martes, 23 de abril de 2013

5º Domingo de Pascua: Jn 13, 31-35



5° domingo de Pascua: Jn 13, 31-35


En esto conocerán que son mis discípulos: si se tienen amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Al decir “discípulos”, Jesús no se refiere a cada uno individualmente, sino a la comunidad de los que siguen a Jesús y sus enseñanzas, es decir, a la Iglesia. Jesús, en esta hora suprema en que nos deja Su Testamento antes de morir, no dice: "Conocerán que son mis discípulos, si viven pobres o si son obedientes, si han aprendido bien todas mis enseñanzas o si son capaces de predicar mi Evangelio". Son todas cosas necesarias, pero no coinciden con la quintaesencia de la Iglesia. Ésta es solamente el amor fraterno. Por eso, podría definirse a la Iglesia como "la comunidad de los que se aman como Cristo los ha amado". Cristo nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. Cristo nos ha amado hasta hacernos partícipes del mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. Cristo nos ha amado hasta hacerse esclavo y lavar los pies a los suyos, para que conociéramos bien que el amor, la autoridad entre sus discípulos, es fundamentalmente servicio. Si por encima del amor fraterno, o peor todavía, al margen de él, se ponen otros valores en la vida diaria de la Iglesia, habrá que concluir que no estamos tocando el corazón de la Iglesia.

 Esta Iglesia, amor y comunión, se realiza históricamente en las pequeñas comunidades de los orígenes cristianos, por ejemplo, en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero (primera lectura). Esta Iglesia histórica es reflejo, a la vez que impulso, hacia la Iglesia eterna, morada definitiva y sin término de Dios entre los hombres (segunda lectura).

En nuestro complejo mundo globalizado, ¿qué es lo que le da mayor credibilidad a la Iglesia? Indudablemente es el testimonio de amor fraterno porque es lo que testimonia quién y cómo es Dios para todos los hombres. Es cierto que la Iglesia docente es necesaria, insustituible e inseparable de la Iglesia Caridad, pero a los ojos de los hombres, incluso los cristianos, no es su rostro más atractivo. También es importantísima la Iglesia que celebra los sacramentos y un modo muy apto de expresar su amor a sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce a los cristianos, menos todavía a los que no lo son. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, comunión, la Iglesia que realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus hijos. Es demás conocido el hermoso canto: “Donde hay caridad y amor, ahí está Dios”, que se fundamenta en la hermosa expresión de S. Juan: “Dios es Amor”. También podemos agregar: “Donde hay amor fraterno, ahí está la Iglesia”. Esa caridad – amor fraterno -  que en Dios tiene su manantial y en Dios termina su recorrido de amor por las vidas de los hombres. Dios, alfa y omega de la caridad, entre estos dos extremos del vocabulario griego, se hallan todas las demás consonantes y vocales con las cuales expresar de todo corazón nuestro amor al prójimo. No desliguemos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros ofrezca a la Iglesia, sea el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero.

Por eso es tan grande la misión que nos dejara San Alberto Hurtado en la Institución eclesial del “Hogar de Cristo”. Está llamado a ofrecer  el rostro acogedor, misericordioso y tierno del Señor a través de las miles de personas, trabajadores, voluntarios, socios y simpatizantes que configuramos el rostro del “Hogar de Cristo”. El Hogar de Cristo es un maravillo regalo a la Iglesia de Chile. ¿No podemos anhelar que, a futuro, sea también un regalo para América Latina?





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