sábado, 5 de noviembre de 2011

6 de noviembre 2011: Domingo 32º: Mateo 25, 1-13


Mt 25, 1-13: Parábola Vírgenes prudentes y necias

En la parábola de las doncellas, cinco sensatas y cinco necias, encontramos de nuevo el tema de la vigilancia bajo la metáfora bíblica de los desposorios de Dios con el pueblo. El novio de la humanidad está empeñado en hacer una alianza de bodas con su novia. La quiere engalanar y embellecer, para presentarla radiante. Quiere que sea como una nueva Jerusalén que desciende del cielo, hermosa (Apoc 21 9). A ese amor sólo se puede estar preparado mediante la vigilancia. Ese Dios que era, que es y que viene, tiene modos de presencias amorosas para las que es necesario disponer de suficiente aceite.

La rutina en el amor son las leyes, las tradiciones legalistas, las mentiras del sistema dominante en el mundo, que distraen y agotan el aceite de nuestras lámparas. No nos dejan entrar en la Boda. Nos faltan reservas espirituales, una nueva ética, un nuevo pensamiento cristiano, una nueva espiritualidad del reino para entrar en el Banquete de Bodas.


Hoy frente a las leyes del mercado, del consumo de objetos inútiles, que nos adormecen, sólo el aceite nuevo del evangelio puede alimentar nuestras lámparas. No es la rutina de nuestras prácticas, sino la conversión al Evangelio de Jesús lo que necesitan las vírgenes necias.


A veces podemos tener la impresión que nosotros, los cristianos, estamos como medio dormidos. ¡Tan poco dejamos escuchar nuestra voz! No solemos manifestar nuestra indignación por tantas inconsecuencias en nuestra convivencia: las crisis financieras, consecuencia de abusos inaceptables, los recientes escándalos en “el retail”, una economía de mercado desbocada, una cultura de creciente individualismo. ¿Tenemos un sentimiento de admiración por  los jóvenes que hoy son capaces de reclamar por más justicia en la educación, aunque con los impetus y excesos propios de la juventud? ¿Los adultos, no tenemos una tendencia a resignarnos, argumentando que “de todas maneras, no hay mucho que hacere”? La sana indignación puede constituir muchas veces un primer paso hacia una nueva toma de conciencia y posibles cambios.


En nuestra cultura actual, la Iglesia ha perdido sostenidamente credibilidad como “Institución”. ¿Puede recuperar un lenguaje profético y tener la audacia de “poner el dedo en la llaga”? La Iglesia, como toda institución en tiempos de crisis, corre el peligro de mirar demasiado hacia adentro, viendo dónde y buscando porqué hace agua. El gran desafío es mirar hacia afuera, hacia el mundo, hacia el hombre de estos tiempos presentes para renovarnos en esa profunda mirada creadora y regeneradora que es la mirada de cómo Dios mismo mira al mundo.


No nos podemos quedar dormidos como las vírgenes necias sin aceite en sus lámparas. Al contrario, vigilemos y estemos atentos a la llegada del novio, preparados para recibirlo y con nuestras lámparas aprestadas.
Nuestra vocación como Iglesia es ser “Lumen gentium”, “Luz de las naciones”.