jueves, 16 de mayo de 2013

Pentecostés: Jn 20, 19-23


Jn 20, 19-23: Necesitados de salvación
      Aliento nuevo

NECESITADOS DE SALVACIÓN



El Espíritu Santo de Dios no es propiedad de la Iglesia. No pertenece en exclusiva a las religiones. Hemos de invocar su venida al mundo entero tan necesitado de salvación.

Ven Espíritu creador de Dios. En tu mundo no hay paz. Tus hijos e hijas se matan de manera ciega y cruel. No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras. Despierta en nosotros el respeto a todo ser humano. Haznos constructores de paz. No nos abandones al poder del mal.

Ven Espíritu liberador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Libera en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo más justo. Haznos más responsables y solidarios. No nos dejes en manos de nuestro egoísmo.

Ven Espíritu renovador de Dios. La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de tus hijos e hijas disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la desigualdad y la exclusión social. Despierta en nosotros la compasión que lucha por la justicia. Enséñanos a defender siempre a los últimos. No nos dejes vivir con un corazón enfermo.

Ven Espíritu consolador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, solo la incertidumbre, el miedo o la depresión. Reaviva en nosotros la atención a los que viven sufriendo. Enséñanos a estar más cerca de quienes están más solos. Cúranos de la indiferencia.

Ven Espíritu bueno de Dios. Muchos de tus hijos e hijas no conocen tu amor ni tu misericordia. Se alejan de Ti porque te tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar contigo. Tu nombre se va borrando en las conciencias. Despierta en nosotros la fe y la confianza en Ti. Haznos portadores de tu Buena Noticia. No nos dejes huérfanos.

Ven Espíritu vivificador de Dios. Tus hijos e hijas no sabemos cuidar la vida. No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de tu mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Infunde en nosotros tu aliento creador. Haznos caminar hacia una vida más sana. No nos dejes solos. ¡Sálvanos!




Exhaló su aliento sobre ellos

ALIENTO NUEVO 



Vivimos en una sociedad donde quizás lo más significativo sea su carácter paradójico y hasta contradictorio.


Hemos aprendido a prolongar la vida con toda clase de técnicas, pero no acertamos luego a darle un contenido y un sentido satisfactorio.


Hemos logrado elevar el nivel de bienestar pero son cada día más los que experimentan una sensación difusa de vacío y malestar.


Se han multiplicado nuestras relaciones y contactos a través de toda clase de medios de comunicación y, sin embargo, crece la experiencia de aislamiento y soledad de muchas personas.


Nuestra sociedad está cada vez más poblada de gentes solitarias que buscan desesperadamente amarse, sin conseguirlo.


Hemos aplicado la racionalidad y la técnica a todos los sectores de la vida, pero crece en el mundo lo irracional, la explotación absurda, la violencia y la destrucción.


Movidos por el ansia de tener, acumulamos cosas y «poseemos» personas, pero experimentamos que no es el camino acertado para alcanzar la plenitud.


El hombre contemporáneo está pidiendo a gritos una vida nueva. La humanidad actual tiene «una cabeza demasiado grande para su alma». Necesitamos un aliento nuevo para humanizar nuestro progreso. Un alma nueva capaz de vivificar nuestra existencia.


Y no se trata de pensar en una revolución socio-política ni de derechas ni de izquierdas. Lo que necesitamos es una transformación radical de actitud.


«Una de las condiciones preliminares de la revolución es un cambio radical de la conciencia. El problema central para mí es el saber cómo se puede obtener este cambio radical de los hombres antes del cambio revolucionario de las instituciones de base social y política».


Los creyentes no nos sentimos huérfanos ante tal empresa. Creemos en el Espíritu como proximidad personal de Dios a los hombres y como fuerza, energía, luz y poder de gracia para orientar nuestra historia hacia adelante, hacia su consumación final.


Lo que necesitamos es acrecentar nuestra sensibilidad ante el Espíritu y acoger responsablemente la acción de Dios que, desde el fondo de la vida y lo mejor de nuestro ser, nos llama a caminar desde la hostilidad a la hospitalidad, desde el aislamiento egoísta hacia la fraternidad, del acumular para tener a la plenitud de ser.


Como dijo Juan Pablo II en Hiroshima, la vida de este planeta depende de «un único factor: la humanidad debe hacer una verdadera revolución moral».


Pero esta revolución no se hará si no escuchamos con cuidado y amor la acción profunda del Espíritu de Dios en Nosotros. «Lo que sucede en la profundidad de nuestro ser es digno de todo nuestro amor».



(Comentario de J.A.Pagola)

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