sábado, 2 de julio de 2011

Domingo 3 de julio de 2011: Mateo 11, 25-30


14º Domingo:  Mt 11, 25-30


El evangelio de este domingo con unos versículos preciosos y únicos, nos hace entrar en la intimidad de la oración de Jesús. Da gracias a Dios, su Padre, porque el don de la fe es acogido por los humildes y sencillos y rechazado por los sabios y entendidos. Éstos se habían apoderado de la religión, reduciéndola a la observancia de gran cantidad de normas y preceptos derivados de su interpretación de la Ley. De alguna manera, usaban la religión como un instrumento de dominación y de poder. Pero aquella religión se había vaciado del misterio de Dios, un Dios cercano, misericordioso, un Dios que ama y perdona infinitamente. Habían reducido la religión y su imagen de Dios a un mundo de observancias que pensaban poder manejar…en su propio provecho. Por este camino, Dios terminaba siendo un Dios “a su medida” y que imponían y manejaban de alguna manera. Incluso, según los sabios doctores de la Ley, algunos de ellos consideraban como malditos a los que no conocían la Ley en profundidad. Tanto desprecio e injusticia no podía escapar a Jesús. Percibió con nitidez esa tremenda desviación, esa falsa religión.

De ahora en adelante, es el mismo Jesús con su enseñanza y ejemplo que va a ser el camino del encuentro con Dios. “Todo me ha sido dado por mi Padre: nadie conoce al Hijo, sino el Padre; nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo”.

Viene entonces la invitación para conocer y recibir el mensaje del Hijo. “Vengan a mí” los aplastados, marginados y excluidos por el yugo de la ley “y Yo los aliviaré”.
El exceso de regulaciones y de normas siempre puede llegar a ser una barrera para una relación liberadora con Dios, también hoy.  El Jesús del evangelio de Mateo reacciona contra  esa tendencia e invita a trabajar una actitud nueva, la que él mismo enseña y manifiesta. “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón”. Jesús se aplica a si mismo aquello de la primera bienaventuranza: “Felices los pobres de corazón (o de corazón humilde), porque el reino de los cielos les pertenece”.

Aquella parece una frase bonita para ser leída sólo en el evangelio y proclamada el domingo en la iglesia. Pero se dirá que la vida real va por otro lado. ¿Qué se hace con paciencia y humildad de corazón en una sociedad donde hay que ser cada vez más competente y donde se compite con otros? ¿En qué oferta de empleo le van a examinar por su paciencia y humildad de corazón?
Y sin embargo, nuestro mundo tiene una tremenda necesidad de esa palabra sanadora de Jesús. Es imposible construir una relación humana profunda, que sea de pareja, o entre familiares o amigos, sin darse a conocer no por lo que uno tiene o por aquello de lo que uno es capaz, sino por lo que uno es. Saber compartir su fragilidad, dolores y penas; saber mostrarse vulnerable a lo que le pasa al otro; saber manifestar que se necesita de los demás. ¿No es este el yugo de Jesús, un yugo suave, un yugo que nos libera y nos hace experimentar  una profunda paz?

Jesús busca transmitir la dinámica de amor que lo anima. Pidamos que su Espíritu pueda suscitar en nosotros esa misma dinámica de amor. A pesar de todas nuestras debilidades e infidelidades, “aprendamos” a confiar en su infinito amor misericordioso, que todo lo perdona, para poder dar pequeños pasos en la dinámica del amor de un corazón paciente y humilde.