viernes, 23 de marzo de 2012

5º Domingo de Cuaresma: Jn 12, 20-33


5º Domingo de Cuaresma: Jn 12, 20-33
Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado” : en el evangelio de Juan, la glorificación de Jesús ocurre con lo que Él nos dice al final del texto de hoy: “Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Jesús es Dios mismo que se entrega gratuitamente por nosotros sin condición y sin límite. Nos invita a unirnos a Él en su amor oblativo por la vida del mundo y por la vida plena de cada uno de nosotros. El discurso empieza con una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere da mucho fruto. “Esta brevísima parábola presenta una vez más la lección fundamental del Evangelio entero y el punto máximo del mensaje de Jesús: al amor que se da a sí mismo y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.
Estamos ante una de las típicas “paradojas” del evangelio: “perder” la vida por amor es la forma de “ganarla” para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla. Captar la verdad de esa figura literaria que es la paradoja o contradicción aparente, es descubrir el evangelio.”
“Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
“Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios. Se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.
Para ello se necesita centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios. Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: “El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor”.
Todo arranca de un deseo de “servir” a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores. Esto significa compartir su vida y su destino: “donde esté yo, allí estará mi servidor”. Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.
¿Cómo sería una Iglesia “atraída” por el Crucificado, impulsada por el deseo de “servirle” sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?” [i]






[i] Comentario al Evangelio del Domingo J.A.Pagola