7º Domingo ordinario: Mateo 5, 38-48
Las exigencias del evangelio nos suenan increíblemente altas: tan altas que parecieran inalcanzables. Nos pueden hacer reaccionar negativamente: “esas exigencias son impracticables, y solo son para grandes santos pero no para nosotros, “el común de los mortales”.
¿Cómo entender y más difícil aun cómo practicar lo que hoy nos dice Jesús: “sean perfectos como es perfecto su Padre celestial”? Jesús cita el libro de la perfección judía, el Levítico: “sean santos, porque yo soy santo”. Algunas traducciones más recientes nos ayudan tal vez a contornar o reinterpretar lo que pareciera un mandato imposible. “Sean buenos como es del todo bueno su Padre celestial”.
El llamado a la bondad y a la misericordia pueden ser un lenguaje más aceptable para nosotros hoy. Después de todo vivimos en la tierra y no en el cielo y “la perfección no es de este mundo”.
Por lo tanto los cristianos no deben ser unos santos heroicos. Algunas raras excepciones llegan a serlo, pero la Iglesia y el pueblo de Dios están compuestos por hombres y mujeres ordinarios. La invitación a ser buenos, tolerantes los unos con los otros, dispuestos a perdonar y a empezar siempre de nuevo nuestras relaciones humanas, a practicar el “borrón y cuenta nueva” es una invitación más al alcance de nuestro limitado entendimiento.
No debemos cesar en pedir a Dios crecer en bondad y misericordia para con nosotros mismos y para con los demás. Sobre todo que los cristianos nunca dejemos de mostrar al mundo, aun que sea muy deficientemente, la infinita bondad y misericordia de nuestro Padre Dios.
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