jueves, 17 de octubre de 2013

29º Domingo ordinario: Lc 18, 1-8


29º Domingo: Lc 18, 1-8

Orar no cambia al mundo: cambia al hombre y el hombre cambia al mundo (Albert Einstein)
En uno de sus comentarios al salmo 38, San Agustín habla de “orar sin cesar, “orar siempre”. Escribe: hace falta siempre estar de rodillas, tirarse al suelo o levantar las manos, porque dice “oren siempre”. Si llamamos orar sólo eso, por supuesto no se puede siempre. Hay otra oración, interior y que no conoce fin, es el deseo. Su deseo es su oración y cuando no cesa el deseo, entonces se ora siempre.
Pero ¿cuál es ese deseo que hay que cultivar siempre en el corazón?
Hemos escuchado la parábola del juez y la viuda y la respuesta de Dios.

El impacto de la parábola proviene, no de la explotación de la viuda, pues eso era lo común, sino de su público y persistente grito por la justicia. Una mujer, viuda, sin derechos, está exigiendo sus derechos, públicamente y compareciendo continuamente, levantando un notorio alboroto y enfrentando sola y abiertamente al juez (es una situación inimaginable y que sólo una parábola podía reproducir). No sabemos exactamente lo que reclama pero litiga con un adversario varón, tal vez por una situación de herencia, la parte con la que se quedaba después de la muerte del marido. La situación de la mujer podría ser de vida o muerte; se enfrenta a la pobreza y al hambre si sus derechos no son respetados.

 Aquí la viuda, como prototipo del pobre carente de todo derecho, es ejemplo de esta tenacidad y persistencia ante Dios. Debemos por lo tanto aprender de los pobres a rezar con tenacidad. En la Iglesia de Lucas es el pobre el modelo de la oración y de la relación con Dios en general.

¿Qué significa que la oración sea escuchada por Dios?
En el texto se repite cuatro veces la expresión: 'hacer justicia'. En toda la Biblia la 'justicia' no se refiere a cuestiones de leyes o a asuntos de tribunales de justicia, a cuestiones de derechos y deberes. Hacer justicia fundamentalmente es liberar, y designa la actividad más propia y característica de Dios. Dios hace justicia al pobre cuando lo libera de su pobreza y opresión.
En la parábola  aparece un juez, pero la interpretación de la parábola supera ampliamente el contexto de un tribunal. Juez es aquí una autoridad genérica que arregla asuntos sociales en una ciudad. La parábola muestra un juez corrupto, que no teme a Dios y ni respeta a las personas. Esta realidad era trágica especialmente para los pobres. Dios no es presentado como un juez justo, sino como uno que 'hace justicia' lo que sobrepasa la realidad de un tribunal.
Dios hace justicia a sus elegidos cuando claman a él día y noche. Desde el Éxodo, Yahvé se define como el Dios que escucha el clamor de los oprimidos y decide liberarlos. Cuando los pobres claman, Dios hace justicia pronto.
Sin embargo la realidad de cada día revela que esa prontitud sufre demora y postergación. La Iglesia de Lucas constataba que las situaciones de dolor y sufrimiento perduraban aun con la oración persistente de la comunidad.
Comprobamos a diario las grandes injusticias y sufrimientos en nuestro mundo. El Dios de Jesús no es el Dios omnipotente del Antiguo Testamento que liberó “con mano fuerte y brazo extendido” a su pueblo de la esclavitud de Egipto. No, bien al revés: es el Dios encarnado en los dolientes y sufrientes. ¡Que no nos desesperen esas grandes injusticias en el mundo! Jesús nos invita a hacernos presentes donde El se hizo presente.
Por eso la pregunta del último versículo: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” es una interpelación a nuestra fe. ¿Vivimos la fe en rezos y oraciones meramente para “nuestras” intenciones para que Dios cumpla lo que le pedimos con nuestra mirada humana? Por cierto es legítimo y bueno pedir por nuestras necesidades. Pero el evangelio de Jesús nos invita a entrar en su mirada al ponernos el ejemplo de esa pobre viuda. ¿Nos atrevemos a pedir como la viuda, con insistencia, denunciando las injusticias? Porque una manera de cómo Dios revela su justicia es a través de hombres y mujeres que están dispuestos a jurgarsela por la paz y la justicia en nuestro mundo. Valorar toda vida humana y sobre todo de los excluídos para  “brindarle un hogar” al Cristo pobre y sufriente que vive en ellos.
Hacer justicia a los pobres es la gran misión que recibió la Iglesia. Nos lo recuerda a menudo el Papa Francisco buscando poner a la Iglesia en la senda del Jesús de los evangelios.