33er Domingo: Mc 13, 24-32
“EL FINAL DE LOS TIEMPOS”
Cuando yo era niño pequeño, se
escuchaban a algunos predicadores que, desde el púlpito en el centro de la
iglesia y con severo dedo índice, lanzaban las penas del infierno a los
asustados fieles con descripciones del cielo, infierno y juicio final.
Ciertamente es un estilo y un lenguaje que hoy está en desuso. Sin embargo, al
término de cada año litúrgico, la Iglesia nuevamente nos pone delante de los
ojos las escenas terroríficas que describe la Biblia para hablarnos del fin de
los tiempos.
El estilo
apocalíptico que usa la Biblia para hablarnos del fin de los tiempos no es
fácil. Parece que ese lenguaje estaba en boga en tiempos de Jesús. Ciertamente
eran tiempos difíciles, complicados. A partir del deseo de “mejores tiempos”,
se fecundaba la imaginación con todo tipo de imágenes y visiones para escapar
de la dura realidad en la que vivía aquella pobre gente. Con palabras
terroríficas y símbolos, se pretendía anunciar la catástrofe o el final
catastrófico de todas las fuerzas enemigas. En el fondo se buscaba anunciar el
fin de todos y todas las cosas que se oponían al Señorío de Dios para dejar que
Él triunfara en el gran combate final.
En verdad eran
tiempos angustiantes cuando Marcos escribió su evangelio. Conoció en Roma las
sangrientas persecuciones del emperador Nerón contra los cristianos en el año
64. Sin duda supo también de la destrucción del templo de Jerusalén en el año
70 por los romanos. Esa destrucción significó realmente el fin para los judíos
conjuntamente con las continuas persecuciones de los cristianos.
El evangelio de
Marcos era un mensaje de alegría y esperanza en esos terribles tiempos de
angustia, inseguridad y convulsión. Era como un faro para orientar a los
cristianos en las tremendas tempestades que vivían y para enfrentar mejor la
permanente perspectiva de la muerte del sangriento martirio. Era un estímulo
para su fe en Jesús Mesías, el Hijo del Hombre que se presentó y actuó en
nombre de Dios. Así según el evangelio de Marcos, volvería a liberar de todas
las miserias. De este modo, este evangelio vino a ser una seguridad, un
salvavidas o tabla de salvación a donde arrimarse: ese salvavidas es la
adhesión a la persona de Jesucristo. Jesucristo muerto y resucitado: aquel que
sufrió también un sangriento martirio en la cruz pero fue liberado por Dios de
toda muerte y destrucción, resucitó y como tal vino a ser el preludio de un
tiempo nuevo.
Así aunque
oscurezcan el sol y la luna y se caigan las estrellas del cielo, Jesús es el
único ejemplo luminoso por el cual guiarnos. Y lo es para cada cual, porque a
su regreso reunirá a todos los hombres de los cuatro puntos cardenales del mundo.
En este contexto el
fin de los tiempos viene a ser el comienzo de la liberación total. “Aprendan lo
que les enseña la higuera: cuando las ramas se hacen flexibles y brotan las
hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando
vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta”.
El fin del dolor, de los tiempos de persecución: están a las puertas los
tiempos nuevos y los cristianos pueden seguir firmes en la esperanza. “El cielo
y la tierra pasarán” escribe Marcos, pero Cristo es nuestra garantía, nuestro
aval de que Dios nos salva.
¿Y qué nos pasa a los
cristianos del siglo XXI? También nos rodean catástrofes naturales: terremotos,
tsunamis a veces con millares de muertos. Ciudades enteras se destruyen por las
guerras. Hay grandes migraciones: pueblos enteros perseguidos y echados de sus
tierras o asesinados. ¿Pero se nos persigue por ser cristianos? No, ya no se
echan a cristianos a los leones. Pocas veces se mata por la fe. Más bien se niega la fe. Los tiempos de cristiandad han desaparecido. Algunos
manifiestan rencor por lo que antaño les enseñaba el catecismo y terminan
renegando de la fe. Otros simplemente no pueden conciliar la imagen de Dios
como Padre bueno con todo el dolor e injusticia que observan a diario en el mundo. Otros se molestan cuando habla
la Iglesia o sus pastores. Otros critican a la Iglesia por su riqueza o su afán
de poder. Es cierto que después de la primavera del Concilio Vaticano II hace
más de 50 años atrás, se vivió como un largo invierno: poca innovación, poco
frescor evangélico y demasiada repetición de fórmulas dogmáticas añejas,
incomprensibles para el hombre de hoy. ¿Cuando se van hacer flexibles las ramas
de la Iglesia, cuando van a brotar sus hojas anunciando un nuevo verano?
A dario los M.C. nos
muestran de manera instantánea todas las catástrofes de nuestro mundo: las
naturales y las que provocan los hombres. Pero es no menos cierto que hay
también muchos hombres y mujeres que hacen un bien enorme. Gente con un gran
amor por el prójimo, con profundo compromiso por los pobres y sufridos de la
tierra, con un extraordinario sentido de la misericordia. Matrimonios
preocupados de adoptar niños huérfanos o abandonados, voluntarios que se
vinculan con las personas en situación de calle, misioneros o laicos que dejan
la comodidad y seguridad de su entorno y
ofrecen los mejores años de su vida como voluntarios en un país difícil. Jóvenes, hombres y mujeres que sueñan con un mundo
de paz y justicia y no con el mundo del poder y de la bolsa de comercio. Se
oponen enérgicamente al mundo de
la explotación, corrupción, cinismo, humillación, terror y violencia. Nuestro
mundo está necesitado de todos y todas aquellos inspirados en estas visiones
de luz y de paz, de amor y de
justicia para formar un contrapeso. Desde sus visiones renovadoras se irán
abriendo sendas para otro mundo, un mundo nuevo. Para el “fin de los tiempos…”:
los tiempos de terror, de espanto por supuesto. Nosotros como cristianos
estamos llamados a unirnos a todos aquellos que se dejan guiar por sus visiones
de un mundo nuevo, todos los que quieren hacerle el “contrapeso” al terror, a la
injusticia, a todas las formas de violencia y exclusión.
¿No es a esa hermosa
y entusiasmante visión y misión que vino a convidarnos San Alberto Hurtado? Que
podamos unirnos a todas las personas de buena voluntad de por el mundo entero
que luchan contra todo lo que significa injusticia y muerte. “Otro mundo es
posible” suena a imposible, pero no lo es desde la perspectiva del Dios de la
Biblia, el Dios de Jesucristo, el resucitado que vive para siempre. “El cielo y
la tierra pasarán”, pero jamás el Eterno, Aquel que salva y libera y llevará
todo a su plenitud. Esta es nuestra fe, la fe que proclamamos, la fe que nos
mueve y nos compromete a vivir con esperanza y con gran sentido de solidaridad.
Vivir nuestra fe es vivir ya el mundo nuevo de Jesucristo resucitado.