sábado, 14 de septiembre de 2013

24º Domingo ordinario: Lc 15, 1-32


24º Domingo: Lc 15, 1 -32
Jesús buscaba sin duda la «conversión» de todo el pueblo de Israel. Nadie lo dudaba. Entonces, ¿por qué perdía el tiempo acogiendo a prostitutas y recaudadores, gente al fin y al cabo indeseable y pecadora? ¿Por qué se despreocupaba de los que vivían en el marco de la Alianza y se dedicaba tanto a un pequeño grupo de perdidos y perdidas?

Jesús respondió con varias parábolas. Quería meter en el corazón de todos algo que llevaba muy dentro. Los «perdidos» le pertenecen a Dios. Él los busca apasionadamente y, cuando los recupera, su alegría es incontenible. Todos tendríamos que alegrarnos con él.

En una de las parábolas habla de un «pastor insensato» que ha perdido una oveja. Aunque está perdida, aquella oveja es suya. Por eso, no duda en salir a buscarla, abandonando en «el campo» al resto del rebaño. Cuando la encuentra, su alegría es indescriptible. «La carga sobre los hombros», en un gesto de ternura y cariño, y se la lleva a casa. Al llegar, invita a sus amigos a compartir su alegría. Todos le entenderán: «He encontrado la oveja que se me había perdido».

La gente no se lo podía creer. ¿No es una locura arriesgar así la suerte de todo el rebaño? ¿Acaso una oveja vale más que las noventa y nueve? ¿Puede este pastor insensato ser metáfora de Dios? ¿Será verdad que Dios no rechaza a los «perdidos», sino que los busca apasionadamente? ¿Será cierto que el Padre no da a nadie por perdido?

La parábola explica muy bien por qué Jesús busca el encuentro con pecadores y prostitutas. Su actuación con las «ovejas perdidas» de Israel hace pensar. ¿Dónde se mueven hoy los pastores llamados a actuar como Jesús? ¿Dentro del redil o junto a las ovejas alejadas? ¿Cuántos se dedican a escuchar a los «perdidos», ofrecerles la amistad de Dios y acompañarlos en su posible retorno al Padre?

Nosotros somos más «sensatos» que Jesús. Para nosotros, lo primero es cuidar y defender a los cristianos. Luego, gritar desde lejos a toda esa gente perdida que vive al margen de la moral que predicamos. Pero entonces, ¿cómo podrán creer que Dios no los está condenando desde lejos sino buscando desde cerca?
No quería Jesús que la gente de Galilea  sintiera a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del «padre bueno» les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.
Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.
Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre «se conmueve», pierde el control y corre al encuentro de su hijo.
Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo.
No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado su felicidad.
Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.
Así sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes olvidados de él, se sienten lejos o comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios. (J.A.Pagola)