor, para rezar sobre la tumba de un hombre que se desnudó de sí mismo y se revistió de Cristo y que, según el ejemplo de Cristo, amó a todos, sobre todo a los más débiles y abandonados, y amó con estupor y sencillez la creación de Dios...”

Jesús se daba cuenta que las relaciones entre los hombres se estructuran según esquemas de poder y de dominación: “Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes nada de eso; al contrario, el más grande entre ustedes iguálese al más joven y el que dirige al que sirve”. ¿Quiénes se sienten desafiados hoy por esta orientación evangélica? ¿Puede alguien “sentirse bien” si está sin seguridades, sin poder como Jesús?
Según el evangelio sólo tendría fe, él que se adhiere a las enseñanzas y al modo de ser de Jesús.
El evangelio no habla de la fe en las mandas, en las novenas, o de nuestras muchas formas de creencia o devociones, no anuncia indulgencias plenarias etc. Por supuesto que todas estas prácticas y observancias pueden ayudar y nos pueden acercar a “Jesús de Nazareth”, pero tal vez no debieran ser el acento de las catequesis, como a veces ocurre.
Por momentos  puede ser bueno  reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos convidados a ser, como ciudadanos libres y felices del reino, dispuestos para “en todo amar y servir”.