28º Domingo: Lc 17, 11-19
Lucas gusta de presentar la vida cristiana y el movimiento de Jesús como
un camino. Y no es un camino cualquiera, sino un camino hacia Jerusalén, donde
Jesús enfrentará su Pascua: en el paso de su muerte – resurrección vivirá el retorno
a su Padre.
Y esta es la misión de Jesús: invitarnos a entrar con El en este mismo
camino que lleva al Padre, único camino que nos humaniza y nos libera.
En el evangelio de hoy, de
los 10 curados de la lepra, sólo uno entra en el camino de Jesús: “levántate y
vete, tu fe te ha salvado”. “Levántate” usa el mismo verbo que para la
resurrección de Jesús y “vete” es el mismo movimiento aplicado a Jesús de
camino a Jerusalén.
¡Nuevamente un samaritano – enemigo de los judíos – es el salvado! Un
samaritano, agradecido de su curación, se pone en al camino del seguimiento de
Jesús.
Sin embargo, son 10 los curados de su enfermedad, la lepra, que en
tiempo de Jesús, cubría un amplio espectro de enfermedades infecciosas a la
piel. “Diez” en lenguaje bíblico tiene un sentido de plenitud (en Génesis, en
el relato de la creación Dios habla 10 veces antes de que termine su obra;
también están las diez palabras de Dios que llamamos los diez mandamientos;
para celebrar la liturgia un día sábado, se requiere un mínimo de 10 fieles
etc.). Los diez curados de su enfermedad pueden representar a todos los
hombres amados incondicionalmente por Dios sin distinción de raza, cultura
o religión. Dios ama a cada persona entrañablemente y de modo único y total,
porque cada ser humano es su creación.
Pero también los 10 sufren una grave enfermedad. Viven una vida
inhumana. Los leprosos vivían a distancia, fuera de las aldeas y de los
pueblos, para no contagiar. Al acercarse, tenían que emitir ruido con una
carraca para señalar su presencia. Eran como muertos en vida. Jesús deja que se
le acerquen y oye su clamor: ¡Señor, ten piedad de nosotros! Jesús los mira –
lo lógico era alejarse – porque en Jesús es Dios que mira la miseria de su
pueblo y no lo puede soportar.
En Jesús, Dios actúa y quiere salvar. A la orden de Jesús, obedecen y “en el camino
quedaron purificados”. Es de suponer que cumplieron entonces con las
prescripciones rituales, presentándose a los sacerdotes en el templo para
comprobar su curación, alabando agradecidos a Dios (Levítico 14, 1-32). El
samaritano no puede acompañar porque no está permitido que entre al templo: por
su condición de enemigo, está excluido. Sin embargo, también alaba al Señor
echándose a los pies de Jesús en un gesto de adoración. Alaba y encuentra a
Dios que salva, no en el templo, sino en Jesús.
Una vez más, Lucas muestra sutilmente que el Dios que hay que adorar y
que salva, no está más en el templo sino en Jesús. No salva la observancia de
la Ley ni el cumplimiento de las prescripciones rituales, sino la fe en Jesús.
En el documento de “Aparecida”, nuestros obispos señalan: “No resistiría a los embates del tiempo una fe
católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a
prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las
verdades de la fe, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos
blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados…A todos nos
toca recomenzar desde Cristo(N° 12)”.
Y podemos agregar con este evangelio: desde un Dios que no excluye a
nadie. Dios toma en su amor hasta los más marginados de la sociedad como
eran los leprosos para darles vida nueva.
Dios se identifica con ellos cuando en el mismo Jesús se hace uno de
ellos: en su pasión sufre la exclusión
radical y el abandono total al morir en la cruz. Pero Dios lo resucitó. Queda
para siempre la buena nueva: al amor es más fuerte. ¡El amor vence la exclusión
y le gana a la misma muerte!
Hoy, como en tiempos de Jesús, también hay numerosos excluidos y
marginados. Los adultos y los jóvenes que vagan por nuestras calles. Los
enfermos en hospitales que nadie visita. Los adultos mayores que vienen a ser
un estorbo (y que en países desarrollados se suaviza su muerte con la
eutanasia). Los que caen en el consumo de las drogas y son apartados de su
medio social. Las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar y que no pueden
hacer valer sus derechos. Los que no pueden encontrar un trabajo porque no
califican por su edad, por su condición social. La lista que sigue es larga.
A ejemplo de Jesús, podemos acercarnos a todos ellos. Y la práctica de
nuestro amor misericordioso puede devolverles su dignidad de ser humano, de
personas que se sienten queridas y amadas, para que se levanten y se pongan a
caminar descubriendo la fe por el amor solidario.