3er Domingo de Cuaresma: Lc 13,
1-9
En Ex.3, 14,
Dios revela su nombre a Moisés: en hebreo “Ehyeh -Asher- Ehyeh”(“Soy el que Soy”
o “Soy el que estaré”); el marco remite en cierto modo a la alianza y la
“duplicación” del verbo “ser”/”estar” destaca la soberanía de Dios que “hace
misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre; “yo
soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia salvadora, el que
acompaña la historia, el que se conmueve frente a los clamores de su pueblo.
Observemos que aquí la Biblia no define la naturaleza de Dios (“qué es Dios”)
sino las acciones de Dios (“Dios que actúa”, la diferencia que hace Dios en
nuestras vidas). En la última frase del evangelio de Mateo, dice Jesús en la
despedida final a sus discípulos: “Yo estoy con ustedes cada día hasta el fin
de la historia” (Mt 28, 20): es la promesa cumplida del Dios que reveló su
enigmática identidad a Moisés. Jesús nos revela en plenitud esa identidad.
El Salmo 102
aparece como una presentación de Dios en la historia tanto personal como
comunitaria, y su característica principal radica en su ternura (materna) y su
paternidad (compasivo y misericordioso) que actúa en esa historia y nos debe
llevar a alabarlo constantemente.
(“Hesed”:
término hebreo que significa misericordia, plenitud del amor masculino. A veces
se une a “hesed we´emet”(= gracia y fidelidad); “Rah amim”:
ternura, plenitud del amor femenino).
Es
significativo que el evangelio de Lucas, nos presenta esos hermosos rasgos de
Dios del A.T.: Jesús nos revela a un Dios de ternura y misericordia,
un Dios que se conmueve con el clamor
y el dolor de su pueblo, un Dios de amor que nos invita a tener presente que
nuestra suerte se juega en el perdón de Dios más que en nuestras actitudes.
En el evangelio
de hoy, se hace alusión a unos hechos históricos. Jesús corrige de manera
drástica la interpretación que la gente tenía de esos hechos, a saber que “las
víctimas eran más pecadoras que los demás” (Teología del “Dios que castiga” o
del “Dios que retribuye según los méritos”: por ejemplo el libro de Job. Lo de
la retribución según los méritos está muy metido entre nosotros hasta el día de
hoy).
Más allá del
o los hechos históricos, lo importante es la respuesta que da Jesús a la imagen
de Dios que todo esto supone. Y cuando Jesús nos habla de Dios, suele ser con
una parábola.
Jesús no nos
muestra a un Dios que castiga sino a un Dios en diálogo con los hombres, a un
Dios que da espacio a la conversión. Repito: Lucas no nos presenta a un Dios
poderoso, sino misericordioso, un Dios de amor y perdón. Aquí en la parábola,
hay reiteradas oportunidades de conversión a través de la hermosa imagen de la
higuera que no produce frutos.
En la Biblia,
Israel-el pueblo de Dios- suele ser comparado frecuentemente con una vid, pero
también con una higuera (Jer 24, 1-10): ¡aquí se trata de una higuera plantada
en una viña! Y por supuesto lo importante son los frutos. ¿De qué sirve una
higuera que no da frutos? Si no da frutos reiteradamente, el problema se
agrava: no sólo no da fruto sino que ocupa un lugar que se podría aprovechar
para otra planta. Dios preparó el terreno, hizo todo lo necesario, se tomó un
tiempo prudencial, pero ¿y los frutos? El pueblo que Dios se ha preparado con
tanto cariño, ¿cómo responde al cariño de Dios?, el tiempo se acaba y la
higuera puede ser cortada. Sólo la intercesión de los trabajadores puede
postergar esto un breve tiempo más.
La conversión
a la que estamos convidados por este evangelio debe producir sus frutos.
¿Qué
conversión y qué frutos?
“La
conversión es practicar la misericordia. La misericordia se manifiesta en su
aspecto verdadero y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas
las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre” (Juan Pablo II, Dives
in Misericordia Nº 6).
¿Estamos
dispuestos a acoger en nuestras vidas la imagen de Dios de la que nos habla
Jesús y de la que nos habló el texto del Éxodo?
¿Estamos
dispuestos a perdonar, a practicar la misericordia y la ternura? ¿Estamos
dispuestos a que se abran espacios para que el Dios de amor, justicia, ternura
y perdón llegue como buena nueva en medio de nosotros y como vida y esperanza
en nuestro mundo de hoy?
Si no busco
aplicaciones concretas, ¿de qué conversión estaré hablando?
El Hogar de
Cristo nos da una inigualable oportunidad para vivir esta conversión y producir
hermosos frutos. A través de la
alegre acogida, en la entrega muchas veces sacrificada de nuestro amor y de
nuestro cariño, podemos restañar heridas, podemos devolver dignidad humana a
hombres, mujeres y niños injustamente privados de ella.
¡No perdamos
la gran oportunidad de producir los frutos que espera el dueño de la higuera!
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