Domingo 33°: Mt 25, 14-30
La primera lectura es tomada del libro de los Proverbios. En su capítulo final, se ensalzan las cualidades y virtudes de la mujer emprendedora. Lamentablemente los liturgistas han recortado este hermoso poema sobre la mujer fuerte o la mujer ideal, eliminando párrafos hoy muy valorados en nuestra cultura. Justamente se sacaron los versículos donde se le describe como mucho más que una buena y servicial dueña de casa. Además de todos sus cuidados y esmeros para su hogar y los suyos, es también activa en el ambiente público y es emprendedora en el comercio. “Examina y compra tierras, y con sus propias ganancias planta viñas…Teje y vende prendas de lino y proporciona cinturones a los comerciantes”. “Abre su boca con sabiduría y su lengua instruye con cariño”. Es gracias a ella que su marido adquiere notoriedad en la ciudad.
Ya es modelo de los servidores fieles que se alabarán en el evangelio de hoy y prototipo del lugar que debiera ocupar hoy en la vida de la Iglesia.
Con la parábola de los talentos, Jesús no pretende enseñar cómo manejarse con el dinero. Por cierto que un talento representa una gran cantidad de dinero. Era una moneda de oro equivalente al sueldo de 6.000 días de trabajo. ¡Los cinco talentos son algo así como tres veces una vida entera de trabajo!
Para Jesús se trata del tema siempre recurrente del Reino de Dios. ¡Hay que trabajar por la venida del Reino de Dios! Eso es lo que está en cuestión. Se acentúan la intensidad, habilidad, entusiasmo y alegría que significa trabajar por la venida de ese Reino. No por nada viene inmediatamente a continuación del texto de hoy el relato del juicio final. Viene a decirnos muy clarito en qué consiste el trabajar por la venida y promoción de ese Reino. Por eso, el primer y segundo servidor pueden entrar en el gozo de su amo. Son benditos del Padre porque han acogido a forasteros, han dado de comer y beber a los hambrientos y sedientos, han vestido a los desnudos, han visitado a los enfermos y a los encarcelados. Porque éste es el criterio: “lo que habrás hecho al más pequeño de éstos, es a mi mismo que lo habrás hecho”. Trabajar por la venida del Reino, manifestar el amor a Dios es practicar la justicia y la caridad.
Por supuesto las capacidades son muy distintas entre nosotros. Hay trabajadores eximios como el P. Alberto Hurtado: un hombre lleno de talentos y de gracia y que supo multiplicar todo lo recibido de una manera increíble. Pero todos hemos recibido nuestra parte para colaborar en la venida del Reino.
La parábola apunta al tercer servidor. “Tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra”. Es inexcusable tenerle miedo al amo y no dedicarse a lo que son sus intereses, sino ser holgazán dedicado a otras cosas. La reacción del amo es muy severa, igual que en la escena del juicio final: se le quita aun lo que tiene y se le da a otro; finalmente es arrojado fuera. Aquí también la vigilancia se entiende como fidelidad a una misión recibida. Jesús pone en guarda a sus discípulos contra una infidelidad que consiste en una insuficiencia de actividad concreta.
La parábola nos presenta la actitud característica del verdadero discípulo: los siervos fieles deben hacer fructificar los dones recibidos del Señor. Por el contrario, el que antepone su propia seguridad o tranquilidad personal al interés que tiene el amo de incrementar los bienes "del Reino", es un mal siervo; su infidelidad se llama egoísmo, falta de sentido de responsabilidad, pereza. El abstencionismo y la apatía, la pereza y la comodidad, el egoísmo y el miedo paralizante, frutos de una psicosis de seguridad, son los mayores pecados sociales que puede cometer un cristiano. Dios nos pide una fidelidad productiva de sus talentos.
Los talentos que de Dios recibimos son, en primer lugar, los bienes y riquezas de su reino: la salvación, la fe, su amor, su amistad... Son también, en segundo lugar, los dones naturales: vida y salud, inteligencia y voluntad, familia y educación, iniciativa y trabajo, simpatía y personalidad... La vocación cristiana a la fe en Cristo es el gran talento que resume todos los demás.
Pues bien, todos esos dones y talentos no son para nuestro uso privado y exclusivo. En realidad, más que propietarios, somos administradores de los mismos. El dilema insoslayable que se nos plantea es: explotar nuestros talentos al servicio de Dios y de los hermanos, o bien enterrarlos egoísta y estérilmente. Muchos cristianos entierran sus talentos, apuntándose al mínimo obligatorio para no complicarse la vida, para no tener que arriesgar nada en un compromiso serio en bien de los demás. Viven instalados, desilusionados, apáticos y fosilizados. Como el empleado holgazán, no malgastan su talento, pero lo entierran; se contentan con mantener intacto, pero infecundo, el depósito de la fe.
El evangelio nos convida a asumir el riesgo de invertir nuestros talentos en la construcción del Reino de Dios en nuestra vida personal, de la familia, de trabajo y de sociedad. Lo contrario es renunciar a crecer como persona y como cristiano enterrándonos en vida con nuestros talentos en conserva.
La voluntad de Dios es que seamos los servidores fieles que pasen a la fiesta del amo como “benditos del Padre y herederos del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”.
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