miércoles, 30 de mayo de 2012

Domingo de la Santísima Trinidad


Solemnidad de la Santísima Trinidad: Mateo 28, 16-20
Solemos iniciar toda oración persignándonos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Seguramente que la mayoría de las veces no le tomamos el peso a esa maravillosa invocación de nuestro Dios que es a la vez Padre, Hijo y Espíritu. Supera todo entendimiento y nos invita siempre a ponernos en una humilde actitud de contemplación de aquel misterio.
A continuación, reproduzco la reflexión que hace José Antonio Pagola, sacerdote biblista y pastoralista. Con su lenguaje sencillo, nos pone “ad portas” de la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad.
 “A lo largo de veinte siglos de cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es «discurrir» mucho, sino «saber» algo del amor.
La razón es sencilla. La teología cristiana viene a decir, en definitiva, que Dios es Amor. No es una realidad fría e impersonal, un ser triste, solitario y narcisista. No hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo. En su ser más íntimo, Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua, abrazo, comunión de personas.
Lo grande es que nosotros estamos hechos a imagen de ese Dios. El ser humano es una especie de «miniatura» de Dios. Es fácil intuirlo. Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados, siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en nosotros proviene de él.
Por eso, el mejor camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que, incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.
Quien no sabe nada de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de Dios?
El amor trinitario de Dios no es un amor excluyente, un «amor egoísta» entre tres. Es amor que se difunde y regala a todas las criaturas. Por eso, quien vive el amor desde Dios, aprende a amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida a construir un mundo más amable y digno de Dios.
Un antiguo himno gregoriano reza: “ubi caritas et amor, Deus ibi est”: donde hay amor, allí está Dios. El ejercicio del amor y de la caridad es la misión de todo cristiano. El amor es la mejor defensa y el mejor testimonio de Dios, como lo escribe el papa Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”. El santo Padre describe el núcleo de la fe cristiana, la imagen de Dios típicamente cristiana: “Dios es Amor de donde fluye la imagen del hombre y la manera cristiana de vivir el amor al prójimo, la caridad. El himno al amor de Pablo tiene que ser la “carta magna” de todo servicio eclesial: si no tengo amor, no soy nada.”
                                      

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