31er Domingo: Mt 23, 1-12
El texto del evangelio de hoy se presta fácilmente para criticar a la Iglesia y a los responsables de su conducción. Entre nosotros es más fácil criticar que asumir. Es cierto que en la historia de la Iglesia ha habido grandes escándalos (Siglos XIV a XVI) y que situaciones recientes de pedofilia, por ejemplo, dan mucho que hablar. El Santo Padre Benedicto XVI pidió perdón esta semana en el encuentro ecuménico de Asís por la violencia de la que ha usado el cristianismo en la historia. Pero antes que todo, no olvidemos que la Iglesia somos todos los creyentes y que formamos un solo cuerpo con distintas funciones. No nos precipitemos en la interpretación de los textos. Siempre conviene darse el trabajo de mirar más de cerca y aprender de los eruditos que hicieron este esfuerzo. Veámoslo brevemente entonces.
El Evangelio de Mateo presenta un extenso enfrentamiento con los fariseos, mencionados unas 28 veces. Sabemos que influye mucho la situación de la comunidad en que así haya sido. Esa comunidad estaba compuesta principalmente por judíos conversos al cristianismo y muchos venían del ambiente fariseo. Ellos se vieron excomulgados por los dirigentes judíos.
Ahora bien, la situación era muy diferente en tiempos de Jesús. En su tiempo, eso es al menos medio siglo antes, había muchos grupos dentro del judaísmo, y cada uno de ellos tenía sus propias teologías, sus lecturas de la ley, sus puntos de vista, etc. Sin embargo, después de la destrucción de Jerusalén y del templo por parte de los romanos en el año 70, el judaísmo se unificó, tal vez para recomponer fuerzas. Se fijó la lista de los libros que componen las sagradas escrituras. Este movimiento de unificación se llamaba Jamnia (nombre de una ciudad filistea). Como consecuencia de esto, todos los grupos que no aceptaron a Jamnia quedaron excluidos de Israel. Así, todo el judaísmo vino a ser fariseo, y el cristianismo quedó excomulgado. Los cristianos, excluidos, ya no son Israel. Como reacción, Mateo (lo mismo ocurre en Juan) intenta deslegitimar a los líderes judíos de la comunidad (probablemente Antioquia) a fin de confirmar que el cristianismo es el grupo verdaderamente fiel a Israel, y que no lo son los dirigentes judíos (los fariseos). Recordemos que el Jesús que se identifica con la comunidad critica a los fariseos de tiempos de la comunidad y no de tiempos de Jesús.
El evangelio de hoy acentúa el contraste entre “ellos” y “ustedes”. Ellos son los sucesores de Moisés. Mientras ustedes tienen a Dios y a Cristo.
“Hagan y cumplan todo lo que ellos les digan” es una invitación a ser coherentes: “practicar la justicia, la misericordia y la fe” (v. 23). Porque lo que hacen los escribas y fariseos no es a favor de los demás sino de ellos mismos para ser mirados y aplaudidos. Las filacterias son unos tubitos amarrados al frente y a los brazos y que contenían textos de la Ley. Se usaban en la oración. Los agrandan para mostrar que hacen más oración. Los flecos de los mantos contenían un hilo púrpura violeta; al mirarlo, había que acordarse de los preceptos de Yahvé (Núm. 15, 38-40). Los alargan… La búsqueda de primeros puestos en banquetes y en la sinagoga es la pretensión de ser vistos.
“En cuanto a ustedes”: aquí se dirige el evangelista a la comunidad, tienen que tener una actitud diferente; que no se repitan esquemas fariseos. El uso de títulos no es compatible con el punto de partida: “todos ustedes son hermanos”. Hace alusión a tres títulos: Maestro, Padre y Doctor. Mateo quiere evitar que se altere la exigencia básica de sentirse una comunidad de hermanos, porque el uso de títulos genera comportamientos diferenciadores. Además quiere acentuar que en la nueva comunidad, el Mesías es el guía y maestro y Dios es el Padre. Termina con una sentencia que tiene apariencia de proverbio: “El que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Mateo propone una iglesia o comunidad de hermanas y hermanos en la que no hay “señores” sino “servidores”.
Desde esta última perspectiva, es importante que siempre luchemos y matemos al fariseo que está en nosotros mismos y en nuestras comunidades.
Muchas veces nos creemos, o hay quienes se creen, buenos cristianos por lo exterior que los rodea, por una obra de beneficencia más o menos importante, porque donamos algo a la Iglesia, porque somos queridos por la gente, o porque salimos en la TV... Y, hasta es probable, que lo que decimos sea muy bueno.
Pero el evangelio va más lejos; nos invita a amar y a servir en la comunidad y en el mundo y a vivir nuestra fe practicando la justicia y la misericordia (v. 23).
Es necesario que junto a la catequesis y la doctrina, esté el testimonio de la práctica cristiana. Anunciar las doctrinas correctas es fácil. Practicarlas es el reto.
La Iglesia está llamada a anunciar el evangelio, la buena nueva. Cumple plenamente su cometido donde abre caminos de vida, esperanza y felicidad.
Miremos a San Alberto Hurtado para ir valientemente por esos caminos.
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