jueves, 12 de julio de 2012


15º Domingo: Mc 6,7-13
Los cristianos nos preocupamos mucho de que la Iglesia cuente con medios adecuados para cumplir eficazmente su tarea: recursos económicos, poder social, plataformas eficientes. Nos parece lo más normal. Sin embargo, cuando Jesús envía a sus discípulos a prolongar su misión, no piensa en lo que deben llevar consigo, sino precisamente en lo contrario: lo que no deben llevar.
El estilo de vida que les propone es tan desafiante y provocativo que pronto las generaciones cristianas lo suavizaron. ¿Qué hemos de hacer hoy con estas palabras de Jesús?, ¿borrarlas del evangelio?, ¿olvidarlas para siempre?, ¿tratar de ser también hoy fieles a su espíritu?
Jesús pide a sus discípulos que no tomen consigo dinero ni provisiones. El «mundo nuevo» que él busca no se construye con dinero. Su proyecto no lo sacarán adelante los ricos, sino gente sencilla que sepa vivir con pocas cosas porque han descubierto lo esencial: el reino de Dios y su justicia.
No llevarán siquiera zurrón, al estilo de los filósofos cínicos que llevaban colgando del hombro una bolsa donde guardaban las limosnas para asegurarse su futuro. La obsesión por la seguridad no es buena. Desde la tranquilidad del bienestar no es fácil crear el reino de Dios como un espacio de vida digna para todos.
Sus seguidores irán descalzos, como las clases más oprimidas de Galilea. No llevarán sandalias. Tampoco túnica de repuesto para protegerse del frío de la noche. La gente los debe ver identificados con los últimos. Si se alejan de los pobres, no podrán anunciar la Buena Noticia de Dios a los más necesitados.
Para los seguidores de Jesús no es malo perder el poder, la seguridad y el prestigio social que hemos tenido cuando la Iglesia lo dominaba todo. Puede ser una bendición si nos conduce a una vida más fiel a Jesús. El poder no transforma los corazones; la seguridad del bienestar nos aleja de los pobres; el prestigio nos llena de nosotros mismos.
Jesús imaginaba a sus seguidores de otra manera: liberados de ataduras, identificados con los últimos, con la confianza puesta totalmente en Dios, curando a los que sufren, buscando para todos la paz. Sólo así se introduce en el mundo su proyecto. 
Jesús no quiso dejar el evangelio en manos del dinero. El dinero le resta credibilidad al evangelio. Desde el poder económico no se puede predicar la conversión que necesita nuestra sociedad ni crear un espacio de solidaridad para todos. Jesús no cree en el poder como fuerza transformadora. El poder suele ir acompañado de autoritarismo impositivo y no es capaz de cambiar los corazones. Jesús cree en el servicio humilde de los que buscan una sociedad mejor para todos.
¿Qué ha podido pasar para distanciarnos tanto de aquel proyecto inicial de Jesús? No pensemos que se trata de una utopía ingenua, pero imposible en un mundo como el nuestro. Aquí hay algo que no podemos eludir. El evangelio es anunciado por aquellos que saben vivir con sencillez. Hombres y mujeres libres que conocen el gozo de caminar por la vida sin sentirse esclavos de las cosas.
Esta sociedad necesita descubrir que hay que volver a una vida sencilla y sobria. No basta con aumentar la producción y alcanzar un mayor nivel de vida. No es suficiente ganar siempre más, comprar más y más cosas, disfrutar de mayor bienestar.
Esta sociedad necesita como nunca el impacto de hombres y mujeres que sepan vivir con pocas cosas. Creyentes capaces de mostrar que la felicidad no está en acumular bienes. Seguidores de Jesús que nos recuerdan que no somos ricos cuando poseemos muchas cosas, sino cuando sabemos disfrutarlas con sencillez y compartirlas con generosidad. Quienes viven una vida sencilla y una solidaridad generosa son los que mejor predican hoy la conversión que más necesita nuestra sociedad.


                                      José Antonio Pagola

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