viernes, 5 de agosto de 2011

7 de agosto 2011: 19º Domingo ordinario: Mateo 14, 22-23


Domingo 19°: Mateo 14, 22-33:  La tempestad calmada

El evangelio de Jesús caminando sobre las aguas tempestuosas del lago habla fuerte a nuestra imaginación. Tiene algo de lo que conocemos hoy como película con efectos digitales. Contemplemos la escena. Se describe a los discípulos aterrorizados en la barca. A pesar de que varios de ellos son navegantes aguerridos y conocedores de los caprichos del lago de Galilea, perciben que están a punto de naufragar. ¿No fue el mismo Jesús quien les dio la orden de “pasar antes que él a la otra orilla”? ¿Por qué les tiró a esa aventura donde sus vidas se encuentran en serio peligro? Para colmo de terror, perciben a un fantasma caminando sobre las aguas y gritan de espanto. No es para menos en este contexto: los fantasmas forman parte de muchas leyendas terroríficas  de navegantes. Ahora bien, el fantasma que camina sobre el lago les habla y se identifica: “Soy yo”. Todavía no se disipa la mortal angustia,  reconocen la voz pero sigue la inseguridad. Para salir de la duda, Pedro, en nombre de los demás discípulos, pide una prueba imposible: caminar sobre las aguas al encuentro de Jesús. Jesús acepta el desafío. La fe incipiente de Pedro no resiste la prueba del embate del viento y de las olas. Le inunda el miedo y se hunde. Sólo su grito de socorro hacia Jesús lo salva. La mano de Jesús lo sostiene firmemente y escucha el reproche del Señor: “Hombre de poca fe, ¿porqué dudaste?” La escena termina en una gran paz con la confesión de fe de los discípulos: “ciertamente eres Hijo de Dios”.

Por supuesto que este relato es una experiencia de fe con imágenes. Se trata de Jesús, de Pedro, de la iglesia primitiva, de la fe de los primeros cristianos y de nuestra fe. En la Biblia, la imagen del mar en tempestad es frecuente y es símbolo de perdición y de muerte, de lo que se opone a Dios, mientras Dios reina sobre la tempestad y la muerte. Ya en los salmos, la imagen es recurrente. Por ejemplo el salmo 107: 25-30, describe casi la escena del evangelio: la borrasca que levanta las olas, los gritos de angustia hacia el Señor, la tempestad aplacada y la alabanza al Señor por estar salvos. ¡Es como si este salmo hubiera inspirado la escena del evangelio! Jesús, el Señor, domina la muerte, la adversidad “No teman, yo soy”. Reminiscencia del Dios que se revela a Moisés en el éxodo y de aquel que siempre estará con nosotros: “yo estaré con ustedes siempre” son las últimas palabras del evangelio de Mateo.

Los evangelios se escribieron a partir de la fe en la resurrección. Es la fe en Jesús de Nazaret. Después de su muerte fue puesto como Mesías a la derecha de Dios, investido de la gloria y majestad divina. Cristo resucitado es el Señor y se hace presente a todos aquellos que se dirigen a él en confianza. Esta fe confiada no siempre está igualmente fuerte. Incluso  Pedro a quien Jesús llama “piedra” sobre la que construirá su iglesia (Mt 16, 18) y quien es símbolo de unidad, es llamado “hombre de poca fe”. Su angustia pareció más fuerte que su confianza. Más adelante en este mismo  evangelio, se le va a tildar de obstáculo, piedra de tope e incluso de “Satanás” (16, 23) o sea lo opuesto a fundamento de la iglesia. Son todas expresiones que se fueron introduciendo en el evangelio después de la muerte de Pedro. Los tiempos eran difíciles para la iglesia. La unidad de la que Pedro era el símbolo, estaba a la deriva. Había división y Pablo la atestigua. Los cristianos judíos se sentían pasados a llevar por los cristianos no judíos con el peligro de la desaparición de sus tradiciones. Están también los estragos de las persecuciones. La iglesia parece hundirse y sienten que Cristo ya no está más allí para sus seguidores. Se perciben solos y abandonados en el barco de la iglesia. El viento contrario sopla cada vez más fuerte. El agua les llega hasta el cuello. De allí su grito de angustia: “Señor, sálvanos”. Cuando esa gente de poca fe recupera la confianza en la presencia de Jesús y se deja agarrar de la mano por él, la tempestad se calma.

Después de XX siglos y de haber navegado por muchos mares, hoy la Iglesia no atraviesa precisamente mares tranquilos. Son muchas las dudas y los cuestionamientos. Casos de pedofilia de influyentes sacerdotes; algunos que se han quitado la vida: ¿cómo no va a doler lo que ocurre y afectar la credibilidad de la Iglesia? Soplan vientos en contra y hay fuerte oleaje. Pero estamos convidados a confiar en el Señor siempre presente. Nos sigue diciendo desde nuestros temores y angustias: “Ánimo, no teman, soy yo” y “estoy con ustedes para siempre”.
A propósito de la situación de la Iglesia hoy en el mundo, cito un párrafo de Antonio Pagola: “El verdadero problema de la Iglesia no es la secularización progresiva de la sociedad moderna, ni el final de la "sociedad 
de cristiandad" en la que se ha sustentado durante siglos, sino nuestro miedo secreto a fundamentar la fe sólo en la verdad de Jesucristo.

No nos atrevemos a escuchar los signos de estos tiempos a la luz del Evangelio, pues no estamos dispuestos a escuchar 
ninguna llamada a renovar nuestra manera de entender y de vivir nuestro seguimiento a Jesús. Sin embargo, también hoy es 
él nuestra única esperanza. Donde comienza el miedo a Jesús termina nuestra fe.”


Finalmente, podemos aplicar también lo sucedido a los discípulos y a la Iglesia, a nuestra vida personal. Cuantas veces nuestra vida se parece a esta barca sacudida por las olas y el viento contrario. La barca sacudida puede ser mi estado de ánimo, mi salud, familia, trabajo. A veces avanzamos valientemente, confiados en Dios. Con la persistencia de la adversidad, puede venir el momento crítico de la angustia y desesperación hasta quedar agotado, sin fuerzas y sin esperanza. En esos momentos críticos, que podamos escuchar la voz de Jesús: “ánimo, soy yo” y con su invitación, nos atrevamos a “caminar sobre las aguas”.